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“¿A qué hora puedo volver esta noche?”: por qué es buena idea relajar las normas a los adolescentes en verano

Con menos responsabilidades académicas durante las vacaciones, es habitual que los jóvenes pidan a sus padres que sean más flexibles con los límites. Los expertos aconsejan escucharles y consensuar las medidas en una época en la que también es buen momento para que se produzca un acercamiento

Horarios adolescentes
Los adolescentes necesitan divertirse en verano pero dentro un orden marcado por sus padres.UWE UMSTAETTER (Getty Images/Westend61)

Con la llegada del verano y, sobre todo, con el final del curso, los adolescentes cambian su ritmo de vida. No tienen que madrugar para ir a los centros escolares, se han acabado los deberes y las clases de refuerzo de las asignaturas que más les cuestan y se dan por finalizadas las actividades extraescolares. Todas estas diferencias y la reducción de muchas de sus obligaciones académicas les ofrece la posibilidad de salir más a menudo, y hasta más tarde.

Como consecuencia, son muchos los adolescentes que piden a sus padres y madres que se relajen las normas y los límites a los que se ven sometidos durante el curso. Es decir, levantarse más tarde, pasar más tiempo relajados o con pantallas, disfrutar de los amigos… Algo que, como afirma la psicóloga infantojuvenil Blanca Santos Giménez, profesora en la Universidad CEU San Pablo, “deberíamos hacer todos, pequeños y adultos, porque nos ayuda a descansar después de la rutina y la exigencia de los meses escolares”.

“El curso conlleva unas cargas extrapersonales y extrafamiliares que, sin duda, son demasiadas, innecesarias y frustrantes para la felicidad de todo ser humano: padre, madre, hijo e hija”, incide el escritor, neuropsicólogo y orientador Fernando Alberca. “La vida escolar está llena de falsedad y miedo. Uno es como es en vacaciones”, opina Alberca. Esta es la razón por la que el autor de Todos los niños pueden ser Einstein (2017) aboga por aprovechar este tiempo de asueto para descansar de verdad, curar el estrés ocupacional y, sobre todo, para resetear cuantos posibles errores se hayan cometido: “El verano permite borrar y comenzar una cuenta nueva. Y centrarnos en lo importante, abandonando toda urgencia”.

La mejor época para escuchar

La presión de las notas, que se incrementa notablemente cuando pasan a Bachillerato, suele ser una importantísima fuente de estrés para los y las adolescentes. Según explica Alberca, es habitual que solo con acabar las clases estén más comunicativos que durante el curso: “Es más sencillo charlar con ellos y ellos suelen encontrarse mucho más receptivos. Por eso es tan buena época para conseguir un acercamiento si durante los meses anteriores no ha sido posible”. Esta es una de las razones de que el escritor asegure que el verano y las vacaciones son un momento inmejorable para “aprender cómo son nuestros hijos, jugar con ellos sin importar la edad, demostrarles con hechos que son valiosos para nosotros, más que nosotros mismos”. Porque los padres y madres también están más relajados y tienen más tiempo.

En lo que están de acuerdo los expertos es en que aligerar las normas o cambiar las rutinas no significa que cada uno pueda hacer lo que le dé la gana. Ni mucho menos. “Tener una hoja de ruta nos aporta seguridad tanto a los adultos como a los más pequeños. Nos da la serenidad de saber qué sucederá en cada momento y cómo tenemos que actuar. Además, nos prepara para la vida real”, afirma Carmen Martínez Conde, coordinadora del máster en Orientación Educativa Familiar de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). Por eso esta experta afirma que las normas no tienen que desaparecer, sino adaptarse a cada momento.

Los psicólogos aconsejan que sí que haya una serie de normas realmente innegociables, pero que sean pocas y seguras. Martínez apunta a que nunca deberían relajarse las que afectan al bienestar de los demás: “Nuestra vida familiar, diaria, con los amigos… se debería basar en que podamos ser las mejores personas para el otro”. “Puede resultar paradójico, pero no lo es: darnos nos mejora”, añade. Y así, para la experta se hace un doble bien: “Crecemos y hacemos de nuestro entorno un lugar mejor”. Para Alberca, en efecto, los límites deben estar en aquello que no haga sufrir a los demás: “Ya sea la hora de llegada, el momento de la comida o la cena en familia, etcétera”.

Para ser entendidas y aceptadas, las normas también deben ser consecuentes. “Si la hora de llegada de nuestros hijos durante el curso es a las 21.00, no es muy coherente que en verano puedan volver a las tres de la mañana. Les estamos dando una responsabilidad que, probablemente, no puedan gestionar”, afirma Blanca Santos Giménez.

Precisamente la hora de vuelta a casa por la noche es una de las normas que suelen sufrir mayor laxitud durante el estío. Para ponerle límites, la profesora del CEU San pablo sugiere aplicar el sentido común: “Hay que tener en cuenta la edad y la capacidad de autogestión del joven. Un menor de 14 años no se desenvuelve de la misma manera que uno de 17 en determinadas situaciones”. Por su parte, Alberca recuerda que, en realidad, la hora de regreso a casa siempre será arbitraria: “No hay quien pueda demostrar que las doce y media de la noche es mejor que las 00.40. Pero lo importante es que, sea la que sea, esté puesta en función de algún criterio firme”. Y que sea negociada y pactada. “Es fundamental que exista un diálogo familiar profundo con relación a esta cuestión”, asegura Martínez Conde.

Sea cual sea esa hora marcada, lo crucial, a juicio de Santos Giménez, es que se tengan claras las pautas a seguir en caso de necesidad: “El menor debe tener claro que en cualquier caso y circunstancia puede recurrir a sus padres sin miedo a las posibles represalias. Cuando existe la certeza de que pueden acudir al adulto y ser atendidos por él, podemos estar más tranquilos en cuanto a cómo van a actuar”.

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