_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Alejina

Isabel Díaz Ayuso debe abandonar el poder por dignidad. La suya, si es que le queda alguna, y la de todos los madrileños

Almudena Grandes
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el pasado 25 de junio en la Asamblea de Madrid.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el pasado 25 de junio en la Asamblea de Madrid.FERNANDO VILLAR (EFE)

Isabel Díaz Ayuso no puede seguir presidiendo la Comunidad de Madrid ni un solo día más. Los resultados electorales, los apoyos puntuales, la habilidad para acordar, no tienen nada que ver con la imposibilidad de su permanencia. Cuando se declaró la pandemia, el desconcierto, la impotencia y la improvisación se convirtieron en el capital común de todos los gobernantes de este país. La situación era desastrosa para cualquiera, pero ella optó por preservar el legado de su partido y su porvenir político por encima de todas las cosas, vidas incluidas. Reconocer que la sanidad pública madrileña no estaba en condiciones de tratar a todos los enfermos que lo necesitaban, les habría dado la razón a quienes llevaban años denunciando que los recortes, las externalizaciones y las privatizaciones nos abocaban al desastre, pero habría permitido hacer las cosas de otra manera. Ayuso optó por evitar el colapso de su sanidad a cualquier precio, y el precio han sido todas esas personas mayores y abandonadas a su suerte que han expirado en las habitaciones de las residencias a cuyos directores se prohibió derivarlas a hospitales. No son audios, ni grabaciones, ni opiniones. Alejina era una mujer, y murió tan sola como una condenada a muerte, porque no le dieron opciones de sobrevivir. Su hija Ramona sabía por qué debía grabar sus llamadas al director de la residencia de su madre. El escándalo es mayúsculo, pero no tanto como el sufrimiento, la desesperación, la angustia de estas dos mujeres y tantas otras personas cuyos derechos fueron pisoteados sin piedad por quienes tenían la obligación de defenderlos. Isabel Díaz Ayuso debe abandonar el poder por dignidad. La suya, si es que le queda alguna, y la de todos los madrileños.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_