Lo urgente
La Unión necesita que sus líderes aprieten el acelerador del Plan de Recuperación
Lo más significativo de la cumbre europea celebrada ayer sobre el Plan de Recuperación lanzado por la Comisión son las apelaciones a la urgencia en aprobarlo, lanzadas por las dos líderes institucionales. En efecto, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, recordó a los reunidos —con la autoridad que le otorga haber ampliado el plan de expansión monetario más voluminoso de los tiempos recientes— su urgencia temporal, porque “lo peor está por llegar”, en forma de aumento del paro, y se necesita por tanto un programa de actuación “amplio, rápido y flexible”. También la titular de la Comisión, Ursula von der Leyen, enfatizó: “No podemos permitirnos ningún retraso”.
El arrepentimiento por la tardanza en reaccionar cuando la Gran Recesión sigue pesando positivamente en el ánimo de los gobernantes. La celeridad es consustancial a la naturaleza de la respuesta contra una crisis del tamaño de la actual. De lo contrario, el nerviosismo atenaza a mercados financieros y agentes económicos; se defraudan las expectativas de empresarios y consumidores; y se retroalimenta la crisis, ya que estas recesiones se multiplican y bifurcan hasta el infinito.
Por eso resultó también muy oportuno el recordatorio que hizo la canciller Merkel —tercera o, mejor, primera mujer en el proscenio— sobre que estos no son “tiempos normales” para las tradicionales, farragosas y a veces desesperantes negociaciones detallistas típicas del proceso decisorio europeo. El aplazamiento de los acuerdos hasta el último minuto; las “tomas de rehenes”; las búsquedas de contrapartidas en otras carpetas; o las amenazas de veto solo repercutirían en ralentizar una decisión que es muy urgente, porque la recesión se agudiza si no se combate contra ella con todas las armas.
Sentado el principio de que lo urgente, por definición, urge, debe reconocerse que la cumbre se desarrolló según lo esperado, previsto y milimetrado: una primera toma de contacto de los 27 para pulsar las posiciones de negociación, que debería culminar en acuerdo antes de la pausa veraniega, esto es, durante las cumbres a celebrar en el mes de julio, el primero bajo la presidencia alemana. Por un lado, para hacer honor a la urgencia del paquete, y para despejar el semestre en favor de enfocar otros asuntos clave como el final del Brexit, las negociaciones con China y la nueva presidencia norteamericana.
El contenido de las intervenciones siguió en general la misma pauta prevista. Lo más positivo es que todas respondieron al común denominador de asumir la necesidad, y la propuesta del Plan de Recuperación de Bruselas como “base” de la negociación. Ni siquiera los Gobiernos halcones —aunque se autodenominen frugales— pusieron seriamente en cuestión ni su cuantía (750.000 millones de euros) ni que una parte sustancial se dispense en subsidios (aunque prefieren préstamos). Y, tanto más que una condicionalidad estricta, vinieron a defender una supervisión del propio Consejo, en detrimento de la vigilancia de la Comisión.
Tampoco lograron nuevos aliados entre los socios del este, recelosos por el destino prioritario de los apoyos al sur, los más damnificados por la pandemia. Ni se retrocedió al momento previo a la formulación de la más tímida propuesta francoalemana. Pero queda mucho por hacer, y por convencer. Y el tiempo aprieta.
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