Cuando quiebra la confianza
Si se recela del Gobierno, el edificio social se desmorona. Reina la incertidumbre, el estado de sospecha
Cuando quiebra la confianza, el edificio social se desmorona. Reina la incertidumbre, el estado de sospecha. Ya íbamos escasos de confianza sobre la virtud de esta oposición derechista de ejercer como fuerza civilizada; la deriva del pujolismo hacia una acracia anciana; y el inconcluso regreso de Ciudadanos al centro... cuando saltó la peor vicisitud del Gobierno desde que lo es. El pacto contra natura con Bildu, y contra su propio programa de coalición, que solo concretaba una derogación parcial, y no total, de la reforma laboral.
Parcial y total no son compatibles, como no lo son las declaraciones sobre el asunto de dos vicepresidentes clave, Nadia Calviño y Pablo Iglesias, por más que se empeñe en ello el presidente, Pedro Sánchez. Podrá comprenderse que se resista a invitar a quien viola el pacto de coalición a que deje el proscenio, y sustituirlo por otro de su partido más leal, que trabaje más y charlotee menos: los hay, de Alberto Garzón a Yolanda Díaz. Y sin romper la coalición. También, quizá, que mantenga en su puesto a la fiel Adriana Lastra, aunque firme papeles que, se asegura, nunca leyó previamente, ¡Dios santo!
Es su opción y su competencia, tiene derecho a equivocarse. También lo tuvo Pasqual Maragall al dudar horas de si debía cesar a Carod-Rovira por su viaje ultra vires a Perpinyà: hay roces que la estabilidad del sistema, y la memoria histórica, no perdonan. Y caro que lo pagó. Pero tendrá Sánchez que sacarse algún otro conejo de la chistera para reparar la quiebra de la confianza en el Gobierno —la que hubiese— que esta movida ha arruinado. Alguna prenda, garantía, reconocimiento de que se actuó rematadamente mal. Pues si es buena el agua y bueno el aceite, y su mezcla, ¿cómo distinguir lo correcto de lo letal?
Cuando quiebra la confianza, se restaura, se restablece. Si ni siquiera se intenta, priman las inquietudes: ¿quién manda aquí, el presidente o el vicepresidente que pone en tela de juicio el programa del Gobierno? ¿Cuál es el auténtico programa, el acordado, o el del partido minoritario? ¿Hay límites morales en la política de alianzas? ¿Vale igual un exterrorista que no condena su pasado que un transfranquista que ensalza al de papá? ¿Es que valen algo? ¿Cómo se garantiza a los aliados de la investidura que no se los sustituye en coyundas de ocasión con sus rivales? ¿Qué seguridad jurídica sobre las próximas medidas suscita quien corroe la de las pasadas? Si quieren combatir el nihilismo, aclárenlo. Si no, sigan colgados del alambre. Mucha suerte.
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