¿Quién será el candidato republicano a vicepresidente? Trump no tiene prisa en decidirlo
El senador Marco Rubio y el gobernador Doug Burgum ganan enteros en las quinielas. La decisión puede servir para ganar votos entre mujeres, jóvenes y minorías, o para mejorar las opciones en algún Estado bisagra
El miércoles pasado quedó despejado uno de los enigmas más urgentes de las elecciones estadounidenses de noviembre: habrá debates entre los candidatos, Donald Trump y Joe Biden, pero estos desobedecerán las reglas de campañas anteriores. Serán dos: el primero se celebrará más pronto que nunca, en junio, y el segundo, en septiembre. La organización de ambos correrá a cargo de cadenas privadas de televisión, CNN y ABC respectivamente. Los aspirantes recogieron también el guante de Fox News; la emisora de noticias por cable más vista se tendrá que conformar con acoger el cara a cara entre vicepresidentes. Así que todo en orden, salvo por un pequeño detalle: ¿quién se medirá con la candidata demócrata, la segunda de a bordo de Biden, Kamala Harris, por el lado republicano?
Trump, cómodo en el arte de deshojar la margarita, no parece tener prisa por despejar la incógnita de quién lo acompañará rumbo a la Casa Blanca, y eso tiene entretenidos a los analistas desde que quedó claro que el expresidente sería el candidato de su partido, allá por el mes de febrero, tras arrasar (una vez más) en las primarias de Carolina del Sur. Nadie ganó unas elecciones gracias al nombre que aparecía bajo el suyo en la papeleta, pero una buena decisión siempre ayuda, y puede servir, en el mejor de los casos, para suavizar los reparos de ciertos votantes con el cabeza de cartel.
Se trata de abrir juego escogiendo, por ejemplo, a una mujer, que atraiga el sufragio femenino; alguien que seduzca a las minorías (y el disputado voto de las comunidades afroamericanas y latinas); o que baje la media de edad de tándem. Los motivos pueden ser también de estilo (alguien, pongamos, más rompedor que añada picante al pack, o, en el caso de Trump, más bien todo lo contrario) o puramente geográficos: teniendo en cuenta que el sistema favorece que las elecciones se diriman en un puñado de Estados, apostar por un rostro conocido en uno de ellos puede resultar decisivo.
En las quinielas del segundo de la papeleta republicana hay muchos nombres, demasiados aún, y de todo pelaje: desde contrincantes que aspiraban a la designación del partido, como Vivek Ramaswamy, el “millonario milenial anti-woke”, hasta gobernadores y senadores en activo o estrellas en mayor o menor ascenso del magaverso (neologismo acuñado a partir de las siglas del lema trumpista “Make America Great Again”). ¿Serán las extremistas Elise Stefanik (representante por Nueva York) o Marjorie Taylor Greene (Georgia) o la demócrata arrepentida Tulsi Gabbard? ¿Kari Lake, que fracasó en las últimas elecciones en Arizona, el gobernador de Texas Gregg Abbott, o la personalidad televisiva ultra Tucker Carlson? Entre tantos interrogantes, hay una certeza (al menos, a estas alturas): la elegida no será Nikki Haley, gran rival de Trump en las primarias, que ha negado una y otra vez que fuera a aceptar la invitación y aún está por ver si va a dar su apoyo público al candidato republicano.
Entre ese gentío de posibles aspirantes, hay un par de tapados que últimamente parecen ganar terreno en la carrera, mientras otras liebres, como la gobernadora de Dakota del Sur, Kristi Noem, parecen haberse quedado por el camino. (Aunque el símil animal tal vez no sea el más afortunado con ella: si sus opciones se han desplomado espectacularmente ha sido tras la publicación de unas memorias en las que confiesa aquella mañana en la que mató a una perrita y a una cabra “maloliente”).
El primero de los últimos en destacar es un viejo conocido del camino hacia la Casa Blanca: Marco Rubio, senador por Florida. Este año no le toca renovar en el puesto (lo hizo con holgura en 2022), y en 2016 se quedó en el camino para ser el escogido por su partido para aspirar a la presidencia (y convertirse así, tal vez, en el primer latino en lograrla). Según informa Financial Times, se trata de una opción valorada por algunos de los donantes más ricos de la campaña de Trump. Si acaba ungido, tendrá que mudarse: la ley estadounidense no permite que presidente y vicepresidente residan en el mismo Estado (Florida, en este caso).
El segundo es el empresario Doug Burgum, gobernador de Dakota del Norte. Estuvo entre la docena de candidatos que comenzaron el proceso de primarias. Nunca tuvo opciones, ni era demasiado conocido fuera de su Estado, pero su colocación estratégica este martes pasado en la foto que varios destacados miembros del Partido Republicano se hicieron varios metros por detrás de Trump durante un receso del juicio que se sigue contra él en Nueva York por el pago en negro a al actriz porno Stormy Daniels ha desatado especulaciones entre los trumpólogos sobre sus opciones.
The Wall Street Journal, con buenas fuentes en el partido, le dedicó este fin de semana un perfil a partir de esa imagen, de su participación en una reunión con megadonantes en la residencia del expresidente en Mar-a-Lago y del hecho de que lo acompañara en un mitin reciente en Nueva Jersey en el que, en otro mal presagio para Biden, fue aclamado por 80.000 simpatizantes en un Estado decididamente demócrata. El artículo del Journal atribuye a un colaborador anónimo los motivos del interés de Trump por Burgum: es rico, leal y bien parecido.
Un senador negro y un ‘hilbilly’ de Ohio
Junto a Burgum estaban ese día apoyando al magnate, Ramaswamy y Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes y tercera autoridad del país. El primer juicio penal contra un presidente estadounidense no solo está atrayendo a los turistas, que hacen cola como público desde la madrugada para no perderse una ocasión histórica, también ha provocado un desfile de congresistas y senadores, invitados por la defensa, para denunciar teatralmente un proceso que consideran de “persecución política”. En esa lista, destacan otro nombre que suena como aspirante, el congresista afroamericano de Florida Byron Donalds, y dos senadores que llevan tiempo en las quinielas vicepresidenciales: J. D. Vance (Ohio) y Tim Scott (Florida).
Vance saltó a la fama con su libro, un best-seller internacional de tintes autobiográficos sobre el descontento de la población del cinturón de óxido que el millonario Trump conquistó. El éxito de Hilbilly. Una elegía rural (Deusto) abrió a Vance las puertas de su carrera política. Por ese camino, se olvidó de sus opiniones sobre alguien a quien definió en un mensaje a un amigo como “el Hitler de América” y acabó forjando una estrecha amistad con el primogénito del expresidente, pese a sus muy diferentes historias personales (el niño rico de Nueva York frente al joven pobre del Medio Oeste hecho a sí mismo). Esa relación le da aparentemente puntos a ojos de Trump.
Scott, el único senador republicano negro, también compitió con el magnate por la designación republicana y tampoco tuvo nunca nada que hacer. Tras tirar la toalla, se tragó los insultos y los desprecios, y se convirtió en el mayor fan, que no deja pasar la ocasión para mostrar públicamente su apoyo, que a veces coquetea con el sonrojo.
El servilismo de Scott fue uno de los elementos en el sketch del capítulo con el que el famoso programa humorístico Saturday Night Live cerró el sábado su temporada. En él, James Austin Johnson, cuya imitación de Trump no palidece junto a la de Alec Baldwin, habla desde el otro lado de la valla del juzgado de Manhattan desde la que comparece cada día a lo lejos ante los medios, y habla sobre a quién escogerá como vicepresidente. Noem sale con una pistola en una mano y un cachorro de peluche (”no os preocupéis, el perrito es de mentira; el arma, no”, dice), mientras Scott se pone a la orden para ayudar al candidato con el voto negro (”específicamente el mío”, aclara, “porque yo no le gusto a ningún otro negro”). En la parodia, Trump-Johnson escoge finalmente a Haníbal Lecter, personaje de ficción al que el magnate recurrió en un momento un tanto surrealista durante el citado mitin en Nueva Jersey: “Espero que asuste a todo el mundo en la frontera”, afirma el cómico en el sketch.
Entre multitudinarios actos electorales y juzgados, el Trump real parece, entre tanto, disfrutar con el suspense, y repite en sus entrevistas que no ve la urgencia por decidirse, mientras envía mensajes contradictorios sobre lo que busca. En 2016, se decantó en julio por Mike Pence, cuyo perfil religioso y de conservador chapado a la antigua juzgó conveniente por lo que ofrecía de contraste con su personalidad volcánica. Lo anuncio en Twitter (hoy, X) una semana antes de la celebración de la convención republicana, como Biden hizo en 2020 con Harris (salvo por el recurso a la red social). La diferencia con aquellas campañas es que ambos candidatos llegaron ahí tras una lucha que tardó mucho más en resolverse que la de este año.
Por último, conviene recordar cómo acabaron las cosas con Pence: con la turba de simpatizantes del aún presidente que asaltó el Capitolio el 6 de enero pidiendo que lo colgaran porque este no quiso oponerse a certificar el triunfo electoral legítimo de Biden. Esos antecedentes no parecen disuadir a la lista de candidatos que hoy están en el proceso de selección para el puesto de acompañante de Trump. En el magaverso no está bien visto hacer ascos a las emociones fuertes.
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