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David Toscana: “Los autores rusos se jugaban la vida por la literatura”

El escritor mexicano ofrece un recorrido por la literatura rusa en ‘El peso de vivir en la tierra’, ganadora del Premio Mazatlán 2023, que también es una oda a los autores que lucharon por la libertad desde las letras

El autor mexicano David Toscana en París, Francia.
El autor mexicano David Toscana en París, Francia.Raphael GAILLARDE (Getty Images)
Carlos S. Maldonado

Un día Nicolás decide que está harto de su vida. El trabajo tedioso en una oficina de Monterrey, al norte de México. El salir todos los días de casa y regresar hecho un piltrafa. Ganar dinero para sostener el hogar, pagar la renta. Llevar, en fin, una vida mediocre. Él aspira a algo más elevado, sublime, trascendental. Su vida, en sus propias palabras, alcanza apenas para media frase de León Tolstói. Porque Nicolás es un apasionado de la literatura rusa, a cuyos autores recita como un fanático religioso recita la Biblia. Adora la pasión con la que esos atormentados personajes rusos buscan la libertad y la trascendencia entre la miseria de la vida. Quiere ser un Raskolnikov y vengar a sus semejantes asesinando a una avara, por ejemplo. Y entonces decide un buen día que ya no se llama Nicolás, sino Nikolái Nikoláievich Pseldónimov y emprende, al lado de una peculiar pandilla de gente tan chalada como él, un viaje maravilloso por la literatura rusa, cuyo fin es la libertad de imaginar otra vida.

Este Nikolái Nikoláievich se convierte en un Quijote moderno. El escritor mexicano David Toscana (Monterrey, 62 años) ofrece al lector un viaje apasionado por la literatura rusa en El peso de vivir en la tierra (Alfaguara), galardonada con el Premio Mazatlán de Literatura 2023. Una novela que es, además, un tributo para los autores rusos que sufrieron la censura, la persecución, el destierro, la cárcel y muerte por ejercer su derecho a la libertad, debido a la alergia de los zares a la crítica o por las purgas stalinistas y cerrazón soviética. En sus páginas aparecen referencias y citas enteras de Antón Chéjov, Boris Pásternak, Aleksandr Solzhenitsyn o Máximo Gorki. “Para mí son un ejemplo. La literatura no es un pasatiempo, no es para entretener a la gente, es porque verdaderamente tú tienes algo que decir sobre el ser humano, sobre el individuo, sobre la libertad, sobre la vida, la muerte, el significado de la vida”, dice Toscana en esta entrevista por videdo llamada desde Madrid, donde el autor mexicano vive.

Esa valentía de los creadores rusos cobra especial vigencia en estos días, cuando los escritores e intelectuales vuelven a enfrentarse al odio de regímenes trasnochados, como ha ocurrido con los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli en la Nicaragua gobernada con mano dura por Daniel Ortega. Toscana ha coincidido en España con Belli, en el nuevo exilio de la escritora y poeta. De ella ha leído sus poemas revolucionarios, en especial uno que llama a una huelga silenciosa para que solo se escuchen las botas del tirano. Estaba dedicado al dictador Somoza, pero le cae como guante a Ortega, afirma Toscana. “Creo que esto que aprendimos en el mundo soviético de que el escritor tiene que dar la cara por los colegas escritores es importante. No se trata nada más de mostrar solidaridad, si no que hay que estar ahí, hay que estar presentes”, afirma Toscana.

Una lucha por la libertad que puede ser política y estética. La libertad de crear, de decir, de pensar, pero también de imaginar un mundo distinto, que puede ser sublime y grotesco, como una novela rusa. Ese es el viaje quijotesco que emprende Nikolái Nikoláievich con su pandilla de locos, compuesta por su mujer, a quien decide llamar Marfa Petrovna, el borracho Guerásim, Griboyédov que en un inicio se presenta como la vieja avara de Crimen y castigo, el tísico Antón y una serie de personajes que se adaptan al viaje según las necesidad de Nikolái de convertir la vida en una tragedia rusa. La novela se enmarca en plena carrera por la conquista del espacio y los diarios de Monterrey presentan enormes titulares con los logros rusos. La pandilla de chalados decide entonces prepararse para su propio despegue a la inmensidad del universo. “Cuando comenzamos te dije que moriríamos igual que cosmonautas, que no soportaríamos el peso de vivir en la tierra”, le dice Nikolái Nikoláievich a su mujer. “Aún nos queda mucho por recorrer. Nos falta la guerra, la miseria, el hambre, los trabajos forzados, los fríos extremos, desastres naturales, la soledad, la vejez, la invalidez, la ceguera, la distancia, la desesperanza, el manicomio, el llanto, la muerte”, le promete. En fin, todo lo terrible de un buen relato ruso, porque, sentencia Nikolái Nikoláievich, “la vida es lo único infinito que tiene final”.

Pregunta. Ha creado usted un Quijote ruso cuyas aventuras se desarrollan en Monterrey. Vaya mezcla, ¿no?

Respuesta. Es un Quijote regiomontano que quiere, por supuesto, emular a los rusos del mismo modo que aquel otro Quijote quería emular a los caballeros andantes. Pero la diferencia se nota en que estos otros no son caballeros andantes: son alcohólicos, asesinos, tuberculosos, picados de viruela, pobres diablos, prostitutas, porque el desfile de personajes que vemos en la literatura rusa es bastante diferente. No es que mi personaje se quiera volver un antihéroe, lo que quiere es precisamente tocar la condición humana, el alma humana.

P. Su novela es un viaje intenso por la literatura rusa. Nikolái, su personaje principal, está trastornado por los rusos. ¿A usted los rusos le han producido tan fuerte impresión como a él? ¿Cómo inició ese romance tan apasionado por la literatura rusa?

R. Esta novela parte de mis primeras lecturas. En casa no había libros, la familia no era lectora. Había solo dos libros cuando yo era un niño, que eran El Quijote y Crimen y Castigo. Y desde entonces son mis dos amores y los llevo en la conciencia. He seguido leyendo y releyendo Crimen y castigo, pero por supuesto mucho más de la literatura rusa.

P. ¿Y por qué los rusos?

R. Pues creo que es una literatura que está muy cargada de humanidad, con muchas pasiones, mucha violencia, mucha valentía, con mucho derroche de lo que significa estar en este mundo. Estos escritores tenían mi admiración porque Rusia es un país que nunca ha tenido libertad, ni con los zares, ni durante el comunismo ni ahora con Putin y siempre me gustó ver como estos autores le daban tanta importancia a la literatura como para jugarse la vida.

Desde Pushkin hasta Gógol y por supuesto Dostoievski estos autores pasaron por los campos de trabajos forzados. A León Tolstói, que por ser un gran personaje de la nobleza no lo pudieron perseguir directamente, lo estuvieron acosando, lo censuraron y la Iglesia acabó excomulgándolo. En el periodo ya bolchevique tenemos muchos que fueron perseguidos, encarcelados. Isaak Bábel, que es uno de mis grandes amores, termina con un tiro en la nuca. Hay otros que terminan muriendo en un campo de concentración. Y yo pienso sobre todo en lo que se hace con tal de poder escribir unos versos. Para mí son un ejemplo. La literatura no es un pasatiempo, no es para entretener a la gente, es porque verdaderamente tú tienes algo que decir sobre el ser humano, sobre el individuo, sobre la libertad, sobre la vida, la muerte, el significado de la vida. Buena parte de la literatura no está ahí para gustarnos. Al contrario, está ahí para provocar una serie de emociones que no necesariamente tienen que ver con el placer.

P. Decimos zares y decimos Stalin y parece algo muy lejano, pero la persecución oficial contra escritores continúa, mire usted lo que ha pasado con Sergio Ramírez y Gioconda Belli, exiliados y sin nacionalidad por orden del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua.

R. Creo que esto que aprendimos en el mundo soviético de que el escritor tiene que dar la cara por los colegas escritores es importante. No se trata nada más de mostrar solidaridad, si no que hay que estar ahí, hay que estar presentes, hay que defender a los autores de dictaduras, también de censuras morales, de muchos intereses políticos; hay que defenderlos de calumnias. Siempre tenemos que estar los escritores detrás de los escritores.

P. ¿Deben los escritores tener una posición política, mantener una postura frente a regímenes dictatoriales o autoritarios?

R. Creo que la bandera más libertaria que tiene el escritor es la de escribir y darle en las obras este protagonismo y esta dignidad al individuo, que esto fue lo más peligroso durante el comunismo. Si tú lees a Pasternak, a Bábel, a tantos autores, no estaban enfrentando al Gobierno, simplemente estaban diciendo que había un individuo, un individuo libre, y esto le molestaba tanto a Stalin como a Kruschev y Brézhnev, porque ellos querían siempre hablar de la colectividad. Lo hemos visto siempre. Madame Bovary escandalizaba no porque te contara la historia de una mujer, sino porque esta mujer era un individuo y quien la leyera quería participar de esta libertad, de esta vida, de esta posibilidad de quitarse trabas morales. Esto es lo que siempre me ha enseñado la literatura. Por supuesto que necesitas una literatura que invite al lector a no ser solo un espectador, sino que sea participante.

P. ¿Sigue vigente la literatura rusa en nuestros días? ¿O ha envejecido mal?

R. Buena parte de ella sigue muy vigente. Acudo a muchos textos rusos para escribir mis columnas de prensa que hablan del presente. Por ejemplo, un cuento de Chéjov que se llama Muerte de un funcionario, que trata de un personaje que en un teatro estornuda y moja a la persona que está delante. Entonces empecé a jugar con ese cuento porque estábamos en lo más profundo de la pandemia y decía qué va a pasar ahora en el teatro cuando alguien estornude. Estos autores ponen mucha luz a detalles generales sobre la vida contemporánea, la política contemporánea.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.

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