Vicky González, escritora: “No voy a decir nunca un chiste racista, pero sí traspaso algunos límites”
La autora mexicana publica ‘Algunas de estas cosas son ciertas’, una veintena de cuentos donde atraviesa con ironía y crudeza la violencia de género, el clasismo o el peso de las convenciones sociales
Vicky González escribe y se desdobla. De momento es un muchacho obsesionado con conquistar suecas o una niña maltratada que se ha quedado embarazada, es una diseñadora acosada que se convierte en acosadora o un empresario paralizado porque han secuestrado a su amante; está de fiesta en el Salón San Luis de Ciudad de México, entre los escombros de un terremoto o en unas oficinas con recámara insonorizada en Monterrey; es infiel, abusada, mentirosa, presa y cazadora; es honesta, cruda, irónica y navajera. Ha escrito Vicky González 20 versiones y todas parecen creíbles. La autora lo avisa desde el principio: Algunas de estas cosas son ciertas, otras —por mucho que se lo pregunten sus tías— no le han pasado a ella. Pero insiste: “Lo que estoy plasmando es absolutamente real, en el sentido de que es realista”.
González (Monterrey, México, 41 años) recibe después de una mala noche a EL PAÍS en una librería del sur de Ciudad de México, el lugar al que describe como “el refugio de las solteras y los gays de provincias”. Entre las que, por supuesto, también estuvo ella, cuando salió de la capital del Estado más rico del país, huyendo de convenciones sociales que flotan en el horizonte regio sin que nadie las pueda detener. Ahora hace siete años que vive en Barcelona, en España, después de una breve estancia en Suecia. Todo eso se nota en su primer libro (publicado por Almadía en 2024): González disecciona por donde pasa.
“Mi defecto, según la sociedad regiomontana, era no haberme casado, lo cual de por sí era una falla grave, pero si se le añade el factor del atractivo, era como si estuviera descompuesta. (...) El punto es que algunos hombres en Monterrey tienen la creencia de que las mujeres al llegar a cierta edad, si no son de nadie, son de todos”, escribe en su cuento Metástasis, “aquel día, antes de mi encuentro con el conductor tuve junta con Jorge, un cliente que era un fiel seguidor de dicha creencia. Era el típico emprendedor sampetrino cocainómano. Su negocio consistía en comprar muebles baratos fabricados en China para revenderlos carísimos en San Pedro después de añadirle una plaquita con un logotipo que le diseñé yo”.
González es diseñadora gráfica y ahora directora creativa, tiene clientes en México y en Estados Unidos a los que atiende entre semana desde su piso en Barcelona. El fin de semana lo utiliza de forma disciplinada para escribir. Había escrito desde siempre y leía mucho, así que antes de la pandemia se apuntó a un taller de escritura creativa con el autor mexicano Juan Pablo Villalobos. “Intenté una novela y no fluyó y yo dije es que ‘soy malísima’, no sirvo para esto”, confiesa, “yo soy muy matada de que te sacas 10 en todo y así. Esto era un mundo nuevo para mí. Cuando me volvió a invitar al taller, dejé de intentar quedar bien y dije a mí no me importa ya si no escribo bien, yo voy a escribir, voy a hacer ahora lo que quiero... y a partir de ahí empecé a escribir bien, cuando me quité el peso de la literatura en mayúsculas”.
Sus cuentos, explica la autora, exploran los temas que siempre le han interesado: “La desigualdad, el machismo, la misoginia y la experiencia de ser mujer en México”. En 2010, refleja el “año del terror en Monterrey”, las desapariciones de mujeres, los feminicidios, la corrupción policial e institucional. “No estoy exagerando nada”, insiste, “lo que yo quería hacer era ‘miren esta historia que se trata de otra cosa y miren cómo este hombre es supermacho y miren cómo la trata’. Yo vengo de una de las sociedades más machistas, incluso dentro de México, donde hay un contraste porque también es la gente muy educada y con alto poder adquisitivo”.
Además de lo que sucede entre los lujosos despachos y las grandes mansiones, González escudriña el abuso infantil, el racismo en México y en España, la turistificación en México y en España, “pero siempre con humor”, señala, “yo no quería dar una moraleja ni aleccionar a nadie”. “Qué bueno si alguien lo lee y dice me estoy identificando con esto y veo que esto no está bien y voy a dejar de hacerlo. Yo creo que la literatura sí puede hacer eso, pero la verdad no es mi intención porque creo que es demasiada responsabilidad, aun así es una bonita esperanza que pasara”. González explica en el libro y en la entrevista cómo el humor siempre ha sido su paracaídas: “Hasta ahorita me ha ido muy bien porque nadie me ha criticado por eso. A mí se me hace bien raro el miedo a la corrección absoluta. Máximo respeto a todas las cosas que hay que respetar y no voy a decir nunca un chiste racista, pero sí siento que hay unos límites que me estoy atreviendo a pasar”.
La autora está preparando ahora una novela, también asesorada por Juan Pablo Villalobos (que también fue el tallerista de las primeras obras de Mariantuá Correa o Montse Bizarro). Trata sobre una chica de Monterrey, que vivía en Ciudad de México, pero se va a Barcelona porque se obsesiona con un escritor muerto catalán: “Es esta cosa de no sentirte suficiente con tu propia biografía o tu propio físico o tu propio ser mujer y entonces todo lo que haces es para llenar esos huecos. Se llama Insuficiente”.
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