Relax
Una de las características más notables de quienes apelan de forma obsesiva a la responsabilidad individual es que no leen el Hola
Una de las características más notables de quienes apelan de forma obsesiva a la responsabilidad individual es que no leen el Hola. Algo curioso porque tienen dinero para comprar la revista, tiempo para leerla y casa para salir en ella. Pero no la leen, y si la leen, no la entienden. Yo sí lo hago: leerla y entenderla. Para entender el plano de irrealidad en el que nos ha situado el virus una de las mejores herramientas es la irrealidad que propone el Hola, apología de la responsabilidad individual y de la abolición del impuesto de sucesiones, entre otros. El Hola pospandémico es una de las mejores lecturas sociales de nuestro tiempo, y saber dónde ha encontrado a los ricos el confinamiento, qué hicieron los primeros días, cómo sobrellevaron la distancia de sus personas más queridas o cómo resolvieron los contratiempos familiares ayuda a analizar mejor la respuesta política a una emergencia sanitaria mundial y los reproches generalizados del poder al ciudadano medio por contagiarse. Incluso a la pregunta de cómo se llevó eso tan asombroso de tener a tu pareja en casa a todas horas, algo insólito para la mayoría de los españoles, podría responder la gran duquesa: “¿Cómo en casa? ¿Pero estuvo aquí?”.
La “responsabilidad individual” es algo tan obvio que su insistencia por parte de los dirigentes políticos parece querer disolver la mezquindad de muchas de sus medidas, dirigidas a penalizar lo público, y de la improvisación espectacular de otras después de cinco meses de pandemia. Precisamente por el tiempo transcurrido se puede decir ya, a la espera del palmarés de las residencias en la segunda ola, que el retrato político que deja el virus es tan poco original que ni sorprende. En primer lugar, los más desprotegidos y vulnerables por edad, niños y viejos, vuelven a serlo; a los primeros aún no sabemos cómo educarlos, a los segundos cómo mantenerlos con vida. Los dos grupos de edad comparten algo: hay que hacerse cargo de ellos, y eso, aunque no cotice, suele ser un trabajo más duro que el que se hace fuera de casa. En segundo lugar, se contagian más los barrios pobres. “Responsabilidad individual” a quien tiene que amontonarse en el transporte público abierto y sin restricciones, a quienes se les cierra el espacio público y se les confinó en unos pocos metros cuadrados bajo amenaza de volver y a quienes se les exige que limiten el contacto a su círculo de confianza es como contar el chiste del Papa en el África pobre: “¿Y estos niños qué comen?”. “Arroz todos los días”. Y tirándole de la oreja a uno: “¡Pues hay que comer de todo!”.
Es razonable aspirar a un Gobierno que ponga el pie en la calle con el Hola en el brazo para pensar antes de criminalizar a aquellos a los que el virus les ha destruido cualquier tejido económico y social, por débil que fuera, y les pone ahora encima una carga de responsabilidad individual con el objetivo de colectivizar la culpa precisamente en quienes más sufren para respetar las medidas sin preguntarse por qué las infringen, dónde viven y de dónde son, cuántos niños viven con ellos, dónde los meten todo el día y dónde los van a meter ahora. Por eso acusar de relajación a la ciudadanía sin rastreadores, pruebas PCR o atención primaria sin reforzar, teniendo otra vez al país en cabeza durante la segunda vuelta, es no entender el mensaje principal de una pandemia que, además de matar por miles, exhibe la desigualdad en su forma más cruda: se relaja quien puede, no quien quiere.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.