Xi Jinping pide a EE UU “certidumbre” en la relación entre las dos mayores potencias del mundo
En su última reunión, el mandatario chino y Joe Biden han acordado que las armas nucleares estén al cargo de seres humanos y nunca de la inteligencia artificial
Certidumbre. Es lo que el presidente de China, Xi Jinping, ha pedido directamente al presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, e indirectamente al Gobierno entrante de Donald Trump, en la tercera y última reunión de los líderes de las dos grandes potencias mundiales antes del relevo en la Casa Blanca el próximo 20 de enero. Pragmático, el líder de la segunda economía del mundo también ha expresado su disposición a colaborar con la nueva Administración en Washington “para mantener la comunicación, expandir la cooperación y gestionar las diferencias para una transición sin incidentes, por el bien de los dos pueblos”.
En su encuentro este sábado, en Lima (Perú), tras la clausura de la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC), Biden y Xi han querido mandar un mensaje de estabilidad en la relación bilateral más compleja —y más importante— del mundo. “El objetivo de China de una relación sana, estable y sostenible entre los dos países sigue sin cambios”, declaraba el presidente de la República Popular, en un mensaje menos dirigido a su interlocutor que a quien le va a reemplazar dentro de dos meses. “Elijan bien. Sigan explorando el buen camino para que dos grandes países puedan llevarse bien entre sí”.
Por su parte, Biden subrayaba lo que ha sido su posición reiterada durante sus cuatro años de mandato: que la relación entre los dos países puede ser de “competición”, pero no debe ser de “conflicto”. “Esa es nuestra responsabilidad, y a lo largo de los últimos cuatro años creo que hemos demostrado que es posible mantener esta relación”, sostenía el jefe de Estado saliente al comienzo de una reunión de una hora y cuarenta minutos en el hotel de Xi, quien actuaba como anfitrión.
Para enfatizar ese espíritu de entente cordial, los dos presidentes anunciaron un acuerdo sobre estándares en inteligencia artificial: que las armas nucleares siempre estarán bajo responsabilidad de manos humanas, y en ningún caso esa nueva tecnología tendrá la posibilidad de tomar decisiones sobre el uso de ese armamento. “Los dos líderes también subrayaron la necesidad de considerar cuidadosamente los riesgos potenciales y de desarrollar la tecnología de la inteligencia artificial en el sector militar de manera prudente y responsable”, señalaba la Casa Blanca en un comunicado.
La última reunión, salvo sorpresa, entre el presidente chino y el presidente saliente estadounidense tenía como objeto dejar estabilizada, en la medida de lo posible, la relación bilateral más importante del mundo y una que el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca describe como “difícil y complicada, pero fundamental”. También resolver, en la medida de lo posible, asuntos pendientes antes de la llegada al poder de un Trump que mantuvo una tormentosa relación con Pekín. Washington está más que molesto por un caso de hackeo vinculado a China en los sistemas telefónicos del Gobierno estadounidense y de las campañas presidenciales, y trata de reducir el apoyo del país asiático a la maquinaria bélica rusa en Ucrania.
Ambos temas salieron a relucir. Biden presentó “profundas preocupaciones” sobre los ciberataques contra infraestructura civile esencial, según declaró el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, en una rueda de prensa telefónica tras el encuentro. También abordó el malestar de Washington por el apoyo de Pekín a la industria militar de Rusia mediante el envío de componentes. Y condenó el despliegue de más de 10.000 soldados norcoreanos a Rusia, supuestamente para combatir en ese conflicto. El presidente estadounidense “apuntó que China tiene influencia y capacidad, y debería usarlas para impedir que la guerra escale aún más mediante el despliegue de más fuerzas norcoreanas”, agregó el alto cargo.
Los dos líderes hablaron también, según informó el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, de la lucha contra el narcotráfico; el cambio climático, o la comunicación entre las respectivas fuerzas armadas, para evitar que algún posible incidente pueda desencadenar consecuencias no deseadas. Biden también planteó asuntos como Taiwán, el mar del Sur de China, los derechos humanos y las políticas comerciales de Pekín que Washington considera injustas.
“La competición con China va a ser lo que defina cómo será el mundo a lo largo de los próximos diez, veinte, treinta años. Y, por tanto, tendrá que ser una prioridad fundamental para la administración entrante”, había declarado Sullivan en vísperas de la reunión.
Durante el mandato de Biden lo ha sido. Ha mantenido muchas de las medidas de su predecesor de castigo a China, incluidos los aranceles, y ha aprobado ambiciosas leyes con la vista puesta en la competición con Pekín, como la ley CHIPS para alentar la innovación y la producción de semiconductores, al tiempo que limita el acceso del rival a la tecnología puntera estadounidense. Una estrategia que la Casa Blanca describe como “invertir, alinear y competir”.
Pero uno de los afanes del presidente saliente desde su llegada al poder también fue estabilizar la relación para evitar que la competición pudiera derivar en conflicto. Los lazos habían entrado en barrena durante la segunda mitad del mandato de Trump: primero, por una guerra comercial precipitada por la imposición estadounidense de aranceles como vía sui generis para equilibrar la balanza comercial. Después, por la pandemia, cuyos primeros casos se detectaron en la ciudad china de Wuhan y cuyas consecuencias contribuyeron a que el republicano perdiera las elecciones de 2020. Y, ya durante el mandato del demócrata, como consecuencia de la visita de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, la isla de régimen democrático que Pekín considera parte inalienable de su territorio.
Biden se reunió por primera vez como presidente con Xi en Bali (Indonesia) durante la cumbre del G-20 de 2022. Ambos mandatarios ya se conocían, de cuando ocupaban las vicepresidencias de sus respectivos países. Y compartían su respeto por las instituciones. En aquella reunión acordaron detener la caída libre en la relación bilateral, tratar de cooperar donde compartieran intereses y competir con respeto allí donde rivalizaran.
Un compromiso que, mal que bien, se mantuvo durante los cuatro años de mandato de Biden, pese al incidente del paso de un globo aerostático chino por territorio estadounidense que congeló durante varios meses aquellos buenos propósitos. Para cuando los dos líderes volvieron a verse, hace casi exactamente un año en las afueras de San Francisco, también en los márgenes de la cumbre anual de la APEC, las aguas habían vuelto a su cauce de relativa tranquilidad.
La reunión de este sábado en Lima también tenía como objetivo repasar lo que pueda venir en la relación a partir del 20 de enero, cuando desembarque la nueva Administración Trump, en la que el republicano ya ha anunciado que situará al frente del Departamento de Estado al hasta ahora senador por Florida Marco Rubio, de posiciones muy críticas hacia Pekín. El presidente electo también ha prometido elevar los aranceles a los productos chinos al 60%, un paso contra el que Xi advertía este viernes. De ponerse en marcha, esa medida podría eliminar en la práctica el crecimiento del PIB del gigante asiático, que en la actualidad ronda el 4%: los expertos calculan que podría recortarlo en dos o tres puntos porcentuales.
Tanto Xi como Biden continuarán ahora viaje a Brasil para participar en la cumbre del G20. Biden hará una parada intermedia en Manaus para convertirse, como ha proclamado la Casa Blanca, en el primer presidente estadounidense que viaja a la Amazonia para constatar de primera mano los efectos del cambio climático. Xi, por su parte, lleva a cabo una gira de una semana por una región latinoamericana en la que China ejerce una creciente influencia. Este jueves inauguraba el megapuerto de aguas profundas de Chancay (Perú). La semana que viene completará una visita de Estado a Brasil.
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