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Columna
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Se trata de democracia

Por muy convulso que parezca el panorama, en lo que respecta a EEUU conviene no subestimar la fuerza de su democracia

Jorge Marirrodriga
Actos de vandalismo en las cercanías de la Casa Blanca.
Actos de vandalismo en las cercanías de la Casa Blanca.Evan Vucci (AP)

Aunque parezca que ha transcurrido un siglo, apenas hace 139 días se registró una explosión en una planta química de Tarragona a resultas de la cual una tapa metálica salió por los aires y voló una distancia de tres kilómetros hasta dar con un edificio. Pero en vez de impactar contra la fachada, entró por una ventana –que probablemente estaba abierta– y, desgraciadamente, causó un derrumbe que mató a una persona que se encontraba en el piso inferior. Desde lo del “hombre muerde a perro”, los periodistas queremos creer que estamos habituados a las noticias sorprendentes, pero esta, habiéndose producido a primeros de año, parecía haber cubierto el cupo de 2020. Que va. Era solo el principio.

Si en la misma fecha alguien hubiera planteado un Estados Unidos azotado por una pandemia con millones de infectados y decenas de miles muertos, centenares de miles de empresas quebradas, decenas de millones de desempleados, ciudades en toque de queda vespertino, saqueos y multitudes enfurecidas ante una Casa Blanca con la luz cortada dentro de la cual el presidente desde un bunker subterráneo en vez de dirigirse a la nación lanza amenazas por Twitter, quienes le escucharan dirían que era más posible que se repitiera lo de la tapa de Tarragona.

Mejor no imaginar qué será lo siguiente, más que nada porque ni siquiera estamos a mitad de año, pero en lo que respecta a EEUU, conviene no subestimar la fuerza de su democracia. Por muy complicados y caóticos que parezcan estos momentos, la democracia estadounidense los ha vivido bastante peores, incluyendo la secesión de una parte notable de su territorio cuando se abolió la esclavitud –coincidencias de la historia; el problema racial otra vez– y una posterior guerra civil cuyo resultado era previsible, como siempre sucede, solo a toro pasado.

Aunque todo parezca tremendo –y en cierta medida lo es— a ese país que eligió desde el primer momento de su fundación el sistema democrático le ha pasado de todo. Y en todos esos momentos nunca se ha puesto en cuestión que el modo de convivencia elegido sea la democracia. Quienes protestan pacíficamente, que son la mayoría, no exigen un cambio de régimen sino precisamente que este se aplique en su totalidad en un principio tan democrático como la igualdad de derechos entre los ciudadanos, sean del color que sean, y el principio de que nadie está por encima de la ley vista sudadera o uniforme de policía. Quienes saquean y queman van a otra cosa. Y quienes desde fuera se sonríen diciendo “ya te lo dije, están acabados”, también.

Una democracia no es un sistema perfecto e inmutable. Que eso ya existe en China, claro que sí. Una democracia es un follón monumental donde nunca nada está completamente arreglado. Cuando lo está, resulta que hay que cambiarlo porque se ha quedado viejo. Y todo lo que parece funcionar se está estropeando constantemente. En resumen: es un sistema humano y como tal lleno de fallos, contradicciones e incluso bronca entre quienes pretenden defender lo mismo. Es un sistema inverosímil. Pero ahí sigue.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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