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Primer atlas de la desertificación en España: más del 40% del territorio está amenazado

Murcia, Albacete, Almería, Las Palmas, Valladolid y Alicante son las provincias más afectadas por este fenómeno que conduce a la pérdida total de suelo útil para la ecología y la agricultura

Atlas de la desertificación en España

La escasez de precipitaciones y las altas temperaturas son el cóctel natural que evapora el agua y dificulta el crecimiento de la vegetación en un territorio. Es lo que se conoce como aridez, que en España se extiende por encima de dos tercios del total de su suelo. Si a esa mezcla se le añade la intervención humana, que sobreexplota los recursos naturales, con especial incidencia en el agua dulce, entonces se convierte en desertificación, una de las peores pesadillas ambientales del país. El primer Atlas de la Desertificación de España (ADE), coordinado por especialistas de la Universidad de Alicante (UA) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y presentado este jueves en Alicante, señala que 206.217 kilómetros cuadrados del país sufren este tipo de degradación que conduce a la pérdida total de suelo útil para la ecología y la agricultura, lo que supone el 60,9% de las zonas áridas y el 40,9% del conjunto de territorio español.

Este último porcentaje representa el doble de lo concluido en la última estimación oficial de desertificación. Como se explica en este trabajo científico, el motivo es que en el nuevo atlas no se presta atención únicamente a la situación del suelo, sino también de los recursos hídricos. Por ello, un área que parece en buen estado, aquí puede ser considerada degradada por el deterioro de las aguas subterráneas.

Si bien este es un mal muy extendido en el país, según este atlas, la desertificación llega a porcentajes escalofriantes en provincias como Murcia (91%), Albacete (84%), Almería (84%), Las Palmas (81%), Valladolid (79%), Alicante (79%); Valencia (71%); Zaragoza (71%) o Toledo (70%).

Este trabajo científico cuenta con la participación de más de 40 expertos y pone de manifiesto las urgencias ante “uno de los retos ambientales más importantes para nuestro país en las próximas décadas”, según sus autores. Son 360 páginas, ilustradas con 66 mapas, que se han presentado hoy en la sede universitaria Ciudad de Alicante. A los mandos de la edición han estado Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico Regional de la UA, y Jaime Martínez Valderrama, científico de la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC. A su juicio, la desertificación es uno de los principales problemas ambientales del país y avanza sin freno. La gravedad de la situación y su progresiva colonización de buena parte del territorio en la Península y las islas empeoran con el cambio climático y el uso insostenible de los recursos naturales. “Cartografiar este complejo proceso y las diversas variables implicadas es el primer paso para diseñar soluciones efectivas”, aseguran. Paradójicamente, la dificultad para conceptualizar este fenómeno hacen muy difícil cartografiarlo. De hecho, el último atlas mundial de desertificación de 2008 no incluye mapas, por las dificultadas metodológicas. En este caso, el uso de la inteligencia artificial y de algoritmos ha permitido que se localicen evidencias de degradación en cada píxel del territorio nacional.

Uno de los principales empeños de Valderrama y Olcina es alejar del ciudadano la idea de que las caravanas de beduinos montados en camellos vayan a recorrer las dunas de un futuro Sáhara español. “Un desierto es una formación natural”, explica Valderrama, el resultado de siglos de nula pluviometría y altísimas temperaturas. Tan extrema, que nadie la tomaría en serio por exagerada. El ADE demuestra que la intervención del hombre es la que abre la puerta a la pérdida de la fertilidad del suelo. Según los autores, puede haber incluso desiertos afectados por desertificación. La degradación es hija del ser humano. Según consta en el atlas, un proyecto apoyado por el Ministerio para la Transición Ecológica y financiado con fondos europeos, en el 42% del territorio se consume más del 80% de los recursos de agua dulce disponibles. Un porcentaje similar de masas subterráneas de agua están degradadas, con cotas como el 86% de los acuíferos desertificados en la cuenca del Guadiana.

El ADE apunta directamente a la agricultura como principal usuario del agua y como factor determinante en la degradación del suelo. La superficie de regadío ha aumentado ya hasta los 3,78 millones de hectáreas, con Andalucía en cabeza del crecimiento de este sistema de cultivo en lo que va de siglo. Se riegan especies de secano como el olivo, la vid o el almendro. Y entre 2018 y 2024 se desecharon 483.624 toneladas de frutas y verduras porque se produce más de lo que se necesita y los precios de mercado no cubren los costos. Aunque, por otra parte, se está abandonando el medio rural de forma precipitada, subraya el atlas, y la población se concentra en áreas urbanas que se sitúan, en casi todos los casos, en zona árida. Cuatro de cada cinco habitantes de España reside en territorios de gran densidad y aumentan la presión sobre los recursos naturales.

“Con esta investigación, tratamos de retratar este problema, muy complejo, y esbozar algunas soluciones”, declara Valderrama. “No es un fenómeno externo, no se pueden construir murallas contra un enemigo exterior”, avanza. “Sabemos que si se cuida el medio ambiente, se resiente la economía”, continúa, “por lo que debemos encontrar un equilibrio” y “un modelo con sentido común que agrupe la gestión del agua, del suelo, la forestal, en un solo organismo”.

En opinión de Olcina, los recursos hídricos y la transformación del territorio merecen nuevas soluciones. “La reutilización de las aguas residuales al 100%” y su conjugación con desaladoras y trasvases, o “calmar la euforia de la construcción” con un análisis profundo de “dónde construir y qué gasto de agua va a generar”.

“Afrontar la desertificación —como otras crisis ambientales contemporáneas— requiere, en última instancia, una transformación de valores y una comprensión más profunda de los socioecosistemas en los que vivimos”, concluye el ADE. Un “desafío colectivo” que “implica, primero, reconocer que nuestro modelo de vida contribuye a la degradación; y segundo, compensar ese daño a través de cambios profundos en la producción y el consumo. Más allá de la restauración ecológica, se trata de un reto ético y cultural, quizá mayor que el puramente tecnológico”.

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