Alegría
El patógeno que recorre como un fantasma el mundo ha logrado una reideologización del personal muy superior a la ideologización que supuso en su día la lectura del 'Manifiesto comunista'


Mucha gente, tras una vida de llevarse bien, ha descubierto que se llevaba mal. Y todo por culpa del virus, que cuando sale en la conversación pone las afecciones de cada uno al descubierto. El posconfinamiento ha dado al traste con relaciones que habían soportado las pruebas más duras que quepa imaginar. No le preguntes a nadie cómo le cae Fernando Simón porque si no le gusta pero detecta que a ti sí, aunque sea un poquito, puede romperse una amistad antigua. El patógeno que recorre como un fantasma el mundo ha logrado una reideologización del personal muy superior a la ideologización que supuso en su día la lectura del Manifiesto comunista de Marx y Engels, con perdón.
Nada, pues, de mentar la pandemia ni de clasificar a los individuos según sus acuerdos o desacuerdos con el estado de alarma y con la apertura de Barajas, o como quiera que se llame ahora ese aeropuerto. Atendamos solo al humor de nuestros contertulios. Si lo tienen malo, huyamos como de la peste de ellos. Si bueno, reforcemos ese vínculo que podría ser el principio de una gran amistad, con independencia de las preferencias políticas de cada uno. El buen humor y el mal humor deberían ser los únicos criterios para unir o separar en el futuro próximo a los conciudadanos. Procuremos evitar la mala leche, ya que no está en nuestras manos controlar la de la naturaleza. Si coincide usted en una comida veraniega con alguien que, pese a la situación, transmite entusiasmo, optimismo, buen rollo, en fin, no se le ocurra preguntar a quién vota ni qué rayos piensa acerca del Gobierno de coalición. Súmese a esa corriente en la seguridad de que el buen ánimo va a constituir un ingrediente esencial para salir adelante. La alegría es una forma de progreso.
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