Lucía Serrano, autora de ‘Tu cuerpo es tuyo’: “Hay etiquetas que se consideran positivas, pero también hacen daño porque obligan al niño a actuar de una manera”
La ilustradora publica un nuevo álbum ilustrado en el que explica a menores y adultos por qué hay que evitar llamar “pegona” o “malo” a los hijos y cómo intentar no repetir esas coletillas que pueden marcarlos en su vida adulta
Lucía Serrano (41 años, Madrid) lleva dedicándose a la ilustración de cuentos infantiles desde hace más de 10 años. Hace tres se convirtió en autora superventas con Tu cuerpo es tuyo (Nube Ocho, 2021). La constancia y la necesidad de hablar con sus hijos sobre sexualidad y de cómo poner límites sobre su cuerpo se tradujeron en este álbum que va ya por la decimoquinta edición. Jamás pensó que acabaría compartiendo esa historia con tantas familias y profesionales años después. “Todo ha sido muy raro, pero se agradece. Tengo la suerte de tener tres hijos y zambullirme en todo lo que pasa en las relaciones entre pequeños y mayores”, explica Serrano a EL PAÍS.
Ahora esta escritora de literatura infantil acaba de publicar su último álbum ilustrado, ¡Fuera etiquetas! (Beascoa, 2024). Un libro que, como en Tu cuerpo es tuyo y Nos tratamos bien (Beascoa, 2023), viene a completar la colección en la que intenta ponerse a la misma altura que el menor para explicarle cómo actúan los adultos. En este caso, lo hace describiendo qué son las etiquetas y cómo pueden evitarlas, pero no a través de una literatura aleccionadora o de solución de problemas, sino desde una perspectiva de respeto, de valorar los tiempos de los niños y, sobre todo, desde la empatía y la cercanía. “Me dan mucha rabia los títulos que se dirigen a los peques desde un lugar de superioridad cuando somos las personas mayores las que, muchas veces, estamos haciéndolo mal”, aclara la autora.
PREGUNTA. ¿Por qué es necesario explicar en un libro para niños qué son las etiquetas y cómo evitarlas?
RESPUESTA. Cuando me lo propusieron pensé que ya existían muchos libros sobre este tema, en por qué hacer uno más y cómo enfocarlo. Sí que es verdad que, como madre, lo que me he ido encontrando es que las etiquetas siguen ahí por más que nos esforcemos en evitarlas. Desde bebés ya están muy presentes. Es importante explicarle a los peques qué son para que puedan detectarlas y no admitirlas. Que no entre dentro de su normalidad continuar la cadena que nosotros les transmitimos porque, a su vez, a nosotros nos las han puesto cuando éramos pequeños. De alguna manera, provocar esa extrañeza en ellos y que sepan detectarlas y no usarlas.
P. Lo de “no seas llorón” o “llorona”, por ejemplo, se sigue diciendo. ¿Es complicado derribar esas viejas etiquetas?
R. Sí. A lo mejor ya no dices esa en concreto porque la detectas más rápido, pero hay otras que es muy difícil no usarlas. Hay que estar vigilando constantemente y, a veces, te sale. Lo hemos vivido con normalidad y por eso lo transmitimos. Los niños y las niñas las empiezan a usar desde los dos o tres años con los compañeros. “Mandona” o “mandón” creo que está muy de moda y se van acostumbrando a poner el título a sus compañeros. También están las etiquetas más relacionadas con el género, diferentes para niños y niñas, y ocurre desde que están dentro de la madre.
P. A veces se trata como una broma por parte del adulto. Pero, para el niño, ¿puede no serlo?
R. Nunca lo es para un niño. No entienden la ironía y somos sus referentes máximos. Lo que les decimos es la verdad y más si se lo repetimos constantemente. Muchas veces las madres y los padres no las usan tanto, pero los abuelos sí y, si pasan mucho tiempo con ellos, las escuchan mucho y al final acaba formando parte de las creencias de quién soy y cómo actúo, qué puedo hacer y qué sé hacer. Se queda ahí grabado y para desactivarlas de adulto es supercomplicado, son horas de terapia.
P. ¿Es más complicado explicarle a los adultos el tema de las etiquetas y cómo evitarlas que a los niños?
R. Sí, porque, además, muchas de ellas parecen inocuas. Hay algunas que son más ofensivas, pero hay otras que se tienen admitidas como la normalidad: “Este niño es muy movido” es un ejemplo. Es muchas cosas más aparte de movido y se mueve porque lo necesita. O “esta niña es muy responsable. Mira qué calladita o qué buena es”, es otro ejemplo. Hay etiquetas que se consideran positivas, que se usan mucho más, pero que en el fondo están haciendo el mismo daño o más porque te están obligando a actuar de una manera. La niña que es buena, en el momento en el que no sea buena, que no lo va a ser porque nadie actúa siempre de la misma manera, se sentirá fatal. Hay que tener cuidado en los dos sentidos.
P. En sus últimos libros le ha explicado a los niños a cuidar y a poner límites sobre su cuerpo, a respetarse entre los compañeros y a no admitir etiquetas que les dañen. ¿Por qué su literatura tiene ese diálogo de tú a tú con los menores?
R. Es la manera que sé para hablar con ellos. Tu cuerpo es tuyo es un tema que sí o sí quería explicarle a mis peques y de ahí se lo acabé explicando a mucha gente. En este caso, había visto otros libros de etiquetas que había usado con mis hijos y, en el momento de ponerme a trabajar, me paré y vi que no podía hacerlo desde un lugar de enseñanza. Primero, porque es un libro dirigido a menores a partir de tres años, que no saben lo que es una etiqueta. Luego, porque somos las personas adultas quienes se las estamos poniendo. Quería ayudarles a comprender para que no lo repitan.
P. ¿Cómo deben las familias leer este libro con sus hijos?
R. Deben adaptarlo a sus peques. Este libro, como los dos anteriores, tiene mucho contenido y va dirigido a niñas y niños muy pequeños. Si lo lees de corrido se puede hacer largo. Pero el adulto se lo puede leer antes e ir cogiendo páginas que le interesen. O puedes resumir un párrafo grande en una frase que puede entender el menor. A medida que van avanzando en madurez sí se puede leer todo seguido. No es una historia con un principio y un fin. Son ideas y, a lo mejor, en un momento dado, solo necesitas leer dos páginas para explicar una cosa concreta que ha pasado en el colegio o un malestar que traen de cualquier otro lugar.
P. ¿Los adultos depositan demasiadas expectativas sobre los niños?
R. Sí, aunque no queramos. Y, cada vez, más. Es como que tenemos que explicarles todo para que todo lo entiendan y lo hagan bien y no. En el caso de las etiquetas seguirán llamando a su compañero “mandón”. Estos libros deben ser como semillas que, en algún momento, florecerán y les harán recapacitar. Igual que las personas adultas no hacemos las cosas bien siempre o no lo entendemos todo, pues aún menos ellos que están creciendo y no han vivido tanto.
P. Como dice en la reflexión final del libro, ¿hay que dejar a los niños y niñas ser cómo son?
R. Sí, pero es complicado. Hay que escucharles y no ir con ideas predeterminadas de lo que nos gustaría, de lo que creemos, o lo que llevamos en nuestras mochilas… Es la parte más complicada de la crianza, más que no dormir [risas]. También es bonito irse revisando constantemente y darse cuenta de que quizás vamos por un camino, que todos podemos equivocarnos y que hay que reconducir.
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