Trucos para conseguir que niños y adolescentes se impliquen en las tareas domésticas
Los padres y madres deben dar a los hijos la oportunidad de elegir qué labor quieren hacer en casa, como puede ser hacer su cama o pasar el aspirador. Eso sí, hay que explicarles y asignarles la más adecuada a su edad y también respetar sus tiempos
Recoger sus juguetes desde los dos años, sacar los cacharros del lavaplatos desde los tres, y hacer su cama o pasar la aspiradora desde los ocho. Estas son algunas de las tareas domésticas que, según la tabla Montessori, puede ir realizando tu hijo desde que es apenas un bebé. Un verdadero sueño para cualquier progenitor. Pero no hay que engañarse, es una realidad bastante alejada de la cotidianidad de la mayoría de los hogares. Quizás porque no se plantea la implicación de los niños y adolescentes en las labores de casa de la manera más adecuada, o porque no se tiene la paciencia suficiente para enseñarles cada una de esas tareas. Lo cierto es que pocos niños de 10 años friegan el suelo o limpian el cuarto de baño en profundidad. Tal vez lo hacen a regañadientes y tras varias amenazas de castigos o enfados. También es verdad que las tareas de esta conocida tabla son meramente orientativas.
No todos los niños están preparados para todas las tareas domésticas. Y no todos quieren hacer las mismas. Por eso, para conseguir que los hijos participen y se impliquen en ellas, lo mejor es, como siempre, recurrir al comodín de la comunicación. Lo cuenta Beatriz M. Muñoz, consultora de Inteligencia Emocional, guía Montessori y autora del libro Montessorízate (Grijalbo, 2018): “Hay niños que con cuatro años quieren cocinar pero no recoger juguetes solos; y hay otros a los que les encanta limpiar cristales pero no doblar la ropa”. Por eso, asegura, la clave es “conexión, observación y acuerdos”.
Lo de imponer tampoco suele funcionar en estos casos. La idea es implicarles como parte de la responsabilidad de formar parte de la familia. “Es positivo que participen en las tareas de casa porque es la mejor manera de transmitirles que forman parte de la familia de una forma significativa”, explica María Soto, fundadora de la escuela online Educa Bonito y autora de Confianza cien, expectativa cero (Vergara, 2022). “De esta forma, se refuerza su autoestima a través de su significancia”, prosigue, “y se fomenta la práctica de todas las fortalezas que los niños están preparados para desarrollar”.
El truco está en el concepto de la implicación. “Desde la obligatoriedad o la rigidez va a generar rechazo”, añade Soto. Por eso, para esta experta, es importante que formen parte de la planificación, las decisiones, pudiendo decidir qué quieren hacer y qué no, a partir de reuniones familiares en las que se repartan las tareas entre todos, siguiendo sus preferencias en la medida de lo posible y con sentido común.
Una vez que se han tomado estas decisiones, “lo mejor es anotarlo todo y tener recordatorios visuales”, recomienda Muñoz. “Esto es fundamental para que puedan responsabilizarse y, a la vez, es importante que nosotros supervisemos. Que revisemos cada cierto tiempo cómo se están cumpliendo los acuerdos es imprescindible”, incide esta especialista.
Jugar y divertirse
Hay que dejarles participar “aportando ideas, que la manera de llevar a cabo las tareas implique creatividad, juego, posibilidad de innovación y disfrute”, asegura Soto. “No es lo mismo hacer el cambio de armario de forma aburrida que jugar a que tenemos una tienda de ropa vintage. Puede que tardemos tres veces más, pero lo haremos juntos y en conexión. Y eso es oro”, recalca por su parte Muñoz.
“Por un lado, que hay que empezar con estas prácticas desde que son pequeños, con tareas asignadas según la edad, evidentemente, porque, al igual que con muchas otras enseñanzas, no se puede empezar de cero en plena adolescencia”, continúa Muñoz. Esta experta reconoce también que no se puede exigir que hagan las cosas como los padres y madres quieren, de la manera en la que lo harían ellos ni a la misma velocidad. “Lo mejor es comenzar la práctica en días sin prisa, para que podamos centrarnos en los aprendizajes y procesos, más que en los resultados”, afirma Soto, “por mucho que nos cueste, no debemos acabar asumiendo lo que les corresponde a ellos o lo pactado porque no lo hace lo suficientemente bien”. La experta asegura que cada vez que los progenitores intervienen, se paga un peaje: “El coste de la oportunidad de que puedan hacerlo por sí mismos más adelante”.
¿Y qué pasa en la adolescencia?
A veces uno no reconoce a su propio hijo o hija cuando pasa a ser adolescente. Como si le hubieran cambiado el carácter. Bien, pues eso también se nota en las tareas de la casa asignadas. De repente, se dejan de hacer. Casi sin previo aviso. Para conseguir que las realicen hay que recordárselas más de una vez… Y, a veces, ni así se consigue que se finalicen. La explicación está en la etapa que están atravesando, en la que sienten necesidad de desarraigo. “Es una etapa egoísta, introspectiva, y a la vez enfocada a lo social”, afirma Muñoz. Para reconectarles con sus responsabilidades domésticas, la autora de Montessorízate aconseja escuchar de forma activa y sin juicios; que los padres se expresen sin reproches, juicios o sermones, y lo hagan con mensajes honestos y vulnerables: “Esto va a permitir buscar soluciones en vez de culpables. Y desde ahí, se podrá construir en cooperación en vez de desde la lucha de poder”.
Por su parte, Soto incide también en el modo de comunicarse con los adolescentes: “Siempre debe ser desde el respeto”. La experta pone un ejemplo: “Te pido ayuda para hacer esto todos juntos, pero entiendo que tendrás tu manera y tus tiempos”. Pero también recuerda que hay que mantener este discurso en el tiempo: “Suele ser lo que más nos cuesta”. De este modo, según afirma, es muy probable que se vean resultados
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