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Tribuna
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El buen hacer de las mujeres líderes

Como “recién llegadas” al poder han estado menos influidas por las reglas no escritas de la política

Marta Fraile
La presidenta de Estonia, Kersti Kaljulaid.
La presidenta de Estonia, Kersti Kaljulaid.MICHAELA REHLE (Reuters)

El buen hacer de las líderes de los países que mejores resultados están teniendo en la gestión de la crisis del coronavirus se está aplaudiendo en medio mundo y ha generado un sugerente debate: ¿gobiernan mejor las mujeres? A día de hoy, el número de países dirigidos por mujeres es tan residual (poco más del 5%) que poco podemos concluir del simple hecho de que resulte difícil encontrar un ejemplo de una primera ministra o jefa de Gobierno que haya gestionado la crisis retrasando la toma de decisiones drásticas, ocultando información, o utilizando metáforas bélicas, tal y como han hecho muchos dirigentes en todo el mundo. Ni siquiera la presidenta de Estonia, Kersti Kaljulaid, que se ha enfrentado a importantes dificultades económicas en la gestión de la crisis, se aproxima al modelo de gestión testosterónico que algunos países han desarrollado.

¿Por qué las pocas mujeres dirigentes tienen más éxito en la gestión de esta crisis? ¿Es por las decisiones que toman o por la estrategia comunicativa que utilizan para explicar a los ciudadanos la situación? Oigo más conversaciones que hablan de su estrategia comunicativa y menos de sus decisiones. Hablemos de su estrategia comunicativa: las dirigentes han sabido conjugar un estilo que combina la firmeza y la contundencia con la empatía, sencillez y transparencia, mostrando la complementariedad de estos atributos, más allá de las visiones estereotipadas sobre el mundo de la política tan masculinizada a la que tan acostumbradas estamos.

¿Es este estilo exclusivo de las mujeres? Ni mucho menos. Cualquier líder podría cultivarlo. Sin embargo, cuesta encontrar ejemplos de dirigentes hombres con un talante similar. Es muy posible que esos mismos estereotipos también vayan contra los líderes hombres que sienten que se espera de ellos contundencia, pero no empatía. O simplemente, los políticos de una cierta generación no tienen el arrojo suficiente como para salir de su zona de confort y cambiar su estilo, incluso en momentos tan especiales como puede ser la gestión de una crisis de estas dimensiones. Claro que hay excepciones: por ejemplo, el primer ministro Canadiense, Justine Trudeau, que pertenece a una generación de políticos más joven, me parece que ha sabido combinar la determinación y la empatía con cierta maestría en la gestión de esta crisis.

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Pero no hay que olvidar que precisamente porque la presencia de mujeres dirigentes es tan escasa en el mundo, las mismas han tenido que superar una cantidad de trabas mucho mayor que la que franquean los hombres. Y eso las convierte en líderes especiales, pero no por el hecho de ser mujeres, sino porque han tenido que sortear muchos más obstáculos que cualquier otro hombre en su misma situación. Y porque saben, además, que a las mujeres se las juzga con mayor severidad y escrutinio una vez llegan al poder.

La capacidad de las políticas de tomar decisiones contundentes y difíciles y de explicarlo con sencillez y espontaneidad a los ciudadanos en esta crisis también podría estar relacionada con el hecho de que las mujeres han tenido un papel marginal en el liderazgo internacional hasta el momento. Por lo que muy bien podría existir una especie de efecto de “recién llegadas” que hace que estén menos influidas por las tradiciones y reglas no escritas del mundo de la política. Aunque ahí tenemos a Angela Merkel: canciller alemana desde 2005.

Pero hay algo más. Tal y como Fernando Vallespín explicaba en su brillante columna hace unos días, hay que tener en cuenta las características de las sociedades de los países en los que estas mujeres finalmente han llegado al poder. Por lo general, se trata de países con una cultura política participativa, con medios de comunicación fiables y plurales y donde el valor de los acuerdos (siempre y cuando beneficien al interés general) es mayor que el de la confrontación permanente. Países donde los principales actores políticos muestran un nivel de respeto mutuo encomiable. En un contexto de este tipo, los ciudadanos muestran altos niveles de confianza en sus Gobiernos. Y es precisamente esa confianza que los ciudadanos muestran a sus Gobiernos lo que hace posible un liderazgo exitoso en momentos de crisis como este.

Hay una segunda explicación de la que se habla menos. Se trata de las políticas que las mujeres adoptan cuando llegan a las esferas de decisión más altas. De nuevo, la evidencia existente sugiere que ellas toman buenas decisiones. Si en lugar de limitarnos al escaso número de primeras ministras o presidentas nos fijamos en la representación de las mujeres en otros órganos de poder tales como los Parlamentos, encontramos una evidencia más fiable. Y ello porque hay más mujeres, dado que la evolución de la paridad de género en los Parlamentos (especialmente en Europa) ha sido más progresiva (aunque aún insuficiente).

A lo largo de casi dos décadas, estudios en el campo de la economía o la ciencia política muestran que allí donde las mujeres están mejor representadas los niveles de corrupción son menores. Las razones que explican estos resultados aún se discuten, pero lo que está claro es que no es simple casualidad: todo indica que las mujeres contribuyen al buen gobierno.

Marta Fraile es científica titular del CSIC-IPP.

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