Vivir las preguntas
¿Resulta aceptable en términos democráticos responder en clave de riesgo a la estabilidad institucional ante cualquier pretensión de mejorar los estándares de transparencia y rendición de cuentas?
Las organizaciones están obligadas a afrontar continuos procesos de cambio para garantizar su viabilidad futura. No todas son capaces de aceptarlo, ni de abordarlo con la serenidad, profundidad e inteligencia. Más bien al contrario. Lo habitual es recrearse en la comodidad de lo viejo conocido, anunciar las terribles consecuencias que pudiera acarrear cualquier pretendida novedad e impulsar con firmeza un ejercicio de resistencia encaminado a desincentivar todo proceso de transformación. Basta echar un vistazo a la realidad política española para constatar que muchos de los problemas a los que nos cuesta encontrarles solución están directamente vinculados con este tipo de limitaciones activadas en la mayoría de las ocasiones de manera inconsciente.
Tampoco conviene olvidar que los procesos importantes de innovación en el ámbito de lo público sólo tienen posibilidades de éxito si son conocidos, comprendidos, compartidos y aceptados por la sociedad que debe validarlos. Se necesita, en suma, acumular amplias mayorías parlamentarias que respalden cambios estructurales en lo jurídico, en lo institucional o en lo económico. Una medida que constituye, en suma, una garantía frente a cualquier ocurrencia disparatada. Con todo, esta exigencia provoca también que las iniciativas de reforma sean mayormente propuestas epidérmicas, pues a las dificultades de lograr amplios consensos políticos hay que añadir la presión soterrada que ejercen quienes viven con desgarro emocional cualquier referencia crítica a lo que consideran su mejor legado.
¿Cómo salir de esta lógica que dificulta explorar de partida el espacio de la innovación política ante las dificultades de lograr un acuerdo? En Cartas a un joven poeta se ofrece una recomendación que encuentro interesante para no privarnos siquiera del debate intelectual. Dice Rilke: “(...) procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma extraño. No busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún y se trata de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas”.
Pues bien, ahí van las mías: ¿resulta aceptable en términos democráticos responder en clave de riesgo a la estabilidad institucional ante cualquier pretensión de mejorar los estándares de transparencia y rendición de cuentas? ¿No es razonable imaginar que quien asume una alta magistratura del Estado debe legitimarse por razón de su ejercicio y validar esa legitimidad ante la ciudadanía con la fórmula que se considere más pertinente? ¿Es factible asumir la titánica tarea de repensar económicamente el país sin exigir que desaparezcan los vetos cruzados entre las fuerzas con representación parlamentaria? ¿Cómo imaginar una España territorialmente cohesionada sin explorar de una manera dialogada la mejor fórmula para que todos se sientan jurídica y políticamente concebidos en un proyecto de país más robusto? ¿Cómo priorizar un debate que nos permita actualizar nuestro pacto constitucional sin que ello suponga renunciar a la urgencia que obliga la gestión de los problemas que inquietan a la ciudadanía?
Son solo algunas preguntas... para ser vividas. Nada más.
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