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Columna
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Caixa y Bankia se casan o el año que nos robaron el futuro

Es un hecho probado que lo único irreversible es el pasado. Lo que está por venir, quieran o no, sigue siendo nuestro

Nuria Labari
Caixa Bank en la Avenida Diagonal de Barcelona.
Caixa Bank en la Avenida Diagonal de Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

“El tiempo es relativo, ¿de acuerdo? Se puede alargar y compactar, pero no puede ir hacia atrás. Simplemente no puede”. Eso dijo el doctor Brand en la película Interstellar. Antes lo había dicho Einstein. La pregunta es si puede ir hacia delante. La física cuántica cree que sí. Y la covid ha demostrado que de hecho sí. Como todo el mundo ha podido comprobar, los últimos meses hemos atravesado épocas a toda velocidad, las crisis se han disparado por doquier y todo lo que parecía que iba a pasar dentro de quince o treinta años está pasando hoy. Por ejemplo, La Caixa y Bankia se han enamorado. Terremoto bancario que hubiera parecido ciencia ficción hace un año y, sin embargo, la pedida de mano es hoy un hecho. Y los padres de la novia parecen contentos.

Debo advertir de que las personas empezamos antes que las entidades. Porque el adelantamiento del futuro ha sido un sentimiento íntimo antes que una realidad social. Los que soñaban con ser neorrurales se han pillado esa casa en un pueblo que tiene diez habitantes en invierno, los que no se veían casados con su pareja dentro de diez años ya están divorciados, los que se estaban empobreciendo ya se arruinaron, los que tonteaban antes del encierro hoy están furiosamente enamorados, los que estaban a punto de volverse locos se volvieron locos del todo… El corazón de todo el mundo se mueve más deprisa que nunca aunque aparentemente no tenga dónde ir.

De modo que el futuro ya está aquí y, por primera vez en la historia, no forma parte de lo posible sino de lo irreversible. Porque el futuro ya no es eso que está en nuestras manos sino eso otro que estalla en nuestras narices y no podemos cambiar. Pero como demuestran las buenas películas de ciencia ficción, el futuro es siempre inesperado. Así que los coches siguen sin volar, por más que todos habíamos imaginado que lo harían. En cambio, si miramos por la ventana veremos a mucha más gente en bici y patinete, porque así de moderna es la nueva movilidad.

También veremos que hay muchas más camionetas que antes, eso es porque Amazon está también más cerca de su destino: comerse el mercado primero y el mundo después. De hecho es posible que la próxima vez que miremos por la ventana el carril bus se haya convertido en carril Amazon. Sin embargo, las tiendas de proximidad no desaparecen en el futuro, pueden verlas en su propia calle. Y las que no han cerrado, ya no lo harán. Celebrémoslas. Ellas también reparten y lo hacen mejor, más rápido y con mayor calidad a los que tienen cerca. Si vuelven a mirar por la ventana puede que el carril Amazon sea ahora un democrático carril de reparto.

Observarán también que la ciudad se ha vuelto más pequeña, que las distancias se han acortado y que volvemos a ir andando a muchos sitios. Esto se debe a que el teletrabajo está plenamente instalado, aunque por supuesto no es como lo imaginábamos. Tanto tiempo pidiendo teletrabajar para conciliar y ahora resulta que la modernidad ha vuelto a encerrar a las mujeres en sus casas. Que podría estar bien, salvo que las paredes de las casas siguen siendo, la mayoría de las veces, un lugar con carga extra de trabajo para nosotras. Así que en el futuro hay muchas mujeres pidiendo ir al trabajo para poder conciliar. Con razón cantaba Sabina aquello de que “el destino es muy maricón”.

La justicia social también ha evolucionado con este feroz paso del tiempo y lo ha hecho en una sola dirección. El mundo es mucho más injusto que antes. Internet que lo había democratizado todo —la fama, el prestigio, la opinión y hasta los recursos audiovisuales para hacer reels en Instagram— fue incapaz de democratizar la educación, lo único que era esencial para vivir en una verdadera democracia. Así que la injusticia no solo no se redujo gracias a Internet sino que la brecha digital se convirtió en un enorme boquete en el sistema. Es por esto por lo que en el futuro preocupa más la España desconectada que la vaciada. Al final resultó que el problema no estaba en la falta de gente sino en la ausencia de cobertura.

Otra cosa sorprendente es que la democracia sí se digitalizó, pero en el peor sentido. No fue para votar desde casa sino para constatar que no se puede llegar a presidente del Gobierno de Estados Unidos sin una buena campaña en Facebook. Y que hablarse por teléfono con Mark Zuckerberg puede ayudar a cambiar más votos que las mejores ideas políticas, como le gusta pensar a Donald Trump. En realidad, el futuro es muy viejuno: un sistema casi medieval donde cada vez menos familias tienen más cosas y donde la pobreza y la incultura son hereditarias, como en los viejos tiempos. Los bancos son cada vez menos y cada vez más fuertes, lo mismo que los consorcios tecnológicos. Las montañas de dinero son cada vez más altas y se concentran en menos manos y los poderes no solo no están divididos sino que se mandan memes por WhatsApp. Y se ríen. No digo que de nosotros, pero podría ser.

Mientras tanto, podremos seguir soñando con un futuro en 4-D donde los coches vuelan y el genoma se manipula bajándose una aplicación. Pero resulta que el futuro ya estaba aquí y lo demás eran fantasías animadas. La covid ha venido a romper la utopía y la distopía al mismo tiempo. Nos ha convencido de que no podemos caminar hacia lo imposible sino solo hacia lo irremediable. Sin embargo, es un hecho probado que lo único irreversible es el pasado. El futuro, quieran o no, sigue siendo nuestro. Y antes o después, sorprenderemos. De momento, hoy por hoy, el futuro era esto.

Nuria Labari es periodista y escritora.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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