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Columna
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¿Y los jóvenes cuándo?

La realidad de la generación que se hizo adulta con la crisis del 2008 debería ser objeto de algo más que un salvamento de coyuntura

Pepa Bueno
Un joven posa en la caja del supermercado en el que trabaja en Madrid.
Un joven posa en la caja del supermercado en el que trabaja en Madrid.Andrea Comas

Agotadas las hipérboles, la dictadura constitucional, el peligro bolivariano y la restricción de movimientos, a partir del lunes que viene desaparece el estado de alarma y viviremos dentro de un epígrafe con ese nombre espantoso y distópico de nueva normalidad.

Nada nueva para los jóvenes españoles, que, otra vez como en cada crisis, son los primeros en perder sus empleos. Según el barómetro de Eurostat del mes de abril, el paro joven español encabezaba todo el europeo. Y según el estudio Juventud en riesgo, publicado estos días por el Instituto de la Juventud y el Consejo de la Juventud, la pandemia ha aumentado en un 33% el número de jóvenes en paro, con respecto a abril, y en un 84% la demanda de empleo en este segmento de la población.

Hay que resolver todas las vulnerabilidades que provoca esta situación inédita, pero la realidad de la generación que se hizo adulta con la crisis de 2008 y una década después se encuentra con este tsunami, debería ser objeto de algo más que un salvamento de coyuntura. Afecta a la calidad de sus empleos, a los sueldos que cobran, a las casas en las que pueden vivir y a las expectativas de tener o no tener hijos, en definitiva, a la posibilidad de ir construyendo un proyecto de vida digno de tal nombre.

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La profunda renovación generacional de la política española no ha servido para poner el foco en sus problemas. Nuestra curva demográfica es la que es, hay más votantes mayores, y eso está dejando a la intemperie a los que tienen que tomar el relevo algún día.

Han cumplido mayoritariamente un confinamiento muy estricto a la edad de saltarse todas las imposiciones; se han colocado la mascarilla; han aplazado viajes o encuentros; algunos han trabajado en una sanidad de guerra siendo estudiantes todavía; y ahí siguen, esperando.

Y si se atreven a hacer preguntas, pueden encontrarse con una multitud de señores con la vida hecha que, en tono atronador, les advierten de que las reglas del juego que ellos establecieron no se tocan, o al presidente de una universidad católica amenazando con el demonio, o a un coro multidisciplinar con toda clase de admoniciones sobre los riesgos del mundo digital, en el que ellos empezaron a moverse antes de saber andar.

Mucha paciencia tienen. @PepaBueno

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