Empatía es la palabra de moda, pero, ¿sabemos qué es y cómo inculcarla a los niños?
Entender las emociones, necesidades o acciones de otros, sin que coincidan con las propias, puede aprenderse mediante el ejemplo y la práctica diaria. Una capacidad beneficiosa que fortalece vínculos afectivos, ayuda al desarrollo emocional y previene el acoso


La empatía se define como un proceso psicológico y de interacción social que permite a las personas comprender las emociones, necesidades, pensamientos y acciones de otros, sin que necesariamente coincidan con las propias. No se trata de reaccionar como uno lo haría en la misma situación, sino de ponerse en el lugar del otro, compartiendo y experimentando sus sentimientos desde la propia perspectiva. Para que el niño comience a desarrollar la empatía, es esencial que supere la etapa egocéntrica característica de los primeros años de vida. En ese momento el menor no es capaz de ponerse en el lugar del otro, ya que su inmadurez cerebral no se lo permite. Aún no está preparado para tomar conciencia de la realidad, por lo que no tiene la habilidad de diferenciarse a él mismo de lo demás. Este aspecto es fundamental para poder desarrollar la capacidad de la empatía.
El término empatía fue introducido formalmente en 1873 por el filósofo alemán Robert Vischer, quien utilizó el concepto “Einfühlung” (sentirse dentro de). Posteriormente, en 1909, el psicólogo Edward Titchener acuñó el término tal y como se conoce en la actualidad, basándose en la etimología griega “εµπάθεια”, que también significa “cualidad de sentirse dentro”.
Numerosos psicólogos y filósofos han estudiado este concepto, desarrollando diversas teorías al respecto. Martin Hoffman, psicólogo experto en inteligencia emocional, sugiere que la estrecha relación y cercanía física y emocional entre padres e hijos en la primera infancia es un motor clave para el desarrollo de respuestas empáticas. Las emociones y sentimientos que surgen en situaciones cotidianas en torno a la familia favorecen la elaboración de esta cualidad. Esto indica que la empatía no solo es una característica intrínseca al ser humano (idea que se había extendido al inicio del estudio de este concepto), sino que también puede aprenderse mediante el ejemplo y la práctica diaria.
Hoffman clasifica el desarrollo de la empatía en la infancia en cuatro etapas:
- Empatía global: durante los primeros meses de vida, el bebé y las personas de referencia para este son percibidos como una unidad. En esta fase de dependencia total, el niño requiere cuidado continuo para su supervivencia.
- Empatía egocéntrica: desde el primer año hasta los 2-3 años de vida, los niños empiezan a diferenciarse de sus referentes, pero aún no pueden ponerse en el lugar del otro. En esta etapa comienzan a identificar sus propias emociones de manera primaria y pueden ofrecer recursos que a ellos mismos les funcionan (por ejemplo, ofrecer su chupete a otro niño que llora).
- Empatía con los sentimientos de los demás: entre los 3 años y la pubertad, los menores desarrollan la empatía, iniciándose por emociones simples hasta llegar a las más complejas. A los 4 años pueden reconocer emociones básicas como la tristeza y la alegría, mientras que a los 10 u 11 son capaces de comprender y experimentar sentimientos más complejos, como la decepción o la justicia.
- Empatía con la desgracia general de los demás: durante la adolescencia, los jóvenes ya son capaces de empatizar con situaciones más amplias, como la pérdida de un ser querido, las injusticias globales o el nacimiento de un nuevo miembro en la familia. En esta etapa, su conexión empática se extiende más allá de sus propias vivencias hacia su entorno y el mundo.

La empatía es una cualidad crucial para una adecuada interacción social. Tener empatía aporta numerosos beneficios tanto a uno mismo como para la sociedad en su globalidad:
- Fortalecimiento de vínculos afectivos. Gracias a la empatía se favorecen aspectos tan importantes como la escucha, la ayuda, el acompañamiento o la creación de lazos seguros. Saber que el entorno en el que uno convive es un entorno empático, lo convierte en un espacio seguro, donde poder ser con libertad y aceptación, desde la incondicionalidad y el pleno acompañamiento.
- Humanización. La empatía contribuye a que las personas sean más amables y compasivas, mostrando una sociedad más cercana y agradable para la convivencia.
- Promoción de la amistad y el apoyo mutuo. Es un valor que fomenta relaciones basadas en la ayuda y el compañerismo, valores esenciales en cualquier sociedad.
- Prevención del acoso. Al potenciar la comunicación y la capacidad de reconocer el dolor ajeno, la empatía ayuda a prevenir situaciones de acoso o bullying, un aspecto muy importante a la hora de educar y sembrar nuevos valores.
- Desarrollo de la inteligencia emocional. La empatía mejora la habilidad de identificar, reconocer y saber acompañar las emociones propias y ajenas.
La empatía se potencia significativamente cuando los niños observan ejemplos empáticos en su entorno. Educar a través del modelo es más efectivo que solo a través del mensaje verbal. Si un niño experimenta empatía por parte de sus adultos de referencia interiorizará esta conducta como algo natural y la adquirirá de forma más sencilla. La empatía se integra con amabilidad, paciencia, constancia y comprensión.
Es fundamental que los niños aprendan desde pequeños a escuchar sin juzgar, comprendiendo que la diversidad es parte de la vida y que todas las opiniones y emociones son válidas y necesarias. Los menores necesitan sentirse visibles, pertenecientes dentro de su entorno seguro, contando con la disponibilidad y presencia de sus adultos de referencia para integrar un modelo de conducta adecuado.
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