Los cambios que demanda el coronavirus en México
Un análisis de 131.000 casos revela que los principales aliados de la enfermedad son las paupérrimas condiciones de vivienda del país, la avaricia de la industria alimentaria y los monopolios
Desde el inicio de la pandemia el Gobierno mexicano declaró que se podrían infectar hasta 84 millones de habitantes por coronavirus. Las declaraciones, con implicaciones fatídicas, fueron preocupantes, pero se olvidaron. No cobraron vida sino hasta hace un par de días cuando, contra todo pronóstico, México anunció que pronto abriría su economía.
México no cuenta con datos que permitan identificar si existen casos de coronavirus en todos sus municipios y ha sido severamente criticado por tener problemas de subregistro debido a que muchas personas mueren sin que se les administre una prueba. Aun así, el país pronto comenzará a reactivar actividades en cientos de municipios, y ha cedido a reclasificar a la construcción, la minería y la fabricación de autotransportes como industrias esenciales a pesar de que múltiples muertes han sido rastreadas a las actividades de esta última.
La decisión selló el futuro contagio de millones de mexicanos y por ello, demanda un cambio radical en las prioridades de la discusión pública. Urge transitar de discutir quién se contagia a entender quiénes son los que, ante un inminente contagio masivo, no sobrevivirían. A ellos debe protegerse.
Este artículo lo hace. Utilizando los datos abiertos de la Dirección General de Epidemiología del Gobierno Federal mexicano, desarrollé un modelo binomial que identifica qué factores están asociados con tener mayor riesgo de morir por coronavirus en México.
Los resultados del modelo desnudan a la covid-19 como lo que es: una enfermedad desigual y desigualizante. Una pandemia que encuentra su principal aliado en las paupérrimas condiciones de vivienda de México, y que avanza, cargada en hombros, por la avaricia sin cortapisa de la industria alimentaria y otras empresas con poder monopólico.
Aún más importante, los resultados dejan una clara moraleja para el presidente mexicano. Su proyecto de transformación pública no domará al coronavirus a menos de que López Obrador se transforme a sí mismo primero.
El reto que él tiene es grande. Deberá cambiar de raíz su política social, atreverse a cobrarle impuestos a los más ricos y trastocar los cotos del poder económico que, aún a casi dos años de iniciado su sexenio, se mantienen intactos. Si no lo hace, la pandemia cobrará vidas.
Los datos analizados
Este artículo analiza 130.383 casos sospechosos de coronavirus para saber cuáles son las variables asociadas con mayor riesgo de muerte. Los datos incluyen la totalidad de las personas que han tomado la prueba hasta el 10 de mayo, 34.957 casos confirmados y 3.463 muertes.
La prueba se hace junto con un estudio clínico. Accedí a esos datos también. Así, conozco el género, edad y la condición de salud de cada paciente. Puedo saber si estaba embarazada o si tenían diabetes, obesidad, inmunosupresión, enfermedades cardiovasculares, asma, hipertensión, problemas renales, enfermedad pulmonar u otras complicaciones.
Conozco también sus condiciones socioeconómicas. Sé dónde residen y si su hogar se encuentra en un municipio pobre o desigual. Puedo determinar si son hablantes de lengua indígena o migrantes, o si viven en ciudades o áreas rurales. Pude observar, por ejemplo, la probabilidad que tienen de habitar en condiciones de hacinamiento, y de tener acceso a servicios básicos como drenaje, agua entubada y piso sólido. Medí también el acceso a seguridad social, a instituciones de salud y a niveles de alimentación adecuados. Supe qué hospital los atendió y si fue uno público o privado.
Los datos son muy ricos, pero no ideales. Esto se debe a que en México las pruebas se administran solo mediante un muestreo de personas que asisten a hospitales y que, por tanto, ya tienen síntomas. La intención del muestreo es inferir el número total de contagios. La idea es excelente, pero está mal implementada pues omite tomar muestras de pacientes asintomáticos, y no reporta la inferencia final de contagios totales.
Más aún, los datos parecen tener algunos errores. Se atribuyen dos casos de coronavirus a municipios que no existen y se documenta con edad cero a 523 pacientes, 48 de ellos con covid-19 comprobada. Aun así, trabajé con estos datos porque es lo mejor que tenemos hasta ahora. Los resultados mostraron patrones sólidos aun usando varias especificaciones.
¿Quién muere de coronavirus?
El factor más importante asociado con morir de covid-19 en México es vivir en hacinamiento. Compartir un dormitorio con tres personas o más se correlaciona con un incremento de 3,4 puntos porcentuales en la probabilidad de morir. Para poner esto en perspectiva, esto significa que, una vez que se consideran factores de salud, vivir en condiciones de alto hacinamiento es más peligroso que tener edad avanzada.
Las tasas de mortalidad son abismalmente diferentes dependiendo del hacinamiento. Por ejemplo, mientras que en el 10% de los municipios más hacinados de México, 13 de cada 100 personas que adquieren el virus mueren, en el 10% menos hacinado, solo mueren 8.
De hecho, considerando solo los municipios que han registrado al menos 10 casos de la covid-19, la población con mayor tasa de mortalidad de todo México es Novalato. Un municipio, conocido por su importancia para el Cártel de Sinaloa, donde muere el 40% de las personas que contraen el virus y 43% viven en hacinamiento.
El hacinamiento es el resultado de décadas de pobreza y de políticas de vivienda erradas. Las familias crecen y las parejas jóvenes no tiene ingresos suficientes para establecerse en viviendas independientes. No hay presupuesto ni para rentar, ni para ampliar lo que se tiene.
Los pocos trabajadores que han logrado comprar una casa han sido presa de un perverso diseño de subsidios y créditos que los ha llevado a endeudarse con la compra de casas en la periferia. Al paso del tiempo, la dificultad de acceso a servicios y de transporte hace que abandonen sus compras y prefieran vivir, hacinados, con otros familiares en casas pequeñas más cercanas a los centros urbanos.
Esta política ha enriquecido a compañías constructoras que, con tal de vender, otorgan créditos por 20 años a personas de 55 años, en un país donde la esperanza de vida es menos de 75. El trabajador ha sido víctima de prácticas de vivienda predatorias por décadas y ahora, como consecuencia, lo será también el coronavirus.
Otra variable que está fuertemente asociada con la probabilidad de muerte por covid-19 es ser obeso o tener diabetes. Ambas enfermedades son tan malas como tener enfermedad renal crónica o inmunosupresión, y tienen doblemente más impacto en la probabilidad de muerte que la hipertensión.
Así, la tasa de mortalidad por covid-19 es tres veces mayor en los diabéticos obesos que en los que no tienen estas condiciones, pasando de 6,6% a 21,3%. Las personas obesas muestran una tasa de mortalidad de 14%.
Este descubrimiento, de confirmarse en futuros estudios clínicos, sería muy grave. En México el 13% de las personas tienen diabetes y 73% sobrepeso u obesidad. El país es más diabético que el 90% del mundo y tiene mayor sobrepeso que cualquier país de Latinoamérica.
Con el fin de mejorar la nutrición de los mexicanos, el Gobierno había establecido que a partir de octubre de 2020 los productos procesados debería contener etiquetas frontales que mostraran con claridad cuando un producto es demasiado alto en azúcares, grasas saturadas o sodio. La medida causó una lluvia de amparos por parte de la industria alimentaria y eventualmente fue aplazada 120 días ante la pandemia.
La industria ha argumentado que el etiquetado frontal no sirve de nada, algo que no es verdad. En países donde se ha implementado las fórmulas de producción de alimentos han cambiado para hacerse más sanas. El etiquetado debe venir acompañado de otras medidas pero ello no quiere decir que no sirva.
Finalmente, vale la pena destacar que hay algunos Estados que tienen tasas de mortalidad más elevadas. Estos tienen la característica de ser pasos fronterizos (Chihuahua, Baja California y Coahuila), centros turísticos (Quintana Roo), o Estados cercanos a grandes zonas metropolitanas (Tlaxcala e Hidalgo). El rol que la migración doméstica está jugando en las tendencias de la pandemia deberá ser explorado con más detalle.
¿Qué no aumenta la probabilidad de morir?
El modelo también puede mostrar los factores que se asocian con reducciones en la probabilidad de morir de covid-19. Al respecto, los resultados muestran que los municipios que cuentan con una alta concentración del ingreso tienden a tener menos muertes.
Este resultado, contraintuitivo, puede deberse a que en esos municipios las personas de mayores ingresos tienen acceso a más pruebas de coronavirus, o a que una parte de los habitantes, las personas con más recursos, pueden laborar desde sus casas y seguir de forma más estricta la cuarentena. En México, los pobres solo pueden recibir la prueba en hospitales públicos cuando tienen síntomas, mientras que las personas con dinero pueden pagar pruebas a placer.
Es importante destacar que, ni los bajos ingresos, ni la informalidad, resultaron ser predictores significativos de la mortalidad por coronavirus. Esto es altamente relevante en México. Mucho se ha discutido el rol que está jugando la pobreza en impedir que las personas puedan seguir la cuarentena. Sin duda la falta de ingresos puede estar relacionada con mayor probabilidad de contagio. Sin embargo, una vez infectada una persona, el ingreso no parece estar relacionado con diferencias perceptibles en la probabilidad de muerte. O al menos, eso es lo que se puede concluir con los datos que tenemos hasta ahora.
La falta de servicios en la vivienda tampoco parece estar asociada con mayores muertes por covid-19. Tener pisos de tierra, falta de drenaje e incluso de agua potable, no aumenta la probabilidad de muerte. El que los pacientes tengan alta probabilidad de tener carencia alimentaria o rezago en el acceso a seguridad social o salud, no tiene un impacto en la mortandad.
Si bien, una vez analizados todos estos aspectos, los hombres tienden a presentar una tasa de mortalidad mayor que las mujeres, la diferencia es casi imperceptible. Tampoco se encuentra un efecto significativo en el tamaño de la localidad, ni en la condición de hablante de lengua indígena.
¿Cómo reducir las muertes?
Si los principales asesinos de la pandemia son el hacinamiento y condiciones previas, como la obesidad y la diabetes, la única forma humanamente viable de abrir la economía mexicana es que López Obrador haga dos cosas que no quiere hacer: aumentar la recaudación mediante una reforma fiscal progresiva y cortar sus ligas con empresarios que gozan de poder de mercado.
La reforma fiscal es necesaria porque combatir la obesidad y la diabetes requieren una inversión sin precedentes en el sector salud. Ante el contagio, las personas deben ser capaces de recibir la más alta atención médica si tienen estas condiciones. Esta inversión requerirá un aumento importante en el gasto público que, hasta ahora, se ha mantenido en niveles similares a los de países de África Subsahariana.
Más aún, la política social de López Obrador, que está enfocada mayormente en atender a pobres rurales, deberá cambiar su foco a áreas de altos niveles de hacinamiento. La política actual no atiende directamente a personas viviendo en hacinamiento en áreas urbanas.
México deberá tener una discusión seria sobre urbanismo. En el corto plazo, será necesario tener espacios para que cuando una persona que vive en condiciones de hacinamiento se enferme, pueda vivir fuera de su hogar. En el mediano plazo se deberá cambiar la política de vivienda de formas que se incremente la disponibilidad de vivienda en zonas cercanas al trabajo, y se distribuyan las fuentes de trabajo en distintas zonas metropolitanas.
Décadas de abusos por parte de la industria alimentaria también tendrán que pararse en seco si se quiere reducir la mortandad del coronavirus. Deberá obligarse a tiendas de autoservicio a tener disponibilidad de productos saludables de forma que se pueda prevenir la obesidad. Además, será importante aumentar los sueldos y la capacidad de consumo de los mexicanos pues la falta de competencia en los productos de consumo básico ha hecho que éstos tengan un precio demasiado elevado.
Para lograrlo, el Gobierno deberá luchar en conjunto con la Comisión Federal de Competencia Económica como parte de sus políticas para reducir la pobreza. Solo otorgar cheques a las personas no es suficiente si el dinero termina gastándose en corporativos con prácticas monopólicas.
El coronavirus deberá ser un catalizador de la forma de hacer política en México y de las relaciones entre los poseedores del dinero y los del poder. Sin ello, el único que morirá será el hacinado y el enfermo. La tragedia se contará en vidas perdidas.
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