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Columna
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La ciclogénesis nacional

Cuando un país repite los mismos errores una vez tras otra es que algo falla en su conformación. La ley de Murphy no engaña: la casualidad no existe

Julio Llamazares
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, tras su reunión en la sede de la Presidencia regional, en Madrid (España), el pasado 21 de septiembre.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, tras su reunión en la sede de la Presidencia regional, en Madrid (España), el pasado 21 de septiembre.Jes˙s HellÌn; Jesús Hellín (Europa Press)

Todo lo que puede empeorar empeora, dice la ley de Murphy. Por si alguien tiene dudas que mire a la política española. Si ponemos uno detrás de otro todos los acontecimientos que se han producido en 2020 en la política nacional veremos que incluso la ley de Murphy se queda corta para definirla. Y todo ello en medio de una pandemia que agrava aún más sus efectos.

La lista de esos acontecimientos asustaría a cualquier europeo. En enero se constituyó en España el primer Gobierno de coalición de su historia en medio de acusaciones de toda suerte, incluida la de ilegitimidad, por parte de la oposición. En febrero los presidentes español y catalán se reunieron después de meses sin hablarse mientras que desde Perpiñán el expresidente Puigdemont, huido de la justicia española, llamaba a los catalanes a la “ruptura definitiva con el Estado”. En marzo estalló la pandemia y lo hizo en medio de la polémica por la celebración de las manifestaciones del 8-M, que para los partidos de la derecha española fueron la causa única de su expansión. En abril la bronca arreció a cuenta de las medidas tomadas por el Gobierno a fin de combatir la pandemia, que la oposición tachó de autoritarias e invasivas, incluso de anticonstitucionales. En mayo empezaron las caceroladas y las manifestaciones contra el Gobierno alentadas por la ultraderecha. En junio llegó la desescalada, pero continuó la escalada de la crispación y el odio. En julio esta alcanzó su cénit cuando la portavoz parlamentaria del Partido Popular llamó terrorista al padre del vicepresidente segundo del Gobierno, que comenzó a recibir amenazas y acoso tanto en su domicilio habitual como en su casa de vacaciones, que hubo de abandonar. En agosto el padre del Rey huyó del país ante las revelaciones de una antigua amante sobre sus cuentas sin declarar en el extranjero y su sospechoso origen a la vez que reaparecía en la escena política el famoso excomisario Villarejo con sus audios comprometedores. En septiembre salieron a la luz nuevos datos sobre la corrupción policial en época de Rajoy mientras se recrudecían los enfrentamientos entre Gobierno y oposición por el bloqueo de ésta a la renovación del órgano de gobierno de los jueces y por la decisión de aquel de retirar el delito de sedición de la ley y de iniciar los indultos para los independentistas catalanes presos, entre el Gobierno central y el de la Comunidad Autónoma de Madrid a cuenta de las medidas a tomar ante el recrudecimiento de la pandemia en esa región y hasta entre los dos partidos del Gobierno por los ataques de uno de ellos a la Monarquía, para terminar el mes con la ultraderecha presentando una moción de censura contra su presidente y con el de Cataluña inhabilitado por el Tribunal Supremo por desobediencia… Cualquiera de estas noticias haría tambalearse por sí sola a un país, y más cuando ese país está pasando por su peor momento económico, pero juntas son una ciclogénesis que se puede llevar por delante todo lo construido durante muchos años. Lo fácil es echarle la culpa a los políticos de todo, pero los españoles deberíamos pensar qué parte de culpa tenemos también, siquiera sea porque los elegimos. Cuando un país repite los mismos errores una vez tras otra es que algo falla en su conformación. La ley de Murphy no engaña: la casualidad no existe.

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