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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Daño incalculable

Trump atiza la tensión racial y sigue socavando las instituciones de EE UU

Manifestantes en Lafayette Square en Washington a raíz de la muerte de George Floyd.
Manifestantes en Lafayette Square en Washington a raíz de la muerte de George Floyd.DANIEL SLIM (AFP)

Estados Unidos se enfrenta a una de las crisis más graves de las últimas décadas con un sistema político bajo tensión, una sociedad quebrada y el peor presidente imaginable en la Casa Blanca. La gestión de más de 100.000 muertos por la covid-19, de 40 millones de desempleados y de la mayor recesión desde la Gran Depresión supondría una dificultad sin precedentes incluso para el mandatario más decente y experimentado. Con Donald Trump, la situación se vuelve explosiva, como lo ha demostrado esta semana al avivar la tensión, en vez de calmarla, durante las protestas mayoritariamente pacíficas por la muerte en Minneapolis, el 25 de mayo, de un hombre negro a manos de un policía blanco. Todo esto sucede en un año electoral, cuando los ciudadanos de la primera economía del mundo y primera potencia militar se preparan para decidir el 3 de noviembre si el republicano Trump continúa cuatro años más o lo sustituyen por el demócrata Joe Biden.

Al jurar el cargo el 20 de enero de 2017, Trump anunció que pondría fin a lo que hiperbólicamente llamó “la carnicería americana” para referirse a la supuesta herencia de declive que le dejaba su antecesor, Barack Obama. El paisaje, tres años y medio después, sí es desolador: imágenes de edificios en llamas y de militares desplegados en núcleos urbanos, saqueadores en los comercios del centro de Nueva York y otras grandes ciudades, toques de queda y un presidente que, en uno de los momentos más complicados de la historia reciente de un país internamente sometido a una polarización extrema y en el exterior desafiado en su hegemonía mundial, echa gasolina al fuego y confía en sacar réditos electorales presentándose como el candidato de la ley y el orden. A la catástrofe sanitaria y económica, compartida con otros países golpeados por la pandemia, se añade otra que el propio presidente no ha tenido empacho en usar desde que se lanzó a la política: el racismo, trauma fundacional de Estados Unidos.

Las tensiones actuales no han empezado con Trump. La historia de la discriminación contra la población procedente de África podría remontarse hasta 1619, cuando llegaron los primeros barcos con esclavos a las colonias británicas en América del Norte. La esclavitud desencadenó en 1861 una guerra civil que terminó cuatro años después con su abolición, aunque dio paso a un siglo de segregación legal en los Estados del Sur. El fin de la segregación en los años sesenta no terminó con la discriminación. En la educación, en la vivienda o en el trabajo, los descendientes de los esclavos siguieron sufriendo desventajas. Y ante la ley y el orden. Los negros de EE UU representan un 33% de la población carcelaria y un 23% de las víctimas mortales de la policía, mientras que suponen un 13% de la población total, según datos del Pew Research Center y de la web Mapping Police Violence. Obama, el primer presidente afroamericano, no pudo remediarlo.

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Trump, en vez de intentar buscar alguna solución, agrava la crisis. En vez de unificar una nación, la separa. En vez de curar las heridas, las reabre con sus palabras incendiarias y ofensas a las minorías. En vez de buscar la cooperación con los Estados o de la oposición para gestionar una crisis compleja —sanitaria, económica, racial—, ha instalado la improvisación en el centro del poder planetario. En vez de defender el interés nacional, sus instituciones y los valores que este país representa, los socava desde el mismísimo Despacho Oval, y permite a la autoritaria China mostrarse como potencia ejemplar y como factor de orden frente al caos de la democracia estadounidense, potencia en retirada. Nada de esto es nuevo, nada debería sorprender, pues ha sido el método del presidente de Estados Unidos desde que llegó al poder. Y en otro contexto, con crecimiento económico y estabilidad internacional, quizá los daños serían limitados. Ahora, con la pandemia aún activa, una gran recesión en marcha y la perspectiva de un cambio de liderazgo mundial, el daño es incalculable.

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