Herramientas trucadas para un debate
Señalamos la necesidad de debatir, pero hay cosas que no estamos dispuestos a discutir. O quizá hay personas con quienes no estamos dispuestos a hablar
Todas las columnas supuestamente panorámicas —incluida esta— deberían tener un par de líneas en blanco, para incluir el punto ciego del articulista: una omisión a veces interesada pero a menudo tan natural que uno mismo no la percibe.
La mayoría de nosotros estamos a favor del pluralismo, excepto en algunos casos. Señalamos la necesidad de debatir, pero hay cosas que no estamos dispuestos a discutir. O quizá, con más frecuencia, hay personas con quienes no estamos dispuestos a hablar: el simulacro de debate se basa en buena medida en la falacia por asociación y el atajo cognitivo. A veces uno duda, pero esos mecanismos le tranquilizan: la cuestión va de afectos y de identidad. En las comparaciones operan también el kilómetro sentimental y sus variantes, entre las que destaca una especie de hipermetropía que nos permite ver con más claridad lo que sucede lejos que lo que tenemos cerca.
A menudo la sociedad se basa también en pactos decisivos que no se escriben y apenas se comentan; se dan por sentados. Por supuesto, la existencia de consensos también da su oportunidad al partido habitual o momentáneamente rupturista, que obliga a los demás a posicionarse: algunas de las propuestas pueden parecernos positivas y otras lamentables.
El debate del y tú más se combina con la pulsión de la imitación, en una época de “la dictadura de las comparaciones globales”, como dice Krastev, donde a veces es difícil copiar las virtudes pero es tentador reproducir los vicios. Muchas veces se pueden poner contraejemplos, matices, valoraciones. Un partido político critica a periodistas, pero nunca es el primero. Un medio está alineado con una formación: ¿no es todo el periodismo subjetivo? La mayoría de revistas, periódicos o cadenas de televisión se proclaman a favor de la pluralidad interna, pero todos tienen algún tipo de restricciones, explícitas o no: ¿no son todos iguales? Estamos familiarizados con este tipo de argumentación, que Theodor Adorno llamaba la táctica del salami: empiezas discutiendo detalles —su ejemplo: el número de víctimas en el Holocausto— para acabar sembrando dudas sobre el hecho central —el genocidio y sus responsables. La discusión va perdiendo factualidad y terminas aceptando comparaciones que, a primera vista, habrían resultado claramente aberrantes. Es un truco lógico, que dificulta la tarea intelectual básica de establecer distinciones. @gascondaniel
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