Desconsuelo
No podré hacerlo en persona pero quiero abrazar y besar desde aquí, con estas palabras, a los libreros, a los lectores, a los editores catalanes y, sobre todo, a los míos
Era la combinación perfecta entre una sesión de tortura y un disparate. Como el aeropuerto de Jerez está cerrado, la única posibilidad de llegar hasta Barcelona desde la bahía de Cádiz consistía en una hora y media de taxi hasta el aeropuerto de Sevilla para tomar con mucha antelación un avión al Prat. Hay pocos vuelos, las firmas de libros del Sant Jordi del 23 de julio iban a concentrarse a primera hora de la mañana y última de la tarde, encontrarme con mis lectores durante unas pocas horas me habría robado dos noches, dos días enteros de este verano. Durante semanas intenté resistirme, imploré compasión, pedí que se pusieran en mi lugar y, por fin, acepté que no me iba a quedar más remedio que ir a Barcelona el 23 de julio. Sólo después me permití pensar en ellos, en mi amiga Rosana, en mis amigos de Tusquets, una de mis pandillas más antiguas, más queridas. Calculé el tiempo que había pasado desde que nos vimos por última vez, el 12 de marzo, y me asusté. Descubrí que necesitaba verles, tocarles a través del gel hidroalcohólico, sentarme con ellos a la misma mesa, compartir noticias, y risas, y cotilleos, un poco de la felicidad de antes. Ya estaba paladeando el vino de la cena cuando me enteré de que el maldito virus había suspendido las firmas del Paseo de Gracia, y desde entonces, a pesar de todo, de la tortura y del disparate, no tengo consuelo. No podré hacerlo en persona, pero quiero abrazar y besar desde aquí, con estas palabras, a los libreros, a los lectores, a los editores catalanes y, sobre todo, a los míos. Quiero pedirles que no se desanimen, que resistan con tenacidad y con alegría esta interminable desdicha, que crean conmigo que Sant Jordi es inmortal. Porque cuando volvamos a celebrarlo, no puede faltar ninguno.
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