El largo ajedrez de Sheinbaum
Nada rugirá tan fuerte como la bestia que habita al otro lado del Bravo. Y la presidenta ha ganado la primera partida
![Claudia Sheinbaum](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ME3V6CVLUXYYUMPDUIBPAEDYCI.jpg?auth=2954bca1e4660ded352e786441b986a1b7d26306a23555ef92b955db7650726d&width=414)
De los muchos problemas que caerán sobre la Administración de Claudia Sheinbaum, ninguno tan feroz como el que ruge en el norte. Y eso que la acechan serpientes venenosas, corruptos amantes de lo ajeno y la arrastran traidoras corrientes dentro de su propio mar.
Nada rugirá tan fuerte como la bestia que habita al otro lado del Bravo. La partida de ajedrez ha comenzado.
El duelo empezó el 5 de noviembre del año electoral, con la victoria republicana de un hombre sin virtud. Por fortuna —y porque en México supimos distinguir el porvenir de la barbarie—, meses atrás pusimos a Sheinbaum Pardo a cargo de nuestro tablero.
Nuestra mejor mujer se mediría con el peor de sus hombres.
Dos semanas después de asumir el cargo, Trump —ojos incendiados, sonrisa torcida— ha comenzado a mover sus piezas. No calcula: arremete. El ajedrez como embestida.
Cabalgando, nos envió a su veterano ex boina verde, directo a la casilla de embajador. Por alfil, designó a un millonario blindado, autorizado a ignorar las reglas: se mueve atrás y adelante. ¿Sus peones? A la caza de mexicanos a quienes, además, ha advertido: gravará sus remesas. En la tierra de la libertad, sobrevivir estará tasado.
Finalmente —aunque el adverbio parezca apresurado para un gobierno que no ha cumplido las tres semanas—, el mandatario amenazó con tirar el tablero. Veinticinco por ciento de aranceles sobre las exportaciones mexicanas y canadienses.
Cuarenta y ocho horas después, con la misma rapidez del ataque, Sheinbaum huyó del jaque. Con la calma de quien sabe que en el ajedrez no gana el más rápido sino el más sabio, movió tres piezas.
Primero fue la Guardia Nacional: se encargarán del fentanilo y los migrantes.
¿Fentanilo?, ¿cuál fentanilo? Así es: Sheinbaum —que disputó al New York Times la existencia una cocina donde se sintetizaba la droga— terminó accediendo a las demandas de Trump. 10.000 elementos de la Guardia Nacional se desplegarán en la frontera. El gesto lo sabe inútil: el fentanilo no cruza en caravanas, y son norteamericanos quienes lo contrabandean.
Además, sabe que los esfuerzos humanos de detección son irrisorios ante la magnitud del problema. Un kilo del fármaco inoloro —algo así como seis manzanas— alcanza para fabricar veinte mil dosis letales. No hay esfuerzo ni cooperación que valga.
Que Sheinbaum prometa blindar la frontera contra el fentanilo es una contradicción. Así lo dicen quienes no entienden por qué su gobierno niega la existencia de laboratorios en México. El error no es de cálculo. Admitir que existen o incautar cantidades masivas del opioide es entregarle a Estados Unidos la prueba que necesita para justificar una intervención: una invasión, una designación de los cárteles como organizaciones terroristas, un pretexto con sello oficial. La frontera entre lo que se dice y lo que se hace tiene un nombre: soberanía.
La segunda pieza fue Harfuch. Con la Operación Enjambre —un golpe simultáneo en varios Estados para desmantelar redes criminales— Sheinbaum dejó claro, al menos, dos cosas. Primero, que sabe que dentro de su partido y en otros hay quienes coquetean con el crimen. Segundo, que su poderoso zar sabe en dónde, cuándo y cómo golpear.
Aquello fue una probadita.
La tercera pieza es una apuesta por el futuro: el Plan México. Una estrategia de industrialización que no solo busca atraer inversión, poblar parques industriales y multiplicar maquilas. Busca reescribir las reglas del juego. Sí, abrir las puertas al capital, pero también dejar de ser la mano de obra barata del mundo. Transformar cadenas productivas, sacudir el polvo de una maquila estancada, romper con la dependencia de la importación temporal y exportar contenido nacional. Un soberano viraje industrial.
Sheinbaum ha ganado la primera partida de un eterno ajedrez. La primera jornada de un largo —ya se antoja larguísimo— sexenio.
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