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Columna
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Lo pegajoso

Es tal el grado de perversión que ha alcanzado Trump en su acoso a los valores democráticos, que ha declarado que si pierde las elecciones de noviembre será únicamente debido al fraude electoral

David Trueba
Donald Trump en Louisiana el pasado 29 de agosto.
Donald Trump en Louisiana el pasado 29 de agosto.TOM BRENNER (Reuters)

Cuando Buster Keaton era un niño se incorporó al espectáculo que sus padres llevaban por circos y teatrillos. El momento más celebrado consistía en que el padre barría el escenario sucio y confundía a su hijo con una escoba. Le agarraba por las piernas sin percatarse del error y usaba la cabeza del niño como cepillo. Gustó tanto la actuación que pasó a lanzarlo y patearlo en escena, hasta que el pequeño Buster se hizo conocido como La bayeta humana. Hoy el número estaría prohibido y el padre perdería la custodia. Los tiempos de las variedades han cambiado, ahora los padres que quieren que sus hijos triunfen en el espectáculo recurren a arrastrarlos y ordeñarlos en las redes sociales, para que de niños bayeta alcancen por méritos propios la categoría de estrella. Pero como Buster Keaton hay pocos. Y cuando triunfó en el cine desarrolló la escena de pasar la escoba en varias de sus películas. En un momento, pisaba un papel que se le adhería al pie. Al tratar de quitarlo se le pegaba al otro pie, luego a la mano, de la mano a la cabeza, luego a la espalda, y el gag del papel adhesivo aún nos hace reír por preciso y evocador.

Es evidente que hay políticos que funcionan como ese pedazo de papel del que es imposible librarse. La democracia permite que cuando los votantes no están muy atinados se produzca la entrada al escenario de estos políticos pegajosos y siniestros. Suelen permanecer en el poder más allá de lo que aconseja la decencia cívica y eliminan una de las virtudes del sistema, que es la alternancia. Ellos cercenan esa sana costumbre y se transforman en dictadores a través de la urna, con permanencias en el poder tan largas como las de los zares y emperadores del pasado. Estamos rodeados de esta especie amenazante. Los vemos en Rusia y Bielorrusia, de trágica actualidad, donde envenenamientos y palizas a opositores nos retrotraen a las décadas de abuso de poder por parte de mandatarios siniestros. Pero la rutina, nada cómica, no termina tan lejos de nosotros si uno mira hacia Turquía, Hungría, Polonia, Venezuela y otros países que a través de la urna perpetúan un poder omnímodo y excluyente. Lo increíble es ver que algo así también podría suceder en Estados Unidos, que parte con la ventaja de que su presidencialismo está limitado por ley a dos mandatos.

Es tal el grado de perversión que ha alcanzado el empresario Trump en su acoso a los valores democráticos, que ha declarado que si pierde las elecciones de noviembre será únicamente debido al fraude electoral. No parece que una frase así necesite demasiado análisis. Revela la mentalidad de quien la profiere. Estamos, cómo no, ante otro de esos políticos que se vuelven pegajosos, como el papel que pisaba el bueno de Buster Keaton. Llegan, se enfrentan a las instituciones de control, desacreditan los mecanismos democráticos y cuando te quieres dar cuenta han sumido el país en una dicotomía enferma, y para persistir en el poder no les importa declarar una guerra civil. Es posible que la única posibilidad de victoria para Trump pase por el estallido social. No sería el primero en ganar a caballo del lema de ley y orden después de haberse esmerado por desatar en su patria la alegalidad y el desorden. Todo país democrático tiene en su nómina de candidatos personajes así. Lo malo de votarlos es que cuando te quieres dar cuenta, ya no te los puedes quitar de encima.

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