Cómo acabar con la creación, los museos y el andamiaje cultural de México
La cultura es uno de los sectores económicos más importantes del país. En vez de maniatarla, el Gobierno debe estimularla
Sin duda, el manejo económico generado por la pandemia de la covid-19 fue un escenario para todos inesperado, y que será fatídico para el sector cultural, que ya pasaba por cuidados paliativos.
Sucede que en vez de reconocer que la cultura es el quinto pilar del desarrollo sostenible (al lado de la salud pública, el desarrollo económico, el equilibrio medio ambiental y la inclusión y la equidad), la presente Administración ha tomado medidas tendientes a lastimar y decrecer las posibilidades de un ejercicio cultural, ya no se diga de excelencia, sino al menos medianamente digno de nuestra historia cultural, de los trabajadores de la cultura y de los públicos.
Se han adelgazado los presupuestos destinados a la cultura; desmantelado instituciones abocadas al estímulo de la creación (FONCA) sin una política que defina cómo se va a sustituir; y, criminalmente, se desmorona por inanición el andamiaje cultural mexicano, construido por más de medio siglo y que ha generado instituciones paradigmáticas como el INBA y el INAH.
Yo me pregunto: ¿por qué no existe un Plan Nacional de Cultura en forma? ¿Por qué no existe una Ley de Museos? ¿Por qué no se alienta la participación de la sociedad, de los individuos, de las empresas y las organizaciones en el sostenimiento de las instituciones culturales?
¿Por qué ese menosprecio y, en el mejor de los casos, desconfianza hacia los sectores especializados, hacia la academia, hacia las prácticas culturales y artísticas y creativas?
¿Por qué ese reduccionismo nunca visto, donde la cultura es “lo que hace el pueblo”, lo que se vincula a las localidades, se remite a los mitos fundacionales, y la identidad cultural se equipara, incluso, a lo vernáculo?
En un ámbito donde existen más de 1.877 museos que en el 2018 fueron visitados por 67,7 millones de usuarios, estas instituciones enfrentarán una problemática económica irresoluble, casi trágica, acentuada por las medidas de austeridad impuestas por el Gobierno Federal antes de la contingencia y que se suman a la perdida de taquilla, autogenerados y patrocinios durante la crisis pandémica.
Sin duda la situación de indefensión de los museos y de las instituciones culturales será mucho más grave a la vista del decreto del pasado 23 abril que reduce al Estado a su mínima expresión y ordena, entre otras medidas, “no ejercer el 75 % del gasto disponible de las partidas de servicios generales y materiales y suministros”, incluyendo “lo comprometido”; así las cosas, en el escenario de la cultura, se calcula una reducción del 19% en el mejor de los casos, y hasta un fatídico y probable 37% menos del ejercicio presupuestal.
Efecto colateral será, muy probablemente, el despido de miles de trabajadores de la cultura, entre otros, probablemente los del capítulo 3.000 (que incluyen, en el caso de los museos, no solo personal por honorarios, sino también eventual, como curadores, artistas o investigadores invitados).
En otras partidas, por mencionar un ejemplo de las que más afectarían la actividad cultural, un 82% de la reducción en “artículos de construcción” que incide directamente sobre la producción museográfica y escenográfica; y trágicamente, un 80,76% de recorte a la partida (33.400) para “capacitación”, en aras de repudiar criterios de excelencia y apostar por la adorada medianía.
Yo me pregunto, ¿por qué en México la cultura es un bien de tercera y en las políticas post crisis no se piensa en el rescate de la cultura y de sus industrias culturales? ¿En aliviar la pauperización creciente de los creadores y de los trabajadores que desempeñaban actividades culturales que implicaban proximidad? (¡Serénense!).
Y por qué, en cambio, el Gobierno sí invertirá 1.668 millones de pesos en el proyecto centralista del Bosque de Chapultepec, cuya utilidad nunca fue consensuada con el sector cultural, y que si bien generará empleos, también en el futuro, ejercerá un presupuesto mayúsculo no solo para su creación, sino para su puesta en marcha y su mantenimiento (no hay que olvidar que ya se nos dijo que será el “más grande del mundo”).
Y cómo no aludir al anhelo de la Cancillería y del Gobierno de la Ciudad de México de tener su propio Centro Pompidou en Azcapotzalco —así como Bilbao tiene su Gugenheim— y que a fines del año pasado por poco desembolsa varios millones de euros para tener la autorización de edificarlo (proyecto de Enrique Norten), previendo otros tantos para operarlo anualmente.
Tal vez si el Gobierno ponderara que las empresas culturales generaron en el 2018 ganancias por 702.000 millones de pesos, equivalentes al 3.16% del PIB, habría tenido más cuidado de analizar el impacto de sus medidas de austeridad extrema, que tanto han golpeado y golpearan al sector cultural, a los museos.
Tal vez si Gobierno analizara que el sector cultural movió en el mercado de bienes y servicios alrededor de más de un billón de pesos (2018), y que ofrece en la actualidad la ocupación de un millón y medio de personas (lo que equivale al 2,6% de la población nacional), estaría pensado en invertir más en cultura y poner en marcha un plan rescate en vez de desestimar su impacto.
Hay ejemplos:
- Alemania ha incluido a la cultura como “bien de primera necesidad” y la canciller Merkel la contempla desde ya en el rescate financiero previsto para atenuar los efectos de la crisis de la covid-19 en Alemania.
- Por su parte, Francia ya ha destinado una primera partida de 22 millones de euros para la cultura y se compromete a mantener el pago de todos los servicios culturales contratados.
- Reino Unido ya ha destinado más de 200 millones de euros al rescate del sector.
¿Será que estos países reconocen los aportes de la cultura a la economía? Asunto que parece no estar en la mente del Gobierno actual.
Sin duda la cultura es uno de los sectores económicos más importantes del país porque genera empleo, producción, infraestructura y exportación. Si se contemplara con esta óptica, en vez de maniatarla, tal vez el Gobierno estimularía su actividad.
Pero, al parecer, el Gobierno desconoce lo que debe hacer con el aparato cultural del país, más allá del corredor cultural de los Pinos y varios festivales subvencionados; al parecer el Gobierno no sabe cuáles son las potencialidades económicas del sector cultural y cómo aprovecharlas; y tampoco parece importarle mucho (o no sabe) cómo resolver las problemáticas que enfrenta(rá) este sector.
En la post crisis, a muchos de los museos y a las instituciones culturales no les quedará sino ser un territorio de resistencia, de modesta resiliencia. Otros muchos habrán desaparecido del horizonte cultural.
Por nuestra parte, desde la Universidad Nacional Autónoma de México, lo que nos compete es hacer una reflexión crítica.
Graciela de la Torre es encargada de la Cátedra Internacional Inés Amor de Gestión Cultural de CulturaUNAM.
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