Amy Pope: “La solución a la migración no está en la frontera de Estados Unidos”
La asesora que hablaba al oído de Biden en temas migratorios llega a la Organización Internacional para las Migraciones con la consigna de construir una respuesta regional a una crisis atravesada por la pandemia y la inestabilidad política
Hace apenas unos meses, la humanidad fue testigo de cómo un virus unas mil veces más pequeño que el tamaño de un cabello humano paralizó el mundo. La pandemia detuvo la economía, cerró las fronteras y obligó a poblaciones de países enteros a refugiarse en sus casas. Y aun con todo, más de 282 millones de personas emigraron, el 3,6% de la población mundial. El récord de migrantes en el planeta se batió en 2020, como pasó en 2019, el año antes y el anterior. América no fue ajena a esa tendencia. En el último año fiscal, entre octubre de 2020 y septiembre de 2021, fueron arrestadas más de 1,7 millones de personas que intentaban llegar a suelo estadounidense, la cifra más alta desde que empezaron los registros oficiales, en 1960. El fenómeno migratorio sigue siendo un quebradero de cabeza para los países del continente, con rutas cada vez más peligrosas y desafíos políticos cada vez mayores. Para Amy Pope, directora general adjunta de Gestión y Reforma de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una cosa está clara. “La solución a la migración no está en la frontera de Estados Unidos”, afirma en entrevista. “México no puede responder solo, EE UU no puede responder solo”, agrega, “los Gobiernos de la región tienen que encontrar soluciones colectivas”.
Pope asumió en septiembre pasado como la número dos de la OIM después de ser la principal asesora del Gobierno de Joe Biden sobre migración, uno de los flancos más criticados de su Administración. La asesora que hablaba al oído del presidente defiende un enfoque pragmático, más apegado a la teoría organizacional y de resolución de conflictos que a la grandilocuencia de los discursos mediáticos. Esgrime sus argumentos, precisamente, en voz baja, casi susurrando. Su nuevo cargo la alejó de los pasillos de la Casa Blanca (acaba de realizar una gira relámpago por México, Colombia y el Darién panameño) y le impide hacer pronunciamientos tajantes de la política de su país. Eso, sin embargo, no evita que dé un breve diagnóstico de por qué la crisis migratoria ha sido uno de los temas más complicados para un Gobierno que parece no encontrar la fórmula para hacer frente a la llegada de golpe de cientos de miles de personas.
Pope hace referencia a un término que es difícil traducir al español: weaponization, una metáfora bélica para definir cómo un concepto, idea o situación se utiliza como herramienta o arma para alcanzar un fin político o beneficio personal. “Hemos visto cómo en la pasada Administración la política migratoria ha sido utilizada como un arma, usada de forma muy efectiva para dividir a la población estadounidense”, señala, “eso echó raíces, no se fue por el hecho de que Biden fuera elegido presidente”.
La funcionaria agrega que no es un fenómeno exclusivamente estadounidense, sino que se ha extendido a Europa y Sudamérica, cuando se agitan los discursos antimigrantes y la xenofobia o cuando las personas migrantes se convierten en monedas de cambio en los choques entre países, como ha pasado entre Bielorrusia y la Unión Europea, en las renegociaciones del TLCAN o con miles de solicitantes de asilo varados por el programa conocido como Quédate en México (MPP). Es en estos escenarios donde, “los migrantes se convierten en las armas en los conflictos entre Estados”, comenta.
Las detenciones sin precedentes en la frontera sur de Estados Unidos son un argumento recurrente entre los críticos que creen que Biden no ha logrado desmarcarse lo suficiente de las políticas de Donald Trump, aunque Pope no lo ve así. “Creo que, de hecho, esto puede estar alimentado por la sensación de que las políticas son menos estrictas”, revira. “Tuvimos un cambio de Gobierno en Estados Unidos y pasamos de una Administración que era muy antimigrante a otra con un punto de vista más tolerante. Ese cambio de Gobierno pasó al mismo tiempo que la covid y que desastres naturales muy serios en Centroamérica y Haití”, argumenta, “tenemos que verlo como una confluencia de factores”. A esa lista también añade la inseguridad alimentaria, la inestabilidad política, la violencia y el cambio climático.
Su apuesta desde la OIM es impulsar nuevos canales para la emigración regular, con válvulas de escape diferenciadas para los migrantes económicos y por el cambio climático, los refugiados que huyen de la violencia y los solicitantes de asilo para evitar los cuellos de botella. Su insistencia es también abandonar la visión de manejo de crisis y abogar por un nuevo enfoque en el problema, más en la línea de las estrategias de prevención que en lo reactivo. “Es cierto que cuando recibes un número significativo de migrantes que llegan de golpe a través de canales irregulares se crean presiones con las que los Gobiernos y los funcionarios tienen que lidiar”, expone. “Pero si tratamos cada flujo migratorio como una crisis, eso disminuye el espacio político que tienes para alcanzar soluciones sensatas y los funcionarios empiezan a reaccionar políticamente en vez de estratégicamente”, dice.
“Creo que ponemos demasiado el foco en las caravanas como si fuera un problema mayúsculo, pero el problema mayúsculo es lo que está pasando en los países de la región y que hace que los migrantes se sientan obligados a irse”, ejemplifica. “Tiene que haber un cambio en la forma como pensamos en la migración”, sentencia.
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