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Columna
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¿Quién teme al lobo?

Pekín sabe que tiene poco tiempo para intentar cambiar el orden internacional a su favor

Eva Borreguero
El presidente de EE UU, Donald Trump, junto al presidente de China, Xi Jinping, en junio de 2019 durante el G20 en Japón.
El presidente de EE UU, Donald Trump, junto al presidente de China, Xi Jinping, en junio de 2019 durante el G20 en Japón.Kevin Lamarque (Reuters)

Portavoces del Ministerio de Exteriores chino se han lanzado a una combativa campaña en las redes, en réplica a los tuits de Donald Trump. La nueva diplomacia del “lobo guerrero” toma el nombre de una patriótica y exitosa película china de acción. Esta estrategia de comunicación representa “un cambio en la relación de fuerzas entre Occidente y China” al desempeñar el protagonismo en el sistema del poder mundial, publicaba el oficialista Global Times el 16 de abril: “Los días en que China era sumisa han pasado”. Aviso para navegantes. Ciertamente, Pekín ha mostrado una capacidad de reacción y reflejos envidiable al convertir el desastre inicial de la pandemia en un relato de éxito. Las medidas draconianas permitieron contener la propagación del virus. Acto seguido, como ave fénix que remonta el vuelo sobre sus cenizas, Xi Jinping lanzó una ofensiva internacional de poder blando y poder duro, combinando ofrecimiento de ayuda médica y desinformación, llamadas telefónicas a presidentes y expulsión de periodistas críticos, imágenes de liderazgo en ausencia de EE UU, y avance de posiciones militares en el mar del Sur de China.

Si nos remitimos al origen de los hechos, la perspectiva cambia. La propia aparición de la covid-19 es en sí un indicador de las tensiones internas del sistema, del desajuste entre el mercado laboral en las zonas rurales y urbanas. Sin olvidar unas prácticas culturales, de un lado mediante el consumo incontrolado de productos alimenticios en mercadillos que ponen en riesgo su salud (y la nuestra), más una demanda mágico-medicinal que empuja a la extinción de especies salvajes como el tigre y el rinoceronte. Finalmente, la diplomacia de la mascarilla se ha convertido en una diplomacia de poder enmascarada, y cada vez son más las voces que denuncian al PCCh por su utilización de las estructuras liberales globales, cuyos valores democráticos cuestiona, para alcanzar la hegemonía e imponer sus criterios. Nadie diría que en 1974 Den Xiaoping ante la ONU declaró que “China no es una superpotencia, ni buscará jamás serlo”.

En la UE han saltado las alarmas por manipulaciones cibernéticas desinformativas y ha surgido el miedo a que los holdings de empresas chinos aprovechen la caída de las Bolsas para adquirir activos estratégicos a precios de liquidación. Y China endurece las condiciones de devolución de préstamos a países pobres y con la covid-19.

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Donald Trump también contribuye lo suyo, y el cruce de acusaciones mutuas llega a una agresividad más allá de la Guerra Fría. Ante la coyuntura del momento, afirma el sinólogo italiano Francisco Sisci, Pekín sabe que tiene poco tiempo para intentar cambiar el orden internacional a su favor. La excepcionalidad actual requiere, más que nunca, de la cooperación internacional para abordar los desafíos de la pandemia. Sin por ello olvidar que en una situación de crisis severa puede realizarse la indeseable premisa hobbesiana de que el hombre sea un lobo para el hombre.

@evabor3

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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