Los tremendos días que aguardan a Argentina
El pico de la pandemia encontrará al país sudamericano en medio de una dura negociación por evitar el ‘defalut’ de su deuda externa
En pocas horas, la cuarentena argentina habrá cumplido dos meses exactos. En términos sanitarios, los resultados han sido notables: apenas 374 personas fallecieron, y hay solo 150 internados en terapia intensiva. Casi no hay país en América o en Europa, y mucho menos de la dimensión de Argentina, que apenas haya sufrido ocho muertos cada millón de habitantes. Ese milagro se apoyó en dos pilares: la confianza absoluta de la conducción política en las recomendaciones de la comunidad científica y la articulación de un consenso entre oficialismo y oposición, nada habitual para un país acostumbrado a divisiones terribles.
Sin embargo, esa historia no está terminada. Lo más duro está por venir. Y eso no solamente por el aspecto sanitario, sino porque la economía ha entrado en un camino de cornisa muy riesgoso, y por razones que no solo tienen que ver con el parate producido por la pandemia.
Los organismos sanitarios dividen a los países entre aquellos que están a punto de controlar el coronavirus —la mayoría de los asiáticos—, aquellos donde ya pasó lo peor, pero aún deben enfrentar desafíos —la mayoría de los europeos— y los que se deslizan claramente hacia sus días más oscuros. Argentina está entre ellos: la curva de casos trepa en una dinámica cada día más empinada y está lejos aún de pegar la vuelta. Todavía eso no se expresa en una presión significativa sobre el sistema sanitario ni en la cantidad de fallecidos. Pero parece ser solo cuestión de tiempo.
En la vida, siempre hay optimistas y pesimistas. Los primeros creen que en estos dos meses el sistema sanitario se fortaleció mucho y podrá resistir el embate, y que la cuarentena temprana evitará que los picos sean demasiado altos. Al fin y al cabo, en todos los países de Europa la curva fue similar pero su dimensión numérica fue diferente según la rapidez en que cada sociedad adoptó alguna forma de cuarentena. Los pesimistas consideran que nada está escrito y que la pobreza, el hacinamiento en los barrios populares, entre otros motivos, anticipan una explosión de casos que puede derivar en situaciones muy dramáticas.
En esta dinámica se verá si la diferencia de estrategias deriva en resultados realmente distintos. Será interesante comparar a Argentina con Brasil. En Argentina, hay una política establecida, muy convalidada por oficialismo y oposición. En Brasil, todo es un caos: un presidente enardecido e incoherente que incita a la gente cada día a suicidarse y al que le renunciaron dos ministros de Salud en medio de la pandemia. Esa diferencia ha producido 15.000 muertes en un lado y solo 360 en el otro. Tal vez sea central para que los dolores que el virus provoque en Argentina sean mucho más moderados.
Pero, a esos desafíos, Argentina le debe agregar la aparición de los fantasmas de siempre. En las últimas horas, por ejemplo, se ha disparado el valor del dólar. No se trata, como en la mayoría de los otros países, de un precio oficial, porque la compra de divisas está limitada al mínimo en el país, y eso hace que el Gobierno pueda manejar su precio. Pero la demanda se dirige entonces a formas alternativas de acceso al dólar: compra del billete en “cuevas”, o sea, negocios ilegales, o compra a través de maniobras legales con bonos. Cuando un mercado quiere un bien, y el Estado se lo prohíbe, se producen estas cosas: un mercado negro o paralelo.
Ante cada situación de incertidumbre, los argentinos se han volcado al dólar por décadas. Eso produce una caída de reservas, y reduce recursos para la importación de insumos o para el pago de deudas. Es uno de los principales dramas del país. La pandemia ha incentivado esos reflejos. Pero a ello se le suma que Argentina está a punto de entrar, una vez más, en el default de su deuda externa, con lo cual la incertidumbre se potencia y, con ella, la demanda de divisas, que es una manera muy argentina de protegerse del diluvio.
Los acreedores de la Argentina se relamen ante esta situación. Las perspectivas de default, en medio de la pandemia, produce fuga de depósitos y caída en las menguadas reservas. Eso genera, naturalmente, que el Gobierno se sienta más inclinado a ceder posiciones en una negociación donde se juegan miles de millones en cada punto y coma.
Esa es la alternativa que enfrenta el presidente Alberto Fernández: aceptar un acuerdo que deje a Argentina muy vulnerable en un par de años o uno que lo empuje al abismo en apenas dos semanas. Tiene apenas hasta el viernes para resolverlo sin caer en una nueva cesación de pagos.
Y todo eso en medio de los peores días de la pandemia.
Cada país enfrenta al coronavirus con sus fortalezas y debilidades. Estados Unidos y Brasil debieron hacerlo con el peso de las conducciones de Donald Trump y de Jair Bolsonaro, que provocaron tragedias espantosas. Argentina, hasta ahora, evitó ese horizonte. Pero debe lidiar con su conocida tendencia a caer en crisis financieras extremas, que se suma a las crisis que afectan a todo el mundo. Es un país donde, en los últimos años, los pobres pasaron de ser el 25% al 40% de la población. Ya todo estaba mal antes de la llegada del virus. ¿Cuánto peor se puede estar?
Quizá, por una vez, se hagan las cosas bien y el país de las eternas crisis haya evitado una tragedia horrible.
Pero nada está escrito.
Es hora de cruzar los dedos.
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