Estado robot
España tiene profesionales públicos tan cualificados y motivados como los de estos países, pero trabajan en unas Administraciones que, en contraste, son inestables y rígidas
¿Qué intelectual del siglo XX quedará reivindicado en la mayor crisis del XXI? La izquierda ha corrido a sacar en procesión a su santo predilecto: Keynes. Según Pablo Iglesias, las catástrofes convierten a los neoliberales en neokeynesianos. La derecha anda desnortada, pero es cuestión de tiempo de que culpen de la mala gestión de la pandemia al excesivo peso del Estado y resuciten las ideas de Hayek o incluso Ayn Rand.
Pero, para mí, la mente que mejor supo descifrar los problemas colectivos del mundo moderno fue Max Weber. El pensador alemán, fallecido precisamente hace 100 años tras contraer la gripe española, miró la política por encima de la discusión ideológica entre izquierdas y derechas. Vio que el conflicto fundamental no era sobre la cantidad, sino el tipo de Estado. ¿Queremos que los políticos hagan y deshagan las Administraciones a su gusto? ¿O mejor dotarnos de unas Administraciones autónomas, con funcionarios inamovibles, que hoy llamamos weberianas?
Aunque Weber no quería un Estado weberiano. Creía que la maquinaria burocrática era necesaria, por su superioridad técnica frente a los ejércitos de enchufados que siguen poblando muchas Administraciones, incluyendo algunas nuestras. Pero el frío aparato burocrático necesita la pasión de la política para insuflarle vida. Si no, se convierte en un robot tan racional como inhumano, como las gigantescas burocracias cívico-militares de la Alemania y el Japón de entreguerras, que crecieron sin control político.
Ese trauma llevó a Alemania y al Japón de posguerra, así como a Taiwán y Corea, a crear los Estados soñados por Weber, con burócratas fuertes supervisados por políticos fuertes. Y no es casualidad que estos sean los países que mejor han gestionado la pandemia de la covid-19. A diferencia de Estados Unidos o del Reino Unido, sus Estados poseen lo que los expertos llaman “estabilidad ágil”: capacidad de responder a las cambiantes demandas del entorno manteniendo los principios de la ética pública, como la imparcialidad y la solidaridad.
España tiene profesionales públicos tan cualificados y motivados como los de estos países, pero trabajan en unas Administraciones que, en contraste, son inestables (con directrices políticas cambiantes) y rígidas (con estructuras organizativas y de personal osificadas). Para modernizarlas, hay que releer al clásico Weber. @VictorLapuente
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