_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Terrorismo

Sólo una cosa tenía clara: que ser antifranquista no era ser demócrata

Fernando Savater
Socavón que dejó el atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco, en la calle Claudio Coello de Madrid, el 20 de diciembre de 1973.
Socavón que dejó el atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco, en la calle Claudio Coello de Madrid, el 20 de diciembre de 1973.

Fue en los años setenta del siglo pasado. Un grupo de españoles, unos exiliados en Francia y otros que entrábamos y salíamos de forma poco legal, nos reunimos en la Universidad parisina de Nanterre con estudiantes e intelectuales franceses para discutir sobre el final del franquismo y el futuro de España. La figura más destacada del equipo galo era Jean-François Lyotard, luego padre de la condición posmoderna; entre los españoles, el más respetable era Agustín García Calvo. Se planteó el tema del reciente atentado contra Carrero Blanco y Lyotard lo ensalzó como si fuese una gesta grandiosa, nuestro rescate de la dictadura. Aparte de otros motivos igualmente frívolos, supongo que quería decir lo que más agradase a su audiencia de jóvenes antifascistas. Me atreví a contradecirle: un magnicidio como ese era un acto de guerra, y las guerras las ganan siempre los militares, de un bando u otro. Yo no quería un futuro para España dictado por otros militares, que en nada me parecían más fiables ni atractivos que los que ya padecíamos desde hace tanto, sino un Gobierno de civiles, democráticamente constituido. Saber poner bombas no es un mérito ciudadano. Era yo aún más ingenuo que ahora, pero no iba del todo desencaminado.

Ni decir tiene que también en España muchos pensaban como Lyotard. Creían que liquidando a Carrero los etarras habían decapitado al heredero de Franco. Las ejecuciones luego de miembros reales o supuestos de ETA y el FRAP, juzgados sin las mínimas garantías, reforzaron las simpatías por la práctica terrorista. Mis dudas no hicieron más que crecer y hacerse más lúgubres. Sólo una cosa tenía clara: que ser antifranquista no era ser demócrata. Y que, como advirtió Albert Camus, en política son los medios los que justifican el fin.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_