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Columna
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El corrimiento de tierras

El fallecimiento de Ruth Bader Ginsburg ha dejado en evidencia que la izquierda de su país la necesitaba como icono y baluarte de resistencia frente a un reaccionarismo creciente y avasallador

David Trueba
La ceremonia en honor a la juez Ruth Bader Ginsburg, en Washington.
La ceremonia en honor a la juez Ruth Bader Ginsburg, en Washington.Erin Schaff / Pool via CNP / Spl (GTRES)

Sinceramente, algo muy raro ha pasado en la última década. Convencidos de que la cultura y la racionalidad son como los megas del wifi de casa, que no dejan de crecer, creíamos que los discursos regresivos no calaban en el personal. Pero ha sucedido al revés. Sin percibirlo, la tierra se ha movido bajo nuestros pies. Para darse cuenta basta un ejemplo. El fallecimiento de la anciana jueza del Tribunal Supremo estadounidense, la inefable Ruth Bader Ginsburg, ha dejado en evidencia que la izquierda de su país la necesitaba como icono y baluarte de resistencia frente a un reaccionarismo creciente y avasallador. Ya hace años escribimos que su relevancia pop era una anomalía de nuestro tiempo. Porque seamos sinceros, Ruth Ginsburg era una mujer moderada, que aplicaba el sentido común, lejana de radicalismos y ferviente defensora de que la justicia escribe leyes para ordenar la vida de los ciudadanos de manera clara, sencilla y ajustada al avance social. Es decir, que su conversión en una especie de mito izquierdista atendía más bien a la extraordinaria capacidad del mundo conservador para hacer pasar las políticas sociales, los mecanismos de inclusión y la fiscalidad de reparto como elementos revolucionarios intolerables.

Muchas personas han sentido bajo sus pies el mismo temblor de la falsificación ideológica que sintió bajo sus pies la jueza Ginsburg. Sin moverse del sitio, siendo defensores de la socialdemocracia más prudente y racional, se han visto señalados como peligrosos izquierdistas. Algo parecido sucede en España, cuando se aplica el ejemplo del chavismo venezolano sobre nosotros como si estuviéramos al borde de la confiscación de empresas. Que se sepa, los únicos que han exigido la intervención de precios en mercado y la irrupción del Estado sobre el equilibrio de oferta y demanda han sido los agricultores y productores del campo, adscritos demasiados de ellos a ideas todo lo antagónicas al comunismo que uno pueda imaginar. Si la señora Ginsburg, con su decencia moderada y su defensa de las conquistas femeninas, termina por ser una referencia de la izquierda en su país no es porque ella sea militante ni guerrillera, sino porque a su lado alguien ha inclinado el tablero tanto que da miedo.

Si a estas alturas el integrismo religioso pretende dictar las normas de conducta íntima de los norteamericanos, un demócrata conservador puede acabar siendo tildado de bolchevique. Un poco al modo en que sucedió con Bernie Sanders, cuyo discurso pasaría en Suecia por centrista y que en Norteamérica es definido como radical castrista. Esta trampa, que obedece a un clima de regresión reaccionaria frente a los avances sociales de las minorías, amenaza el clima político de los próximos años. Quienes defienden una vuelta atrás simplona y nostálgica para defenderse de lo que consideran una transgresión de los valores eternos, en realidad lo que pretenden es acabar con los esfuerzos por eliminar el origen de tantas desigualdades desproporcionadas, perpetuar la marginación y desactivar cualquier plan de progreso que atenúe la rapiña desmedida sobre nuestras fuentes naturales de vida. Dedicar la pasión política a deshacer la jurisprudencia magistral de la jueza Ginsburg es un mecanismo insultante de regresión, que se viene practicando ya gracias a un corrimiento de tierras silencioso y abochornante.

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