Confianza sí, pero con límites: el problema de la fina línea entre ser padre o amigo
Si los padres renuncian a la autoridad harán que su hijo se sienta inseguro. En cambio, si establecen normas desde la cercanía y el afecto, el menor será más autónomo para explorar el mundo


“Cuando no hay una autoridad, hay carencia de límites. Un amigo lo catalogamos como un igual. Y si un padre se equipara a este rol, no genera ningún tipo de autoridad”. Con esta advertencia, Ana Gloria Sánchez, psicóloga y pedagoga infantojuvenil del Centro Lazos, avisa a los progenitores del error de mantener con su descendencia una relación de amistad, que no es lo mismo que ser una madre o un padre cercano. Se refiere a uno de los tres tipos de autoridad a la hora de educar que expone la experta: el laissez faire, o en la que se generan los roles de iguales. Por otro lado, está la autoridad coercitiva, más restrictiva; y la democrática, que es la que recomienda, porque favorece que los hijos participen en su propia educación, pero siempre a través de un guía.
En un estudio de 2024 publicado en la revista Redes, titulado Estilos parentales y nuevos tipos de familia: impacto en el desarrollo de infantes en edad preescolar, se indica que el estilo parental democrático tiene una mayor significancia en el desarrollo infantil al favorecer sus habilidades socioemocionales y cognitivas. A la hora de recomendar cómo educar a los hijos desde esta disciplina, Sánchez expone algunos consejos: “Cuando son pequeños y sacan todos los juguetes, hay que educarles al decirles que después hay que recogerlos”. “En la adolescencia”, continúa, “se recomienda llegar a consensos, de tal modo que puedan tomar decisiones dentro de lo que yo como padre considero”.
¿Qué consecuencias puede haber si los límites de padre e hijo se diluyen? La psicóloga lo tiene claro: “En el plano emocional, puede dar lugar a una sensación de falta de calma. Cuando estamos siendo padres, establecemos límites desde la cercanía, firmeza y afecto, y damos lugar a que los niños comprendan mejor el entorno”. “Somos guía, esto implica ser referente, que confíen en nosotros y se sientan seguros porque si no, hay riesgo de que se genere un apego ambivalente o ansioso”, recalca la psicóloga. “E incluso, como padres, al pensar que si nos consideran amigos tendremos una relación más cercana, esto no siempre es así. Al no haber calma, seguridad o referencia, puede generar rechazo”, añade Sánchez.
Para la psicóloga infantil Paula García, el trabajo de progenitores y menores está bien diferenciado: “Los primeros tienen que entender, escuchar, acompañar y guiar hacia dónde deben moverse los pequeños para que el mundo no se vuelva un lugar peligroso para ellos. Para los segundos, es explorar, jugar y sentir”.

“Creo en la confianza entre padres e hijos, pero no una amistad de colegas. Se ha pasado de unos padres absolutistas a unos tolerantes. A nuestra hija le hemos inculcado unos valores tanto a nivel social, laboral o familiar que ella ha sabido captar y poner en práctica. Mi mujer y yo hemos sabido estar en nuestro sitio, desde la confianza y respeto, y decirle que no cuando era necesario”, defiende Juan Gimeno, padre de una adolescente de 18 años. Para él, la figura paternal es la que más marca nuestra personalidad, y considera que la educación recibida por sus padres es la que ha transmitido a su hija, “incluso mejorada, porque se aprende de los errores que como seres humanos pudieron cometer”.
“Ser madre y no amiga significa estar abierta a dialogar y escuchar las opiniones y sentimientos de mis hijos. Han sabido entender que soy la adulta y la responsable de su bienestar, y que para resolver sus conflictos y dudas deben tener confianza en sus padres. Creo que la comunicación es fundamental para una buena relación, aunque los hijos deben tener también su intimidad. Y también considero que no hay que imponer nada, sino hacerlo todo desde el respeto y la educación”, considera por su parte Ana Delia, madre de dos hijos.
La adolescencia es la etapa en la que hay más riesgo de que los progenitores no sean una figura de autoridad, según Sánchez. “En el desarrollo vital del niño se va generando cada vez más autonomía y libertad. Todo va enfocando a que al final de la adolescencia comiencen a generar los primeros vuelos fuera del nido con su grupo. Pero en ese nido tiene que haber referentes que han generado confianza. Porque si, por ejemplo, me pasa algo que mis amigos no van a poder solventar, debo tener a mis padres”, sostiene. “Si enseñas a un niño a pensar, tienes un adolescente que es más probable que piense. Pero, aun así, en esta etapa hay que hacer un refuerzo de la guía y el acompañamiento”, puntualiza García.
Para Sánchez, los dos bloques fundamentales son la firmeza y el afecto. Hay que tener en cuenta las necesidades e intereses de los menores, pero ser los adultos quienes tomen la decisión y pongan el límite desde el afecto: “No tener firmeza es el laissez faire, no hay límites, me pongo a tu altura y te dejo carente de la figura que necesitas de referencia de apego y seguridad”. García añade, además, la importancia de ser cálido, cercano y que ser comprensivo no significa ser amigo de tu hijo. “Hay que aprender primero qué es lo que necesitan, luego qué es lo que el niño no ve y, por último, guiarles para que cubran sus necesidades sin peligro”.
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