El insulto
El insulto utilizado por un político informa de la carencia de argumentos para construir un mensaje sólido y creíble, de un carácter intolerante y de una personalidad emocionalmente inestable, características que, en un sistema democrático, deberían ser suficientes para incapacitarlos para representar a los ciudadanos. Su uso destruye el debate sereno y reflexivo, y arroja al otro a la confrontación visceral y emocional. Algunos políticos naturalizaron los escraches, hasta que ellos los sufrieron, interrumpieron debates, y ahora defienden el insulto como argumento político, todo ello en defensa de la libertad de expresión, la suya claro. Su uso como estrategia política es propia de regímenes absolutistas y totalitarios. Por ello, su defensa en boca de un miembro del Gobierno transmite preocupación y alarma sobre sus verdaderas creencias democráticas.
Joaquín Gismero Brís. Torrejón de Ardoz (Madrid)
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