Los riesgos de simplificar que portarse bien significa hacer caso a la primera: niños con miedo, baja autoestima e incapaces de decidir
Educar desde la orden provoca que el menor muestre dificultades para gestionar correctamente sus emociones y para identificar lo que está bien o mal. Desde pequeños deben aprender a negociar desde el respeto, a expresar lo que sienten o necesitan sin miedo a ser juzgados
Si le preguntan a una persona que tiene hijos, da igual si son pequeños o ya han entrado en la adolescencia, qué es aquello que más le molesta en la relación con ellos es muy probable que responda que sus hijos no le hagan caso a la primera. Que no obedezcan, que disimulen que no escuchan cuando se les pregunta o pide algo y se les tenga que solicitar muchas veces la misma cosa.
A muchas familias les gustaría que sus hijos fuesen obedientes al 100%, que cumpliesen las órdenes sin contemplaciones, demoras ni excusas. Esta actitud facilitaría mucho la convivencia en todos los hogares y la mayoría de las discusiones desaparecerían. Las tareas en casa siempre estarían hechas y desaparecerían algunos de los motivos para estar de mal humor. Quien es madre o padre sabe lo mucho que desgasta pasarse el día dando órdenes en casa sin que los hijos muestren ninguna intención de complacer las demandas.
Muchas de estas familias provienen de una crianza tradicional basada en el control y la creencia de que el adulto debe tener el poder absoluto sobre el niño o adolescente. Que es él el encargado de decidir siempre qué es lo que debe o no hacer sin tener en cuenta las necesidades o inquietudes de los pequeños de la casa. Cuando estos padres afirman que su hijo no les hace caso, en realidad están afirmando que no hace lo que ellos quieren en el momento que ellos desean.
Este es un tipo de educación que educa sin respeto, que basa el acompañamiento en la instrucción constante. Anteponiendo los intereses del adulto a los del niño, basando la relación en los castigos sin sentido, los chantajes y amenazas cuando el niño no responde como se espera de él. Cuando la relación entre padre e hijo se basa en las órdenes y las normas estrictas esta se va deteriorando mucho y es cuando aparecen las constantes desavenencias y tensiones. Educar desde la orden provoca que el niño muestre dificultades para gestionar correctamente sus emociones y para identificar lo que está bien o mal. Normalmente, son niños que tienen una autoestima débil, poca iniciativa personal y dependen de la aprobación constante del adulto para hacer las cosas y realizar sus tareas.
Que un hijo no haga caso a sus progenitores no significa que este sea un mal chico o quiera desafiar y que sus progenitores siempre estén enfadados con él. Sería un gran error simplificar que funcionar o portarse bien significa hacer caso a la primera. No podemos olvidar que un niño es una persona con unas necesidades y motivaciones propias que se deben tener en cuenta.
Si los niños aprenden a obedecer a la primera únicamente movidos por el miedo, por evitar que el adulto que emite la orden se enfade, le grite, amenace o ignore, estará aprendiendo que ser sumiso es la mejor manera para que le sigan queriendo, para que le tenga en cuenta, para que pueda sentir que pertenece. Este modelo de sumisión llevará al niño o joven a trasladar este sometimiento a todas sus relaciones. Habrá aprendido que la mejor manera de sentirse aceptado y querido es hacer siempre lo que los otros desean o necesitan.
Es muy necesario que las familias enseñen a sus hijos a luchar por aquello que desean, a saber defender sus propias ideas con respeto, a hacer las cosas que desean sin depender que a los demás les parezca mal o bien.
Claves para que los niños y jóvenes no demoren sus responsabilidades
- Las familias deben ser conscientes de la diferencia que existe entre instruir con educar. La instrucción impone reglas estrictas que no atienden las necesidades o circunstancias del otro. Educar, en cambio, es guiar, acompañar con afecto, dar el espacio para pensar o actuar con libertad.
- Desde bien pequeño el niño debe aprender a hablar y negociar desde el respeto, a expresar lo que siente o necesita sin miedo a ser juzgado, a construir su propio pensamiento crítico ante las cosas. Las familias deben mostrarle toda la empatía, delicadeza y afecto que necesita para crecer, validando sus emociones y ayudándole a hacer frente a los contratiempos.
- Hay que comprobar si el niño o adolescente entiende bien lo que se desea de él. En muchas ocasiones, los progenitores realizan peticiones confusas y ambivalentes que sus hijos no comprenden y por eso no las cumplen. Antes de hacer cualquier petición se debe tener muy en cuenta la etapa evolutiva en la que se encuentra el menor.
- Crear en casa un ambiente distendido, donde reine la confianza y el buen humor. Haciendo sentir al niño o adolescente que se tienen en cuenta sus ideas e inquietudes, que se le acompaña con paciencia y se le ofrece el tiempo que necesita para aprender. Con normas y límites consensuados que cuiden y aseguren las necesidades de todos los miembros de la familia.
El objetivo principal de todos los padres debería ser conseguir que sus hijos lleguen a convertirse en adultos libres de cualquier carga emocional, capaces de elegir su propio camino y asumir las consecuencias de sus errores sin sentir miedo a no hacer las cosas tal y como esperan sus padres. Por eso es tan importante que desde pequeños les enseñemos a elegir, a hacerse preguntas, a ser responsable de sus decisiones. Como decía el escritor y poeta italiano Arturo Graf: “Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?”.
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