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La ivermectina en México, un conflicto entre la ciencia y la política

La polémica por el uso del medicamento para tratar la covid encierra incógnitas, cuestionamientos y argumentos expuestos por sus propios protagonistas

Elías Camhaji
Medicina coronavirus
Un kit médico repartido por el Gobierno de Ciudad de México, en abril de 2020.EDGARD GARRIDO (Reuters)

La ivermectina ha pasado de ser una posibilidad para el tratamiento de la covid-19 a convertirse en la semilla de uno de los mayores escándalos de la pandemia en México. El Gobierno de la capital ha estado en la mira después de que se diera a conocer que hubo un reparto masivo del medicamento a finales de 2020 y buena parte de 2021, en un momento álgido de la epidemia en el país. Siete funcionarios publicaron los resultados de la estrategia de distribución sin consultar a los pacientes que la recibieron y el análisis fue eliminado de SocArXiv, el portal que lo alojaba, bajo el argumento de que era un trabajo de “mala calidad”. La discusión ha copado los círculos académicos, ha azuzado los ánimos políticos y ha reventado las redes sociales. Se ha hablado de “experimentos” y “campañas dolosas de desinformación”, y se han exigido renuncias de los servidores públicos involucrados, al tiempo que la Administración de Claudia Sheinbaum ha defendido la estrategia como una “intervención exitosa”. Antes del conflicto, sin embargo, la ivermectina ya estaba ahí y fue prácticamente omnipresente en un primer tramo de la pandemia. Incluso, sigue siendo común verla en las recetas médicas de varios países, a pesar de que organismos internacionales y entes regulatorios de todo el mundo aún tienen dudas sobre su efectividad.

“Prácticamente, todo el mundo la recetaba y muchos todavía lo siguen haciendo”, cuenta Salvador Arteaga, un médico que ha pasado los últimos dos años tratando a pacientes con covid en sus casas. Arteaga también la prescribía ampliamente, sobre todo en 2020. “Eran las herramientas que teníamos a la mano”, comenta. Tras el estallido de la pandemia, farmacéuticas y gobiernos se volcaron en encontrar fármacos que ya estuvieran en circulación y que fueran baratos y efectivos contra el virus. No existían vacunas ni tratamientos específicos y había, en cambio, decenas de miles de enfermos.

México enfrentaba el doble golpe de la crisis económica detonada por el confinamiento y las autoridades empezaron a repartir despensas y kits médicos que ayudaran a las familias de los pacientes, comenta Oliva López, secretaria de Salud de la capital y una de las protagonistas de la polémica como coautora de la publicación sobre el uso de ivermectina. En un inicio se repartían paracetamol y pruebas, pero a finales de ese año se incluyó la ivermectina al ver que ciudades de una decena de países seguían la misma estrategia. “Definimos que tenía un beneficio potencial muy importante y un riesgo prácticamente nulo con una dosificación segura”, señala. Desde junio de 2020, apenas unos meses después de que se declarara la pandemia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) desaconsejó los tratamientos con ivermectina para infectados con coronavirus, después de que un estudio sugiriera que era efectiva para inhibir la replicación del virus in vitro.

“No es que se distribuyera por la libre”, sostiene López, “se entregó este medicamento por personal de salud y con orientación médica”. Philip Cohen, director de SocArXiv, responde que, aunque el reparto haya sido supervisado, no existían protocolos para su uso en pacientes de covid. El punto más cuestionado por los críticos de la estrategia del Gobierno de Sheinbaum es que no se preguntó a los participantes si estaban de acuerdo con que se recopilaran sus datos para evaluar el efecto del reparto en su tratamiento. Las autoridades sanitarias han insistido en que no se trató de un experimento y descartan cualquier insinuación al respecto. “Es muy importante señalar que la Secretaría de Salud jamás haría experimentos con su población”, afirma López, que se refiere al reparto como un análisis estadístico para el que no necesitaban consentimiento.

Para Cohen va más allá de una disputa por la terminología. El académico defiende que no llamarlo experimento ni ensayo clínico es una forma de no tener que pasar por ciertos protocolos de investigación y que el conflicto de intereses persiste porque los autores “son juez y parte” al buscar que los resultados sean favorables. “Hicieron una intervención que no fue ética ni efectiva y quieren justificarla”, asegura. “Describieron el paper como si fuera una evaluación de la efectividad de la ivermectina, cuando en realidad estudiaron el efecto de darle a las personas unas pastillas y un montón de otras cosas”, agrega. El académico de la Universidad de Maryland dice que no se puede aplicar un tratamiento médico como si fuera inocuo, sin decirles a los pacientes que no hay evidencia de que vaya a funcionar.

López dice que el debate se ha tergiversado y que, aunque es positivo que se discuta la evidencia científica, el tono de las redes sociales se ha impuesto con “desinformación”. “La ivermectina no es un debate concluido”, dice la secretaria de Salud, sobre la decisión de su equipo de defender que se estudien más los efectos en covid. La funcionaria agrega que, en un mundo sin vacunas, ella misma hubiera tomado ivermectina si estuviera infectada por la variante delta y tuviera una neumonía leve.

El epidemiólogo Samuel Ponce de León, coordinador de la Comisión de Respuesta a la epidemia de covid-19 de la UNAM, explica que la ivermectina es un desparasitante que ha mostrado ser muy efectivo en infecciones provocadas por gusanos, incluso se usa contra los piojos en aplicaciones tópicas. También se usa en animales. “Es un medicamento que se ha administrado globalmente en decenas de millones de personas”, dice el médico, “es seguro y es barato”. El especialista dice que se desaconseja tomar las versiones veterinarias porque las dosis son mayores que las recomendadas para los humanos, pero que los riesgos en general son equiparables a otros antivirales. “Tiene una serie de efectos colaterales, como también la tiene la penicilina”, agrega, “no es el veneno que señalan algunos comentaristas”.

El problema de los análisis para probar su efectividad contra la covid-19 es que han sido estudios muy limitados y, en muchos casos, deficientes, señala Ponce de León. Uno de los pocos consensos que existen entre los protagonistas es que lo ideal hubiera sido un ensayo clínico, en el que hubiera un grupo aleatorio y grande de personas con consentimiento informado y apegado a los protocolos. Eso no se pudo hacer, sin embargo, porque la situación era apremiante, sostiene López.

El tema remite a otro debate: el de las patentes. La ivermectina, dice Ponce de León, es un medicamento genérico y ninguna farmacéutica se volcó en probar su efectividad porque no la podrían usar de forma exclusiva. Y eso ha dificultado que lleguen las investigaciones a gran escala.

La propia publicación del Gobierno de Ciudad de México no podía llenar ese hueco porque, según dicen los propios autores, no fue un ensayo clínico. Aquí entran a colisión las críticas de Cohen: por qué dar un aire científico a un estudio estadístico. “Cuando se publica el artículo como un ensayo clínico entramos a otros cuestionamientos, creo que se debió haber dado mayor información a los pacientes”, dice Ponce de León. “No creo que sea una violación a la seguridad de los pacientes, pero sí debieron haber sido informados”, sentencia.

La secretaria de Salud dice que su continuidad no se debe basar en el debate de turno, sino en sus resultados ante la ciudadanía y la jefa de Gobierno. “Si eso pasara aquí, esperaría que hubiera repercusiones políticas”, contesta Cohen, aunque reconoce que no sigue la política mexicana y aclara que nunca ha sido su interés imponer una visión “colonialista”, como se quejaron los propios autores de la publicación. “En política, admitir que te equivocaste es difícil, aparentemente denota cierta debilidad”, dice el investigador. “Si la intervención fue tan exitosa, ¿por qué no ha seguido aplicándose?”, cuestiona Cohen, que también admite que el portal tiene limitaciones y que su decisión de retirar el documento no debe verse como la prueba irrefutable de un tema médico.

Buena parte de la discusión, como muchas otras de la pandemia, tiene una lectura política. El caso de la ivermectina en México atraviesa también otras cosas: debates científicos inéditos en el país, cuestionamientos metodológicos, anhelos por encontrar soluciones a la crisis sanitarias. Al fondo, un mundo que creía tener la mayoría de las respuestas sobre el coronavirus se ha visto sorprendido una y otra vez. En cuanto a ivermectina y covid tampoco hay muchas certezas. “No hay evidencia para decir que sirve, pero tampoco que no”, resume Ponce de León. Algunos médicos privados, como Arteaga, han dejado de administrarla a sus pacientes porque no notaba mejoras sustanciales. Ante la duda, el consejo de las principales agencias de referencia es desaconsejar su uso y ser muy cautas para evitar la narrativa del “medicamento milagro”. Muchos grupos antivacunas la han encumbrado, pero no por la propia medicina, sino por el vacío de información. La pandemia ha implicado comunicar lo que se sabe y lo que no, con traspiés recurrentes de funcionarios que no ven la efectividad de usar cubrebocas, por citar un ejemplo, ni de rectificar sus dichos.

La ivermectina retrata también la crispación que existe en México tras dos años de pandemia. Debajo de las afirmaciones tajantes, en medio del cruce de acusaciones, quedan las preguntas sobre la ética, el planteamiento de la publicación y la eficacia de una acción de salud pública. Las respuestas, sin embargo, parecen estar lejos de la tensión política que ha acaparado los reflectores en los últimos días.

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Sobre la firma

Elías Camhaji
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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