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Columna
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El peor virus de Brasil

Cómo explicar el aumento de la popularidad de Bolsonaro cuando el país ya sobrepasa las 120.000 muertes por covid-19

Eliane Brum
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, intenta colocarse la mascarilla durante la inauguración de la nueva escuela cívico-militar General Abreu en Río de Janeiro.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, intenta colocarse la mascarilla durante la inauguración de la nueva escuela cívico-militar General Abreu en Río de Janeiro.Silvia Izquierdo (AP)

En agosto, Brasil ha descubierto que con desigualdad no hay civilización. Por su negligencia intencional y sistemática en la gestión de la pandemia, Jair Bolsonaro es objeto de tres demandas por crímenes de lesa humanidad en la Corte Penal Internacional. El país alcanzó hace semanas la marca de los 100.000 muertos por covid-19, pero, en ese período, el presidente ultraderechista logró el mayor índice de aprobación desde su llegada al poder: 37%, según un sondeo del Instituto Datafolha. Y lo que es peor: casi la mitad de la población, el 47%, cree que Bolsonaro no tiene ninguna culpa de la propagación de la enfermedad a la que llama “gripecita”. La paradoja generó un tsunami de depresión y perplejidad en sectores de la izquierda y de centro.

La depresión está justificada. La perplejidad, no. Una vez más, la brutal desigualdad de Brasil es determinante para explicar lo que, a primera vista, puede parecer inexplicable. Al principio de la pandemia, presionado a tomar alguna medida para proteger a los más vulnerables, Bolsonaro propuso una ayuda de emergencia de unos 30 euros. El Congreso consideró la cifra una vergüenza y la triplicó. La ayuda mensual de 90 euros llega a más de 65 millones de brasileños. Para el 1% más rico, el valor es incompatible con la vida. La realidad, sin embargo, es que casi la mitad de la población sobrevive con poco más de 60 euros al mes. Así, millones de brasileños viven —y miles mueren— con la renta más alta de toda su existencia en plena pandemia.

Para los brasileños más pobres, la pérdida de familiares —tanto por enfermedades evitables como por la violencia— forma parte de su cotidianidad. El país sigue enfrentándose a una grave epidemia de dengue, los casos de malaria están aumentando y el sarampión ha vuelto. La diarrea sigue siendo una importante causa de muerte. Y los negros, la mayoría más pobre de la población, constituyen el 75% de los asesinados por la policía. La covid-19 entra en este día a día como una forma de muerte más que se suma a todas las otras.

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Ante el aumento de la popularidad, que puede llevarlo a la reelección en 2022, Bolsonaro ha decidido extender la ayuda de emergencia y crear el Renta Brasil, su propia versión del Bolsa Familia, un programa social que popularizó a Lula entre los más pobres. Para ello, ha empezado a arrinconar a su ministro de Economía, el ultraliberal Paulo Guedes. Brasil llegará al 7 de septiembre, fecha en que celebra su independencia de Portugal, con más de 125.000 víctimas de coronavirus y acechado por una pregunta trágica: ¿cómo puede impedir su propio genocidio un pueblo que se ha acostumbrado a morir?

Traducción de Meritxell Almarza

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