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João Paulo Cuenca: “Hay una política de genocidio constante del joven negro en Brasil”

El escritor brasileño presenta en México ‘Descubrí que estaba muerto’ (Elefanta), novela en la que denuncia la corrupción y la violencia del Estado contra las poblaciones negras

El escritor brasileño João Paulo Cuenca en Ciudad de México.
El escritor brasileño João Paulo Cuenca en Ciudad de México.Aggi Garduño
Carlos S. Maldonado

Imagínese, lector, que recibe una llamada de las autoridades para informarle que está usted muerto. Que en la morgue de su ciudad hay un cadáver con su nombre, información de nacimiento, la de toda su familia. Y que debe presentarse en comisaría para demostrar que usted es usted y sigue vivo. Su desconcierto sería total, como lo fue para el escritor brasileño João Paulo Cuenca (Río de Janeiro, 44 años), quien narra aquella locura en Descubrí que estaba muerto (Elefanta editorial), una novela intensa, mezcla de acción policiaca y denuncia social. “Al inicio me asustó mucho. No quería jugar con eso. No quería investigar. La gente me decía ‘tienes que escribir un libro, esto es un regalo para un escritor’. Un par de años después es cuando realmente empecé a bucear en la historia, a contratar detectives, impulsé el proyecto de una película, pero tardó, porque mi reacción inicial era un poco de pavor. Yo no sabía cómo había perdido mis documentos, mi partida de nacimiento”, cuenta el escritor, de visita en Ciudad de México, para presentar la edición en castellano de su novela, que en Brasil recibió el Premio Machado de Assis.

Las autoridades brasileñas desconfiaron en un inicio de Cuenca, porque creían que era un estafador, pero con el tiempo se esclareció todo el drama. Y el escritor descubrió que el muerto que le robó su identidad era un criminal. “Estaba huyendo de la policía y estaba bastante enfermo. Entonces utilizaba mi partida de nacimiento para acceder a la salud pública. Básicamente, lo utilizó para eso y para morir”, explica Cuenca mientras se toma un expreso en la sede del Fondo de Cultura Económica de la colonia Condesa de Ciudad de México, hermoso edificio rehabilitado, mitad librería, mitad recinto cultural que lo deslumbra. Ese hombre que lo robó, huido de la justicia, vivía en una vieja construcción de la ciudad, un edificio que pronto se convertiría en víctima de la voracidad inmobiliaria, que expulsaba a los pobres como a una plaga.

La aventura de Cuenca por entender qué había pasado a su identidad se convirtió entonces en una excusa para hablar de la ciudad en la que vivía y cuyos cambios lo atormentaban. La novela se desarrolla en un Río de Janiero atrapado en la vorágine generada por el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos. La Cidade Maravilhosa era entonces una gigantesca construcción que cambiaba según los caprichos de las empresas que vieron en el dinero público gastado para los dos megaeventos la oportunidad de enriquecerse hasta el delirio. Funcionarios públicos corruptos, empresarios sin escrúpulos, medios de comunicación indiferentes, más entusiasmados en vender la imagen falsa de un Brasil que despegaba a la modernidad, y toda una élite carioca ansiosa por morder su pedazo del jugoso y sangrante filete. Porque la sangre corrió: para atraer turistas, para presentarse como una ciudad resplandeciente, para sacudirse el problema de la violencia, el Estado movió a la policía militar hacia las favelas, esos cordones de miseria habitados en su mayoría por negros, con el fin, dijeron, de “apaciguarlos”, algo que en la práctica se convirtió en una brutal limpieza étnica que dejó centenares de muertos. Y mientras la sangría corría por la ciudad, las élites amortiguaban el ruido de las balas en lujosas fiestas donde rebosaba el champán. De ese Río de Janeiro y del Brasil violento por el Estado y polarizado, conversa Cuenca en esta entrevista.

João Paulo Cuenca, autor de 'Descubrí que estaba muerto'.
João Paulo Cuenca, autor de 'Descubrí que estaba muerto'.Aggi Garduño

Pregunta. Usted hace una denuncia de la corrupción desatada por autoridades y empresarios y de la voracidad de todos los sectores en pleno entusiasmo olímpico. ¿Cómo vivió aquellos años de derroche?

Respuesta. El proceso de las Olimpíadas y también de la final de la Copa del Mundo fue una especie de acelerador de una serie de proyectos para echar a la gente, para sacarla del centro de la ciudad, privilegiando a grupos empresariales y a gente que no necesita de políticas públicas. Fue un enorme desvío de dinero público y privado que pudo haber sido utilizado para cosas mucho más útiles. Yo veía todo ese proceso con mucha incredulidad, me enojaba y pensaba que no iba a acabar bien y era una cosa moralmente terrible. Pero buena parte de mis amigos, de la gente que trabajaba en los medios, tenían una mirada totalmente acrítica y un poco deslumbrada y trataron de ganar algún dinero en el proceso. Yo me convertí en una persona desagradable, a quien nadie quiere escuchar.

P. Al lado de esa voracidad está la violencia del Estado contra las favelas, como un intento de ocultar lo que para muchos era malo, las comunidades pobres y negras.

R. Hay una política de genocidio constante del joven negro en Brasil. Vivimos en una supuesta democracia, pero los derechos humanos no están democratizados, porque sirven para algunos, para otros no. Estas personas siguen viviendo bajo una dictadura militar. En Brasil la democratización fue selectiva. En el libro hay un momento en que personas que están en una fiesta, intelectuales, escritores, periodistas, deciden cerrar las ventanas, abrir una botella de champán y aumentar el sonido de la música cuando hay una balacera en una favela cercana. Y al día siguiente sale en el diario una nota pequeñita y no pasa nada. Esto está totalmente naturalizado.

P. ¿Por qué ha sido tan difícil para Brasil dejar atrás este racismo y toda esta violencia contra las personas negras?

R. Sigue pasando porque a las élites en Brasil les conviene vivir en este estado de perpetua guerra interna, pero no podemos vivir otros 50 años de esa manera. Ahora se percibe que después de Bolsonaro ha habido un cambio de discurso, se empieza a hablar más de genocidio contra el joven negro, de violencia policial militarizada en las favelas. Podemos pensar ahora en una reforma amplia dentro del sistema de seguridad pública y, de hecho, eliminar una policía que es militarizada en todo el país. Una policía cuya mentalidad es de milico, creada y acondicionada para actuar contra un enemigo externo. Pero en Brasil este enemigo son los comunistas, que no existen, los pobres y los negros.

P. ¿Considera que con el retorno de Lula al poder se pueden hacer cambios que permitan garantizar los derechos humanos de las personas negras?

R. Ojalá que sí. Lula tiene desafíos inmediatos, que son garantizar la gobernabilidad, que no haya un golpe en los próximos meses. Está así de grave la situación. El proyecto bolsonarista es de destrucción del Estado desde dentro. Hay muchas cosas que concertar, que arreglar, pero pienso que este acuerdo nacional tiene que salir. ¡Es que es una vergüenza! Y mientras esto no pare, yo no puedo decir que vivo en un país democrático. El Estado democrático de derecho existe si es para todos.

Cuenca en la librería del Fondo de Cultura Económica en la colonia Condesa de la Ciudad de México, el 24 de abril.
Cuenca en la librería del Fondo de Cultura Económica en la colonia Condesa de la Ciudad de México, el 24 de abril.Aggi Garduño

P. La polarización que sufre Brasil lo afectó directamente. Tras publicar un comentario en Twitter contra el bolsonarismo y las iglesias evangélicas, sufrió una fuerte persecución, que se ha traducido en más de 140 demandas.

R. Esto demuestra que hay iglesias que se comportan como partidos políticos y que dichas iglesias tienen un poder enorme de movilización, porque llegan a todos los lugares de Brasil, porque tienen mucho dinero y mucho poder político. Son tan poderosas que lo que hicieron conmigo es como un mensaje, enseñar mi cabeza en una bandeja y decir mira lo que pasa si haces una broma, una paráfrasis satírica de una metáfora de 300 años. De hecho, consiguieron que fuera despedido del trabajo que tenía con Deutsche Welle. Y no hay ningún medio en Brasil que me quiera contratar. Nadie me quiere porque tienen miedo de mí. Pero voy a seguir escribiendo. Voy a publicar una novela sobre esto. Estoy haciendo una película sobre este tema. Hay un proyecto de ley basado en mi caso para que este tipo de acoso jurídico no se repita. La Fiscalía de Brasil abrió una investigación a las iglesias por abuso del sistema jurídico contra mí.

P. ¿Cómo ha llegado a tener tanto poder la iglesia evangélica en Brasil?

R. Puedes mirarlo desde el punto de vista sociológico. Hay lugares, barrios, ciudades donde uno no tiene ni siquiera una plaza, no tiene un lugar para convivir, no tiene vida comunitaria fuera de un bar o de una peluquería, no tiene tampoco buenas escuelas, universidades o cursos técnicos. Tampoco hay cines, teatro, danza. La iglesia entra para ocupar ese espacio y lo hace muy bien. Ofrece a la gente un espacio de convivencia, un lugar donde pueden escuchar música, donde pueden encontrar pareja, trabajo e incluso escuchar una palabra que las conforte. Entonces creo que es bastante fruto del abandono del Estado y de la sociedad sobre una gran parcela de su población. Y la otra explicación es espiritual, porque la gente tiene experiencias religiosas reales. Eso existe. Ellas tienen experiencias místicas y de algún tipo de iluminación espiritual. Creo que la gente tiene sed de algún tipo de experiencia religiosa.

P. A cambio se convierte en un gran negocio.

R. Sí. La Iglesia Universal tiene más concesiones públicas de radio y televisión que la Globo en Brasil. O sea, estos tipos tienen una estructura de comunicación que es gigantesca y que llega en todos los lugares del Brasil y buena parte del mundo, porque ahora están en 50 países.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.

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