Las hospitalizaciones por covid ponen en guardia a Ciudad de México
El coronavirus no cede espacio en la capital del país, concentrándose en zonas específicas pero sin alcanzar los niveles del pico en el segundo trimestre
Apenas México ha sacado la cabeza del agua para respirar, y la ola del virus se la está volviendo a hundir. Su capital, una de las ciudades más afectadas por la pandemia en el mundo, también se está sumergiendo de nuevo. Si bien no espera explorar los mismos fondos que en el momento más complicado de abril y mayo, cuando las muertes por toda causa triplicaban a las de años anteriores, el indicador clave para el seguimiento inmediato del riesgo deja poco lugar para el optimismo: las hospitalizaciones por infecciones respiratorias no ceden, sino que repuntan en Ciudad de México.
Desde un primer momento, las autoridades mexicanas se ataron a un indicador para tomar decisiones y evaluar la marcha del contagio: la ocupación hospitalaria de camas dedicadas a pacientes confirmados o sospechosos de la covid. El indicador es polémico porque sabemos que un número nada despreciable de las personas que padecen un desarrollo severo de la enfermedad no aparece en los registros oficiales como receptor de tratamiento hospitalario. Y sin embargo, asumiendo que el sesgo a la baja en el indicador es constante en el tiempo (es decir, que la cantidad de casos reales que se quedan sin tratar es la misma hoy que hace tres, cinco, siete meses), resulta quizás el menos imperfecto para calibrar la situación inmediata de la epidemia. Tanto los contagios como las muertes confirmadas presentan no solo un subregistro considerable, sino también un retraso de reporte que los vuelve menos operativos. De la misma manera, aunque el dato de exceso de mortalidad por causas agregadas comparado con años anteriores indica como ninguna otra cifra el impacto real de la epidemia, sus problemas de rezago y falta de disponibilidad inmediata son aún mayores.
Los incrementos en hospitalizaciones durante octubre han sido particularmente intensos en Durango y Chihuahua, y en Nuevo León y Nayarit durante la semana anterior. Todos ellos han superado a la capital, que en realidad se ha mantenido con un nivel constante en los últimos 30 días. Es decir: la epidemia nunca abandonó realmente la capital, si bien no alcanza los altísimos niveles de finales de mayo. En aquel pico, más de tres cuartas partes de las camas para hospitalización general de covid estaban ocupadas en los hospitales de la ciudad. Ahora apenas pasan del 40%, pero el hecho de que se haya mantenido de manera constante entre las cuatro o cinco entidades con mayores ocupaciones es llamativo.
Poniendo el foco en la última semana, la capital se encuentra en el grupo de incrementos moderados. El corredor hacia el norte conformado por las otras cuatro entidades ya mencionadas, sus respectivas capitales (Tepic, Durango, Monterrey y Chihuahua) y el resto de núcleos urbanos en ellas marcan el ritmo en el país, con descensos en el mejor de los casos modestos.
Este fin del respiro momentáneo que dio la epidemia en México no es, por tanto, exclusivo de la capital, ni mucho menos. Pero las complejidades de una ciudad incrustada en una de las áreas metropolitanas más densas y pobladas del continente americano suponen un reto añadido, hoy como en el inicio de la primera ola.
Dentro de la metrópolis
Acotando a los municipios incluidos dentro de la zona metropolitana del valle de México, la incidencia de la epidemia durante este último mes varía tanto entre ellos como entre entidades a lo largo y ancho del país. Algunos como Ecatepec o Iztapalapa, que sufrieron particularmente en el pico de mayo, presentan una situación definitivamente más tranquila. Es difícil saber si se ha tocado algún techo de inmunidad en los barrios más afectados, o si hay otra razón detrás de la pausa. Es probable que estos límites parciales y temporales se hayan unido a cierto efecto de la estrategia de rastreo desplegada por las autoridades capitalinas.
Sin embargo, en otras zonas, particularmente de la periferia suroccidental, ni techos ni rastreos parecen estar surtiendo efecto. Este mosaico se hace aún más evidente cuando el foco se cierra a las alcaldías de la capital, observando en qué colonias hay un mayor número de casos detectados y considerados como activos por las autoridades (teniendo en cuenta que aparecer sin casos en este mapa no equivale a no tenerlos, pues el subregistro de los mismos sigue siendo con toda probabilidad considerable en un país con una de las tasas de positividad más altas del mundo).
Más jóvenes, más mujeres
La Ciudad de México empezó a reabrir oficialmente en julio, hasta alcanzar hoy algo bastante parecido a una normalidad que es más o menos cauta dependiendo de las circunstancias de cada persona. Esto se ve nítidamente en las diferencias que existen en el perfil de casos confirmados antes y después de la reapertura. Las mujeres, antes menos frecuentes, han pasado a serlo más, correspondiendo ahora su porcentaje sobre el total de casos con el que tiene el conjunto de la población.
Detrás de este cambio (menos leve de lo que pueda parecer a simple vista: un punto porcentual en esta gráfica representa miles de personas) está posiblemente el hecho de que la necesidad a la hora de conseguir ingresos pese al riesgo de contagio está igualmente repartida entre sexos en el contexto actual. Más específicamente, quizás la vuelta al trabajo de mujeres empleadas en hogares ajenos explique una parte de esta evolución.
De igual manera, los más mayores conforman una parte menor de los casos tras la reapertura, dando a entender que son los jóvenes quienes pueden permitirse una mayor exposición. El aumento entre los menores de 30 años es particularmente importante.
Una menor letalidad es de esperar con este perfil, pues los estudios muestran que jóvenes y mujeres desarrollan cuadros sintomáticos menos severos. Pero al mismo tiempo México ha demostrado que su perfil de comorbilidades y convivencia sostenida con el virus incrementa la mortalidad absoluta en segmentos de edad insólitos en otros países. Es decir, habrá menos gente con el virus que muera, pero quizás más personas que mueran por el virus que no lo habrían hecho por otra razón en circunstancias normales.
El retrato robot de los nuevos pacientes lo completa el segmento del fragmentado sistema de salud por el que acceden a la prueba y al eventual tratamiento. Los privados, empresariales y propios del Ejército (con un gasto per cápita mucho mayor al de los demás) pierden protagonismo; también el tronco dedicado a las clases medias y trabajadoras conformado por el IMSS y el funcionariado del ISSSTE.
El resto de sectores está probablemente ganando peso porque el Estado le da un mayor papel en la gestión de la epidemia, pero el significativo vuelco en proporciones sugiere también que se confirma lo que ya podía intuirse desde abril, lo que también refleja la incidencia en ciertas periferias urbanas: que la epidemia sigue el rastro de la desigualdad en la Ciudad de México, exactamente igual que en el conjunto de la Federación.
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