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Columna
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Del infierno

A su entrada, para siempre amenaza el lema allí escrito por el poeta florentino: Tú que entras, abandona toda esperanza. Esa advertencia tétrica podría aplicarse a algunas residencias de ancianos durante la pandemia

David Trueba
Una mujer en una residencia de ancianos en Madrid.
Una mujer en una residencia de ancianos en Madrid.Jesús Hellín (Europa Press)

Como sucede siempre, tuvo que ser la ficción quien consolidara la creación de una idea y la imprimiera en el subconsciente colectivo. Fue el caso del infierno, que hubo de esperar a la maestría de Dante para acabar de fundarse del todo. A su entrada, para siempre amenaza el lema allí escrito por el poeta florentino: Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate. Tú que entras, abandona toda esperanza. Por desgracia, esa advertencia tétrica podría aplicarse a algunas residencias de ancianos durante la pandemia. Ese sector ha sufrido un tremendo daño a su reputación, lo cual es injusto para la labor de muchos de sus trabajadores, algunos ejemplares y arrojados. Resultaron también piezas engullidas por un manejo de la situación peor que perverso. Más allá de la pelea partidista, sería necesario un proceso de reconversión. El elogio a quienes han hecho bien su trabajo tiene que venir acompañado de la revisión de todo lo que se ha hecho mal. Y frente a tantas declaraciones conviene tomar medidas. Algunas, urgentes. La Generalitat catalana, por ejemplo, ya ha apartado de manera preventiva a una empresa privada de la gestión de dos residencias públicas en Barcelona.

La semana pasada, gracias a un reportaje en este periódico, conocimos las declaraciones del empresario de ambulancias contratado en Madrid para gestionar el desborde de las emergencias durante los peores días de la crisis. La autoridad había nombrado a una persona carente de experiencia, contactada a través de los habituales canales de amiguismo, alguien que se permitió la humorada de bautizar su gestión de urgencia nada menos que como Operación Bicho. Hubiera bastado una neurona de sentido común para que los responsables del nombramiento lo revocaran al conocer que usaba ese apelativo en medio de la tragedia. Pero lo más sorprendente ha sido la ausencia de reacción judicial ante algunas de las escenas que relataba esa entrevista con el encargado de la supuesta medicalización de las residencias de ancianos. Según asegura, colocaba una pegatina negra en la puerta de las habitaciones donde detectaban a un interno moribundo, de nuevo, Dante en el recuerdo. Cuando se les acabaron los paliativos y sedantes, ni tan siquiera les administraban esa dosis de paz para que acabaran sus días en la soledad más absoluta.

Muchos de los internos ni siquiera morían por el coronavirus, según su versión, sino pasto del abandono de sus tratamientos, agonizantes en habitaciones en las que días después seguían, ya cadáveres, sin que nadie se ocupara de su refrigeración o traslado. La falta de personal llegó a tal punto que en una residencia el único trabajador le entregó la llave al entrar al enviado de emergencia y se marchó a su casa. El nombre de tal residencia permanece oculto en sus declaraciones, pero resulta raro que ningún juez haya convocado al día siguiente una rueda de testimonios para proceder a la detención del responsable de ese presunto delito grave. La imprevisión, la falta de recursos y el colapso ya lo conocíamos, pues de alguna manera lo llevamos votando décadas en que hemos favorecido esos negocios de empresas de capital riesgo y sectores ajenos a lo sanitario que han devorado los recursos para la salud y la gerencia geriátrica. Más que la fama y la persistencia, a todo escritor lo consagra la conversión de su apellido en un adjetivo de uso común. Lo dantesco define un estado de cosas infernal.

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