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Michael J. Sandel: “La izquierda tiene que aprender a hablar el lenguaje del patriotismo”

El filósofo estadounidense, de visita en México para presentar su obra, advierte del peligro de intentar combatir a Trump con “argumentos puramente económicos”

Michael J. Sandel en Ciudad de México el 4 de septiembre.
Elena San José

Las palabras justicia, igualdad y dignidad parecen ecos de otro tiempo hasta que las pronuncia el filósofo Michael J. Sandel (Mineápolis, 1953). Entonces vuelven con vigor a contarnos el mundo de hoy, a explicarnos cómo y cuándo se desmoronó, y qué pasó para que alguien como Donald Trump pudiera hacerse con el poder. El teórico estadounidense, referente del pensamiento progresista, desmenuza las causas y las consecuencias con precisión quirúrgica en cada uno de sus libros, y no renuncia a trasladar al ciudadano de a pie algunas de las grandes ideas del pensamiento clásico y contemporáneo. La filosofía también puede ser un fenómeno de masas y sus abarrotadas conferencias dan muestra de ello.

Su obra, que incluye títulos como El descontento democrático (1996), Justicia, ¿hacemos lo que debemos? (2011) o La tiranía del mérito (2020), ha dado la vuelta al mundo y esta semana ha aterrizado en Ciudad de México, donde el catedrático estrella de la Universidad de Harvard la presenta al completo, invitado por la Facultad de Derecho de la UNAM y por el Tecnológico de Monterrey. Sandel recibe al periódico en el hotel donde se hospeda, al sur de la capital mexicana, poco antes de enfrentarse al gran público y un día después de que un juez federal ordenara devolver a su universidad la financiación que Trump había ordenado retirar.

Pregunta. ¿Cómo ha recibido la resolución judicial?

Respuesta. Es una buena noticia que resolviera que actuó ilegalmente. Se trataba de fondos que ya habían sido asignados, principalmente a investigación biomédica. Sin embargo, la Administración Trump apelará, es posible que el caso llegue al Tribunal Supremo, y es difícil predecir qué harán. Es un buen primer paso pero creo que es importante que una universidad como Harvard se mantenga firme en la defensa de la libertad académica, porque el ataque de Trump no se limita al dinero. Está tratando de imponer una visión ideológica sobre qué estudiantes deben ser admitidos, qué profesores deben ser contratados y qué programas deben impartirse. Y las universidades no pueden ceder ante ese tipo de violación de la libertad académica.

P. ¿Qué ambiente percibe entre sus estudiantes? ¿Hay miedo, esperanza, cierta sensación de resistencia?

R. Creo que hay una sensación de resistencia. Hay un miedo y una incertidumbre comprensibles entre los estudiantes extranjeros porque, aunque fracasó el primer intento de Trump de negarle a Harvard la posibilidad de proporcionar visados a sus estudiantes, los tribunales [solo] rechazaron una versión de ese intento. Hay aprensión.

P. La presión económica también se ha convertido en su forma de negociar con otros países. Marco Rubio firmó en México un acuerdo en seguridad que de alguna forma ahuyenta la imposición de nuevos aranceles. ¿Cómo ve la relación de Trump con el resto del continente?

R. Creo que su enfoque es profundamente lamentable. Es un intento de intimidar en lugar de cooperar, no es la mejor manera de convivir con los amigos y aliados de todo el mundo. México ha hecho un buen trabajo en circunstancias difíciles, tratando de hacer frente a sus tácticas intimidatorias. Hay áreas en las que puede haber cooperación para combatir el tráfico de drogas. Esa es una base legítima de cooperación, siempre que se haga sobre el respeto mutuo y respetando la soberanía. ¿Cree que la reunión de ayer apunta en esa dirección?

P. Sí, pero aplica la mano dura o suave dependiendo del día y del país, ¿no? El día anterior atacó una embarcación procedente de Venezuela.

R. Sí, es una forma caótica de abordar las relaciones exteriores, como mínimo. La política arancelaria ha creado todo tipo de inestabilidad y, lo que es más importante, desconfianza. La forma punitiva en la que Trump ha abordado la política arancelaria —en el caso de Brasil, tratando de castigar que estén juzgando al expresidente [Bolsonaro] por intentar dar un golpe militar— es muy perjudicial.

Michael J. Sandel durante entrevista.

P. Ha trabajado mucho sobre las ideas de justicia y desigualdad, pero ha sido la libertad la que ha capturado la retórica de nuestro tiempo y de los proyectos reaccionarios como el de Trump o Bolsonaro. ¿Qué ocurre cuando disociamos la libertad de esos otros dos pilares democráticos?

R. Una concepción de la libertad separada de la justicia, la igualdad y la democracia es una concepción empobrecida de la libertad. Es una concepción puramente mercantilista, que asume que soy libre en la medida en que puedo obtener lo que quiero como consumidor. Pero eso pasa por alto el hecho de que ser verdaderamente libre requiere que los ciudadanos tengan una voz significativa en cómo son gobernados. Es tener una voz que importe, no estar desposeído de poder. Eso también depende de una cierta concepción de la igualdad: ciudadanos con el mismo estatus y el mismo respeto.

P. ¿Por qué cree que es más fácil manipular políticamente el concepto de libertad, a veces hasta la desvirtuación?

R. Es cierto en el caso de la libertad, y también en el de otros ideales, incluida la democracia. Una forma de explicar esto es que es una idea en disputa, no es como si pudiéramos simplemente ponernos de acuerdo en una definición y acabar con la discusión. Gran parte de la política y del discurso político consiste en un debate saludable sobre lo que significa la libertad y cómo podemos alcanzarla. Parte del problema es que nuestro discurso público está vacío y carece de cuestiones morales y cívicas más amplias como las que estamos discutiendo. Esto abre el camino al populismo autoritario de derecha, a menudo xenófobo, que representa Trump.

Pero la alternativa no es volver a la versión neoliberal de la globalización que produjo las crecientes desigualdades, la ira y el sentimiento de agravio que él ha explotado. La solución es reconocer el fracaso del modelo neoliberal y proponer una política alternativa. Y yo diría que una idea alternativa de comunidad nacional. El centroizquierda ha cometido un error al ceder el lenguaje del patriotismo a la derecha. Es comprensible, porque hoy en día se asocia con demasiada frecuencia al odio hacia los extranjeros y a la hostilidad hacia los inmigrantes. Pero esa no tiene por qué ser la única versión. La alternativa a Trump debe reconocer la importancia de la comunidad y la identidad nacionales. La izquierda tiene que aprender a hablar el lenguaje del patriotismo, la comunidad y la pertenencia. Si no lo hace, su argumento será puramente económico, como lo fue durante la política tecnocrática en la que cayeron desde la década de 1980.

Michael Sandel en su visita a la Ciudad de México.

P. Ha sido muy crítico con el papel que jugó la izquierda en la consolidación del modelo neoliberal porque no cuestionó la premisa de que las soluciones vendrían del mercado.

R. Exacto. Esto se remonta a Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Ellos defendieron explícitamente que los mercados eran la solución, mientras que el Gobierno era el problema. Pero incluso cuando los partidos de centroizquierda les sucedieron, nunca cuestionaron esa fe en el mercado. Suavizaron los bordes más duros de la política del laissez-faire, pero no articularon una política del bien común, y eso allanó el camino para Trump. Condujo a la reacción violenta, al aumento de las desigualdades, a la sensación de que las élites menospreciaban a los trabajadores. Alejó a los trabajadores de los partidos de centroizquierda, que eran su principal base de apoyo. Tienen que averiguar cómo volver a conectar con ellos.

P. En el siglo pasado los impuestos a las clases adineradas llegaron a alcanzar el 80%, pero ahora es difícil hablar de reformas fiscales profundas incluso en la izquierda. ¿Cuándo se rompió el consenso sobre la fiscalidad progresiva?

R. Ocurrió principalmente durante los años que hemos estado discutiendo, en la década de 1980. Los tipos impositivos eran más altos que ahora incluso cuando Reagan dejó el cargo, pero ahí es donde realmente comenzó todo. Y no vamos a poder cambiar eso con argumentos puramente económicos. Solo podremos cambiarlo, creo, mediante un cambio en la concepción de la democracia y el bien común. Debería haber un debate entre todos los partidos, pero ni siquiera estamos teniendo el debate en esos términos.

P. ¿La distinción radical entre los aspectos económicos y culturales empobrece el debate?

R. Sí, y luego debatimos qué es lo que explica el apoyo a Trump. ¿Es la economía? El hecho de que los trabajadores se hayan enfrentado a la pérdida de puestos de trabajo, al vaciamiento de las comunidades industriales y al estancamiento de los salarios. ¿O es la cultura? Él ataca a las élites que los trabajadores sienten que los menosprecian, y les gusta su retórica dura sobre los inmigrantes. Eso se considera cultural, pero en realidad se unen si pensamos en la dignidad y, en particular, en la dignidad del trabajo. Creo que es importante distinguir las quejas legítimas que subyacen al apoyo a Trump del racismo, la xenofobia y la misoginia a los que también apela. Las quejas legítimas se relacionan con la sensación que tienen muchos trabajadores de que las élites no reconocen el trabajo que realizan, especialmente si carecen de un título universitario.

P. En su trabajo establece una fuerte conexión entre la polarización política y la meritocracia, que tiene que ver con un sistema que genera ganadores y perdedores. ¿Cómo ha debilitado el concepto del mérito nuestros vínculos sociales?

R. Esto va de la mano con el período de globalización neoliberal. Quienes llegaron a la cima durante ese período llegaron a creer que su éxito era obra suya y que, por tanto, merecían la recompensa que el mercado les otorgaba. Por lógica, aquellos que batallaban, los que se quedaron atrás, también deben merecer su destino. Lo que esta actitud olvida, o anima a los ganadores a olvidar, es la suerte que les ayudó en su camino. Su deuda con aquellos que hicieron posibles sus logros, desde sus familias hasta los países y la época en los que viven. Si la globalización neoliberal creó la división entre ricos y pobres, las actitudes meritocráticas hacia el éxito crearon la división entre ganadores y perdedores. La primera se refiere a los ingresos y la riqueza; la segunda, al honor, al reconocimiento y a la dignidad.

P. ¿Ve algún espacio en el que prevalezca la solidaridad frente a la competición?

R. Si echamos la vista atrás, la creación de los Estados del bienestar. Ese logro fue posible porque los partidos, los políticos y los movimientos sociales presionaron para conseguir una red de seguridad y una sanidad y una educación públicas. No es posible cultivar la creación de un Estado del bienestar sin una ética de la solidaridad. Ahora bien, se podría decir que la solidaridad era más fácil de invocar tras la Segunda Guerra Mundial, que en sí misma generó fuentes de solidaridad nacional. Ahora el Estado del bienestar está bajo asedio, se ha erosionado, la fe en el mercado ha hecho que la ética de la solidaridad sea menos accesible como recurso moral y político. Necesitamos repensar una política del bien común que sea adecuada para nuestra época.

P. ¿De dónde puede venir una alternativa esperanzadora para el futuro? ¿Pueden las instituciones educativas como Harvard liderar ese esfuerzo?

R. Creo que debe provenir de muchas direcciones a la vez. Las universidades deben esforzarse más por cultivar la educación cívica de los estudiantes, de modo que puedan convertirse en ciudadanos plenos, capaces de razonar y argumentar con eficacia en el ámbito público y de escuchar a aquellos con quienes no están de acuerdo. Ese es un reto para la educación superior. Los medios de comunicación también tienen un papel que desempeñar, con la creación de foros más adecuados para este tipo de debates. Y creo que necesitamos crear más espacios comunes que reúnan a personas de diferentes clases sociales. Parte de lo que ha producido la desigualdad de la era neoliberal es una especie de segregación. Los que son ricos y los que tienen medios modestos viven, trabajan, compran y juegan en lugares diferentes. Esto no es bueno para la democracia: la democracia requiere que ciudadanos de todos los ámbitos sociales se encuentren en el transcurso de su vida cotidiana.

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Sobre la firma

Elena San José
Periodista en la redacción de México. Antes estuvo en la sección de Nacional, en Madrid. Le interesan la política y la cultura, sobre todo la literatura. Es graduada en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca y máster en Democracia y Gobierno por la Universidad Autónoma de Madrid, con especialización en Teoría Política.
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