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tribuna
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Migración en América: de un tema de seguridad a un asunto de dignidad

Trabajemos en analizar hasta qué punto la migración es un eficaz satisfactor de necesidades y factor de desarrollo, como en efecto lo es

Migración en América
Miles de migrantes se dirigen de Chiapas a Ciudad de México.Isabel Mateos (Cuartoscuro)

Transcurridos los primeros 21 años del siglo XXI se confirma que, en efecto, esta es la centuria de las migraciones en el continente americano. Tenemos que dilucidar cómo gestionamos este desafío, aprovechamos su potencial y lo trasladamos a la agenda que pertenece, que no es la de la seguridad sino la de la dignidad, el trabajo y el desarrollo.

La magnitud de los flujos migratorios se refleja, entre otros datos, en que en Estados Unidos viven 50 millones de inmigrantes y en Canadá ocho millones, es decir, que uno de cada cinco migrantes en el mundo vive en América del Norte (ONU DAES, 2020).

Al comenzar el siglo XXI la migración mexicana alcanzaba cifras inéditas, con más de 500.000 compatriotas que intentaban llegar a Estados Unidos de manera indocumentada.

Los acuerdos iniciales entre los gobiernos de México y Estados Unidos para ampliar el espectro de la migración legal, ordenada y temporal de trabajadores parecían perfilarse incluso hacia una reforma migratoria pero, como se recordará, todo se vino abajo con los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Estados Unidos endureció sus políticas migratorias, especialmente las medidas de protección fronteriza, la migración pasó a la agenda de seguridad nacional y ya no fue posible establecer un diálogo en el marco de una agenda económica y laboral. No obstante, la población mexicana en la Unión Americana se incrementó en cuatro millones en la primera década del siglo.

Simultáneamente se registró un incremento de centroamericanos de paso por México con la intención de llegar a Estados Unidos. En 2005 el Instituto Nacional de Migración (INM) aseguró y envió a su país por primera vez a más de 200.000 guatemaltecos, hondureños y salvadoreños.

Junto con el aumento en las cifras, también se dio un incremento en los abusos y más tarde en los delitos que se cometían en contra de migrantes. Sólo entonces nos dimos cuenta de que como país teníamos más claridad y congruencia defendiendo a nuestros paisanos en Estados Unidos que respetando los derechos humanos de los centroamericanos en México.

Me tocó estar muy cerca de los centroamericanos indocumentados en el segundo lustro de este siglo, cuando veíamos crecer la violencia en su contra. ¿Se podía hacer algo para proteger los derechos humanos de los transmigrantes en medio de un contexto tan complejo?

Voy a citar tres acciones que realizamos porque de alguna forma podrían servir como referencia para orientar lo que puede hacerse ahora.

Elaboramos un informe especial sobre el estado que guardaban los derechos humanos en las estaciones migratorias, luego una recomendación para que se respetara la norma de que sólo el personal del INM debía hacer revisiones migratorias, y elaboramos un informe sobre secuestros de migrantes. Los tres documentos resultaron explosivos, particularmente el tercero porque era algo que ocurría en las sombras y no había autoridad que quisiera reconocerlo. Y por no querer hacerlo, lamentablemente un año después de presentado el informe ocurrió la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas.

Creo, sin embargo, que estas acciones, sumadas a otras de organizaciones civiles, contribuyeron en aquellos años a reducir la violencia en contra de los centroamericanos en México. Ahora podrían hacerse esfuerzos similares, por ejemplo los siguientes:

1. Asegurarnos de que los agentes del Estado respeten los derechos humanos de los migrantes. Esta estrategia se orienta a no abrumarnos con la complejidad del fenómeno migratorio. Sí, es difícil, pero empecemos por lo que está a nuestro alcance.

Creo que el Gobierno actual está en esta línea de voluntad, pero también que se requiere ser muy eficaz para lograr que no se violen los derechos humanos de los migrantes ni en los caminos ni en las estaciones migratorias.

2. Establecer que sólo los agentes del INM y de la Guardia Nacional puedan llevar a cabo verificaciones migratorias. Nadie más. Así se limita el contacto con migrantes a estas dos instancias y se reduce la posibilidad de violaciones a los derechos humanos.

3. Combatir mediante inteligencia y acciones puntuales el tráfico y la trata de personas. Tenemos que evitar más tragedias como la del 9 de diciembre, cuando murieron 56 migrantes y resultaron heridos más de 100. Y también tenemos que evitar la explotación laboral y sexual, particularmente de mujeres y niñas. Hagámonos cargo de la indefensión en la que hemos dejado a las migrantes y garanticemos su seguridad e integridad.

Más allá de estas acciones, creo, como lo he dicho a lo largo de los años, que hay que trabajar sobre las causas que orillan a las personas a abandonar a sus familias y hogares, lo que ahora ocurre no solamente por razones laborales o económicas sino también y en gran medida por motivos de inseguridad en amplias zonas de Centroamérica e incluso de México.

Por otra parte, los flujos migratorios están escalando como nunca. Estados Unidos realizó 1,7 millones de detenciones de migrantes en su frontera sur en el año fiscal 2021, de los que más de 600.000 correspondieron a mexicanos. En México, las detenciones de migrantes ascendieron a casi 230.000. Cifras sin precedentes que confirman que estamos ante flujos migratorios de dimensiones inéditas.

Ante lo inédito hay que hacer lo inédito. Los países involucrados tienen que sentarse a construir acuerdos porque ninguno puede solo. Podríamos, sí, seguir deteniendo migrantes y enviándolos de regreso, pero los resultados seguirían siendo pobres, insuficientes e inhumanos.

Debemos reconocer que tenemos que ir más allá. Los migrantes indocumentados lo son por necesidad. Y Estados Unidos tiene muchos trabajadores indocumentados porque los necesita. Trabajemos juntos en analizar hasta qué punto la migración es un eficaz satisfactor de necesidades y factor de desarrollo, como en efecto lo es.

Podemos ponernos de acuerdo en una nueva dimensión de los flujos autorizados, cómo los ordenamos y les damos garantías, y cuáles son los compromisos de los propios migrantes.

No digo que sea fácil, pero sí que es posible. Se requiere comprensión y voluntad política, mucha inteligencia, compromiso para construir acuerdos y capacidad para alcanzar soluciones humanas y productivas de mediano y largo plazo.

Propongo de nueva cuenta extraer a la migración de la agenda de la seguridad y trasladarla a la de la dignidad humana, desarrollo compartido, empleo y crecimiento regional.

La migración masiva es una realidad y lo será por las siguientes décadas, así es que hay que asumir que tenemos una gran tarea que, bien hecha, no sólo nos ahorrará dificultades y tragedias sino también generará beneficios a todos los países que de alguna u otra forma participamos en ella, ya sea como origen o destino, como territorio de paso o de retorno, o como receptores de remesas, todo lo cual, por cierto, sucede en nuestro país.

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