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El enigma del ‘Mapa de Popotla’ se agranda: las pruebas de carbono 14 arrojan que es una copia de 1950 y no un códice prehispánico

La antropóloga Isabel Bueno, con el apoyo de un equipo especializado de la UNAM, ha datado el documento resguardado por el Museo de Antropología, que se creía era un mapa del siglo XVI

Carlos S. Maldonado

La sorpresa fue mayúscula. Cuando los expertos de la UNAM le entregaron la primera datación por carbono-14 del llamado Mapa de Popotla, resguardado por la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, la antropóloga española Isabel Bueno apenas podía creerlo. El documento, analizado para conocer la posible fecha de manufactura, arrojó una primera datación que indica que podría tratarse de un mapa moderno manufacturado hacia 1950 y no un códice prehispánico, como ella misma y otros especialistas habían considerado durante años. “Cuando ha salido esta fecha, cuando ha salido 1950, nos hemos quedado muertos, porque se sigue asumiendo el dato que le dio [el antropólogo mexicano] Alfonso Caso, que es del siglo XVI”, explica Bueno.

Este códice pictográfico despertó el interés de la antropóloga en 2010, cuando escuchó hablar de él en un congreso de americanistas. Desde entonces, ha dedicado sus esfuerzos al estudio de un documento cuyo enigma ha desafiado durante décadas a los investigadores. Establecer su datación era uno de los objetivos principales: “Vamos a tratar de datarlo, porque es muy interesante, ya que abarca muchos procesos que se dan durante al menos 300 años”, dijo la experta a este periódico en julio, cuando por fin obtuvo el visto bueno de las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). La Secretaría de Cultura comunicó entonces las pruebas científicas para determinar “la procedencia, contexto colonial y vínculo del documento con el paisaje sagrado mexica”.

A partir de entonces trabajó con un equipo interdisciplinario de especialistas mexicanos, que incorporó técnicas como el uso de luces forenses, determinación de los elementos químicos de pigmentos, análisis microscópico de las estructuras fibrosas y estudios codicológicos comparativos. Estas herramientas, señala Bueno, permiten examinar con precisión los materiales, las técnicas de manufactura y las transformaciones del códice, preservando su integridad física.

“Caso dice que es del siglo XVI por la estética, pero no le hizo ningún análisis de su materialidad”, explica Bueno. La experta tuvo acceso a una pequeña muestra del documento que permitió realizar los análisis. “Además de la datación, el tipo de piel de animal es fundamental, porque es una rareza que el códice sea un pergamino. Lo normal es que se pinten en algodón o papel de amate. También conocer los pigmentos da un marco geográfico muy importante para datarlo y para ubicarlo. Estamos hablando de lo que se llama el método codicológico, que aúna el contexto histórico con las ciencias duras. Y, a pesar de la reducida cantidad de la muestra, hemos sido capaces de dar respuesta a la mayoría de los enigmas. Sin embargo, lo deseable sería poder repetir los análisis que permitan pasar de la aproximación a la afirmación. Aunque el equipo es fabuloso, te reitero, que la muestra es insuficiente”, afirma.

Isabel Bueno, antropóloga, en Casa de América en Madrid

Lo que Bueno no se esperaba es que el documento fuera tan reciente. “La datación por carbono-14 arroja una fecha hacia 1950, lo que sugiere que el mapa en piel analizado es una copia reciente del original ¿perdido?”, se pregunta. “La copia es fantástica”, acota. Este resultado genera una serie de dudas que los involucrados deben responder ahora: cómo llegó hasta ahí esa copia, si fue comprada, cuándo y por qué. Las investigaciones de Bueno indican que, cuando el emperador Maximiliano ordenó crear el Museo Nacional en 1866, el códice original debía de estar allí, pues en esa fecha ya se habían realizado las copias que llegaron a Europa. “Todo parece indicar que fue Dominik Bilimek quien, después de la muerte de Maximiliano y siendo director del Museo Nacional, sacó las copias del país”, explica.

La investigadora señala que el Mapa de Popotla original forma parte de un corpus de cartografía de tradición indígena novohispana del centro de México. Con un valor simbólico y territorial, dice, fue posiblemente utilizado como documento legal y genealógico en el contexto de las transformaciones sociales y políticas de las primeras etapas del contacto entre las sociedades indígenas y los españoles. “Se podían observar las marcas de dobleces del mapa que revelan su uso práctico: el mapa se plegaba hasta formar una especie de cartera, lista para guardarse entre legajos, como cualquier título primordial. Claramente, es un documento elaborado y modificado a lo largo del tiempo en función del desarrollo del pleito, que justifica añadidos y copias”, añade.

Las investigaciones lideradas por Bueno han permitido documentar la existencia en México de al menos tres versiones: una en piel animal, una copia en papel semitransparente elaborada en 1720 —conocida como calco de Gómez de Orozco— y una tercera sobre papel albanene del siglo XX, posiblemente realizada por encargo del arqueólogo Alfonso Caso hacia finales de la década de 1940. Sin embargo, no se habían llevado a cabo investigaciones más profundas que permitieran revelar su enigma: un mapa que muestra a guerreros prehispánicos y un tzompantli, pero en cuyo centro se alza una iglesia novohispana.

Las pruebas de laboratorio han demostrado, además, que el documento analizado fue realizado con pigmentos que contienen plomo y arsénico, elementos químicos comunes en las pinturas modernas. “Cuando leí el resultado de las pruebas, pensé que no las estaba entendiendo”, confiesa Bueno. Entonces habló con los expertos de la UNAM y le ratificaron el diagnóstico. “Fue una decepción”, le dijeron. “Para mí no es ninguna decepción”, matiza. “Porque yo sé que el documento que he estudiado existe y he encontrado todas las piezas para demostrarlo y corregir a Alfonso Caso en la orientación del documento”.

Que de acuerdo con Bueno es la misma que seguía la cartografía indígena y este dato no es menor, ya que permite reinterpretar su lectura, con implicaciones en la comprensión de las rutas, los asentamientos y la organización del espacio hispano-indígena. “Hoy puedo decir que el Mapa de Popotla no es un códice novohispano anónimo, sino un documento vivo, un testigo de pleitos, copias, añadidos y restauraciones, aunque la primera datación con carbono-14 parezca indicar lo contrario. Se trata, sin embargo, de un resultado preliminar que deberá contrastarse con nuevas mediciones a partir de muestras mejor caracterizadas, para esclarecer de manera definitiva el misterio del Mapa de Popotla”, reclama Bueno. Queda ahora en manos de las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia poner a disposición nuevas muestras que permitan esclarecer por completo los enigmas.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de EL PAÍS México. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica, temas de educación, cultura y medio ambiente.
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