El aliento del lobo
Quien mejor ha olido el peligro de una Europa destruida por las rivalidades nacionalistas ha sido el Gobierno de Angela Merkel
De poco sirven las advertencias abstractas si no percibimos las amenazas concretas. Al parecer, la humanidad entera —sus Gobiernos, sus instituciones internacionales— estaba suficientemente advertida sobre el peligro. Ahora todos sabemos que lo sabíamos pero estábamos distraídos.
Hemos pasado esta experiencia con la pandemia, pero no es seguro que no volvamos a pasarla con sus consecuencias. La fuerza de la inercia nos induce a pensar que cuando todo termine abriremos las ventanas y encontraremos el mundo intacto, tal como estaba antes de todo esto, cuando lo más probable es que sea muy distinto y probablemente peor.
Es difícil el esfuerzo de la imaginación sobre cómo serán las cosas: el trabajo, la escuela, los transportes, los espectáculos... No se ha cerrado todavía el paréntesis, con la economía medio congelada, el virus campando a sus anchas y la amenaza de una segunda oleada para otoño. La promesa de la pronta salvación por las vacunas aviva una cierta esperanza, pero a estas horas escasea la fe en el futuro. La pasión más protectora todavía es el miedo, porque es el que guarda la viña de nuestras vidas.
Además de resguardarnos con mascarillas y distancia social, haríamos bien en afinar la mirada para entender esta vez los signos de las siguientes amenazas. Con la explosión de la pandemia en Europa, entre febrero y marzo, hemos tenido un atisbo de cómo seremos cuando todo termine si no espabilamos. Regresaron las viejas fronteras. Quedó coartada la libertad de circulación de personas y en peligro el mercado único. Cundieron y cunden la pobreza y la desigualdad. Surgieron los viejos nacionalismos en competencia por acaparar mascarillas y respiradores.Como si se hubiera declarado el sálvese quien pueda.
No es casualidad que quien mejor olió el aliento fétido del lobo fuera el Gobierno de Angela Merkel. Necesitamos Gobiernos efectivos, que promuevan la solidaridad entre sus ciudadanos y la solidaridad entre los europeos. Ya no vale el tabú del endeudamiento. Siendo hora de gastar, el gastar bien, muy bien, deberá ser el objeto de la buena política, como lo será el hacerlo solidariamente, mediante deuda europea para las necesidades de los europeos.
No es para evitar el hundimiento del euro. Tampoco para salvar el mercado único. Es para no regresar a las andadas, a la era del lobo, cuando Europa, con Alemania en su centro, estaba cuarteada por rivalidades nacionalistas y atenta al toque de corneta.
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