López Obrador, el presidente predicador, estadista y agitador
López Obrador ha conducido Gobierno y movimiento con la confianza absoluta de que el poder reside en su persona y no en la organización ni en sus cuadros. Su fuerza emana de la relación personal del líder con la multitud anónima, el pueblo
Imposible saber si la llamada Cuarta Transformación será un parteaguas en la historia de México como lo fueron la Independencia, la Reforma o la Revolución Mexicana, como pretenden sus fundadores, o simplemente un movimiento pendular tras los excesos de la globalización y el agotamiento de los partidos políticos tradicionales. ¿Un desplazamiento de las capas telúricas o un mero ajuste para paliar el riesgo de una explosión social? ¿Será el obradorismo un paréntesis entre gobiernos tecno administrativos de centro derecha (Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto) y de centro izquierda (Claudia Sheinbaum), o el movimiento fundante de un régimen y una dinastía de largo aliento?
La izquierda devenida en obradorismo
Es un error creer que en 2018 Andrés Manuel López Obrador inventó las condiciones que llevaron a la derrota del PAN y del PRI, que habían gobernado a México durante casi un siglo. Lo que sí sucedió es que el agotamiento de estos partidos, la crisis de la globalización y la exasperación de las mayorías encontraron una respuesta en Morena, el partido fundado por el tabasqueño. En estricto sentido ni siquiera fue él quien dio origen al movimiento, sino un grupo de dirigentes del PRI, encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas, irritados por la deriva tecnocrática del partido y su abandono de las banderas sociales históricas. Con otros grupos de izquierda estos disidentes del oficialismo fundaron el PRD hace 35 años y conquistaron la Ciudad de México.
Pero el carisma y la habilidad de López Obrador, inicialmente un lider regional, terminaron por convertirlo en la cabeza del movimiento opositor. En 2006, todavía en alianza con muchas organizaciones, abanderó la apuesta de la izquierda por la presidencia del país y perdió, según datos oficiales, por medio punto porcentual. Convencido de haber sido víctima de un fraude, destinó los siguientes doce años a depurar al movimiento opositor hasta convertirlo en una extensión de su voluntad política. En 2018 ganó con 53% de los votos, apoyado de nuevo por distintas corrientes, pero en esta ocasión absolutamente subordinadas a su partido.
Hoy Morena, Movimiento de Regeneración Nacional, gobierna en Palacio Nacional, tiene mayoría en el Congreso y controla 23 de las 32 entidades federativas. Un verdadero tsunami en la vida política del país. El partido posee estatutos y dirigentes elegidos por la militancia. Pero eso a nadie llama engaño. Es una estructura que da cuerpo a la voluntad del fenómeno político llamado López Obrador.
¿Qué es el gobierno de la Cuarta Transformación? Aquello que emane de las directrices concebidas por López Obrador. ¿A quién remite en última instancia las decisiones que el partido oficial asume en materia legislativa o electoral? Al fundador de Morena. ¿Qué es el obradorismo como movimiento y corriente ideológica? En el fondo, lo que haga y diga el presidente.
El tabasqueño no creó el descontento que en 2018 terminó por exigir un cambio de rumbo, pero fue el vehículo que dio salida a ese impulso y, en esa medida, terminó convirtiéndose en el conductor que definió la dirección y la intensidad del cambio. Para bien o para mal, López Obrador " le sucedió” al proceso de transformación que hoy transita México
Singularidad histórica de la 4T
El gobierno de la 4T (2018-2024) resulta inclasificable por donde se le mire, entre otras razones porque instala como políticas de Estado las fobias y las filias de este singular líder, empeñado en transformar al país. En lo discursivo López Obrador podría ser considerado de ultra izquierda, con su obsesivo e inagotable ataque a los conservadores; en lo social es de una izquierda moderada, por su recuperación del Estado benefactor y sus políticas redistributivas; en lo político resultaría de centro, pues al margen de la retórica, dejó intocados a los intereses de las élites y de los dueños del dinero, con quienes lleva una buena relación; y en lo económico, fue francamente conservador, con una batería de políticas más propias de una administración neoliberal: combate a la inflación, estabilidad en las finanzas públicas, moderación en el endeudamiento, achicamiento del Estado y la burocracia, aversión al incremento de impuestos.
Las paradojas no terminan allí. A ratos un fundamentalista, a ratos un animal político y mago de la real politik. López Obrador es un nacionalista casi a ultranza, pero amigo de Donald Trump, la mayor amenaza externa que enfrenta México. Pacifista capaz de exhortar a los capos de la droga a “una política de abrazos no balazos” pero, responsable a la vez, de la política más militarista desde hace un siglo, al haber convertido a las fuerzas armadas en el aliado fundamental de su proyecto. Un hombre auténticamente modesto en lo material y refractario a las prebendas o al consumo, pero obcecadamente orgulloso de su imagen y su lugar en el panteón de la historia. Una humildad que no acepta pares y exige subordinación absoluta: “No hay medias tintas, están conmigo o contra mí”.
Pero haríamos mal en creer que este aparente champurrado constituye un despropósito. López Obrador está consumido por una pasión que da sentido a tan variopinta mezcla: la redención de los pobres. Visualiza su cruzada política como un apostolado en tierra hostil en la que cualquier acomodo vale en tanto beneficie a las mayorías que el país dejó atrás. Se asume responsable, intérprete y profeta de los intereses últimos del pueblo y opera en consecuencia. Sin titubeos morales ni ascos frente a los empellones y codazos que exige la realidad.
El resultado ha sido un movimiento social y político extraordinariamente exitoso y un Gobierno que mantiene muy altos niveles de aprobación tras seis años de gestión, pandemia incluida. Su carisma, su energía incombustible y su autenticidad algo rústica, fascinó por igual a los sectores progresistas y de izquierda que se entregaron a su liderazgo indiscutible, pero también a los sectores populares masivos con los que esa izquierda nunca había podido conectar. A ellos se han sumado legiones de miembros de la clase política tradicional, atraídos por el éxito del tabasqueño y por las oportunidades creadas. No hay filtros ideológicos ni exigencias doctrinarias, salvo la subordinación al mantra que mueve al líder: primero los pobres.
López Obrador ha conducido Gobierno y movimiento con la confianza absoluta de que el poder reside en su persona y no en la organización ni en sus cuadros. Su fuerza emana de la relación personal del líder con la multitud anónima, el pueblo.
El sistema político mexicano tradicional, una sofisticada estructura en permanente cambio diseñada para mantener la gobernabilidad y el crecimiento en un país tan desigual, careció de defensas frente la extraña mezcla de todo eso que representa López Obrador. Tampoco los medios de comunicación masiva y prensa tradicional que, por vez primera en la historia moderna, fueron adversarios del presidente en funciones. No hay antídoto frente a la relación del líder con las masas. Nada lo demuestra mejor que su invulnerabilidad a los escándalos reales o presuntos lanzados en su contra a lo largo de seis años.
Su procedencia provinciana, sus muchos años en el exilio político interior y sus interminables recorridos por el territorio lo han convertido en el político con mayor conocimiento de los pisos inferiores del edificio social. Pero, sin duda, le resultan extraños los pisos superiores.
Gandhi meets Richelieu, Fouché y Ché Guevara
Interrogado en una conferencia matutina sobre el nombre que mejor describiría al obradorismo, el presidente ofreció una definición: Humanismo Mexicano. No social demócrata, progresista, ciudadano, social o revolucionario. López Obrador buscó un nombre que describiera la obsesión que le mueve: la tradición histórica de la irrupción del México profundo en la vida nacional. Momentos en los que los de abajo trastocaron en su favor la disputa contra las élites: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Los breves e infructuosos intentos de “institucionalizar” esa irrupción y gobernar en favor de las causas populares: las presidencias de Benito Juárez, Francisco Madero o Lázaro Cárdenas. Él entiende que en el PRI de mediados del siglo pasado había una tendencia en esa dirección que quedó corta y frustrada. No es que intente el restablecimiento trasnochado del PRI de Echeverría y López Portillo de los años setenta, como ha sido acusado. Para él, ese sería el PRI burocratizado. Buscaría, más bien, explorar en versión actualizada el potencial que aquel PRI esbozó en sus mejores momentos. Todo eso, además, aderezado con una buena pizca ética de cristianismo primigenio, recuperación de formas de organización de las culturas originales y la exaltación de otras virtudes atribuibles a la gente sencilla, solidaria, generosa.
4T primera temporada
El balance de la administración que termina el 1 de octubre exigiría una revisión pormenorizada. No puede ser de otra manera porque se trata de un desempeño cargado de claroscuros. El presidente intentó un modelo de financiamiento único e irrepetible; el Gobierno se comió a sí mismo para generar una derrama importante para los de abajo sin quitarle a los de arriba. Lo consiguió, pero la administración pública y la infraestructura ha pagado un alto precio en materia de eficacia y gestión.
Aquí reside la verdadera controversia para valorar al Gobierno de López Obrador. Consiguió lo que parecería un milagro en un país de tan enorme desigualdad, gobernado históricamente por y para beneficio de las élites y los sectores prósperos. La 4T revirtió tendencias y logró un incremento del poder adquisitivo de las grandes mayorías. Tibio aún, pero definitivamente en marcha. Es poco o es mucho, según se mire, porque en el proceso de hacerlo otras tareas y otras agendas quedaron inconclusas, descuidadas o postergadas. El balance sobre seguridad pública, salud o educación deja enormes asignaturas pendientes, en parte por desaciertos iniciales, en parte por restricciones presupuestales o simplemente porque quedaron subordinadas al objetivo primario.
La crispación social y política es también un subproducto de su estrategia para imprimir un cambio de rumbo. Convencido de que los poderes fácticos tenían la capacidad de deponerlo o al menos de convertir a su Gobierno en un fracaso, asumió que su única defensa era el apoyo popular, vivo y apasionado. En consecuencia, invirtió tiempo (casi tres horas diarias de conferencia matutina) y talento para mantener el fervor de las mayorías por su cruzada en beneficio de los pobres. Las mañaneras se convirtieron en despliegue sistemático de los agravios históricos de los oprimidos y de los pecados morales y políticos de los opresores. La derrama social y el relato combativo consiguieron, sin duda, la popularidad que necesitaba
La confrontación no solo fue verbal. Entendió que, al ser convertido en portador de un mandato de cambio expresado en el voto mayoritario, se había dejado íntegro al resto del entramado institucional. La oposición confrontó los cambios a través de tribunales, organismos autónomos y vías jurídicas. El presidente presionó y hostilizó en la arena pública y en las cámaras legislativas a todo este entramado; intentó por todas las vías ampliar los márgenes políticos del ejecutivo frente al resto de los actores institucionales. Oposición y gobierno se repartieron victorias; algunos cambios prosperaron, otros fueron detenidos.
Con todo, López Obrador consiguió sus objetivos más caros: instaló en la conversación pública y en la narrativa dominante la necesidad de ver por los pobres. Eso parecería irreversible. Más aún, consiguió inscribirlo en la Constitución del país. Lo hizo, además, con una estrategia política y económica que garantizó la gobernabilidad. Cambio con estabilidad, una más de las paradojas de este personaje.
Terminó el sexenio con aprobaciones cercanas al 50%, y con el apoyo suficiente para garantizar el triunfo de su candidata en las elecciones para definir la próxima presidencia. Con ello asegura una segunda oportunidad a su proyecto político
4T segunda temporada
Pero el propio presidente sabe que esta versión es irrepetible, inviable incluso. La legitimidad política conseguida en la tribuna no es transferible, el nuevo liderazgo tendrá que legitimarse por la vía de los resultados. El Gobierno deberá encontrar otras formas de financiamiento para cumplir los objetivos sociales y, sobre todo, para hacerse más eficaz. El crecimiento económico fue demasiado modesto para producir un cambio significativo; se requerirá más entendimiento con el sector privado y menos polarización social para realizar las inversiones públicas y privadas y la construcción de un clima propicio para aprovechar el llamado nearshoring. Oposición y Gobierno, tiros y troyanos, coinciden en considerar a la relocalización de empresas como el posible detonante de un crecimiento histórico.
El presidente ha anticipado un “corrimiento hacia el centro” y una conducción menos beligerante. Consecuentemente, Morena se inclinó por la alcaldesa de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, una reputada científica convertida en eficiente cuadro de la administración pública profesional.
Andrés Manuel López Obrador se retirará el 1 de octubre a su rancho en Palenque, Chiapas, a escribir libros de historia. A su manera ya los escribió en los hechos gracias a su paso intempestivo por la silla presidencial. Un fenómeno político, una singularidad histórica. Predicador moral, estadista y fundador de instituciones, agitador de tiempo completo en favor de su facción política. Un hombre cuyas pasiones e idiosincrasias modificaron la historia del país. ¿Cuánto? Lo sabremos cabalmente tras la segunda temporada de la 4T.
@jorgezepedap
Apúntese gratis a la newsletter de EL PAÍS México y al canal de WhatsApp y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.