El camino a la Casa Blanca empieza en la frontera
La inmigración se ha convertido en el tema estrella de la campaña a ocho meses de las elecciones presidenciales en Estados Unidos
Laken Riley, una estudiante de enfermería de 22 años, salió a correr el jueves 22 de febrero en la Universidad de Georgia en Athens. Nunca volvió a su habitación. Fue hallada muerta ese mismo día en un área boscosa del campus. Al día siguiente, José Antonio Ibarra, un venezolano de 26 años que cruzó ilegalmente la frontera en septiembre de 2022, fue detenido y acusado del asesinato. En ese momento, el trágico suceso se convirtió en un arma política. “¡La INVASIÓN fronteriza del corrupto Joe Biden está destruyendo nuestro país y matando a nuestros ciudadanos!”, escribió el expresidente Donald Trump en su red social, llamando “monstruo” a Ibarra. Aunque los estudios desmientan la correlación entre inmigración y delincuencia, Trump ha recuperado el libreto xenófobo que le allanó el camino a la Casa Blanca en 2016. La frontera se ha convertido en campo de batalla para las presidenciales de noviembre. La visita simultánea de Biden y Trump a la orilla del río Grande del jueves lo ha certificado.
El temario de las elecciones del 5 de noviembre viene cargado. La economía, el aborto, la inseguridad, la edad del presidente Biden, de 81 años (y en menor medida la de Trump, de 77), los riesgos para la democracia, las imputaciones penales del expresidente y hasta la política exterior, que pocas veces mueve al electorado, van a influir en el resultado. Los estadounidenses, sin embargo, ven la inmigración como el principal problema del país, según una encuesta de Gallup publicada esta misma semana. Un 28% de los ciudadanos (entre ellos, un 57% de los republicanos), más que nunca, la citan como primer problema tras la avalancha de llegadas ilegales de la presidencia de Biden, que marcó un récord de 250.000 entradas en diciembre.
El mercado laboral ha absorbido (y necesita) la mano de obra del exterior. La inmigración explica en parte la fortaleza de la economía estadounidense y su inesperada resistencia a las subidas de los tipos de interés. Sin embargo, la llegada masiva de inmigrantes también ha provocado el colapso de los servicios sociales en numerosas urbes. Incluso alcaldes demócratas de ciudades como Nueva York, Chicago y Denver han dado la voz de alarma.
Los demócratas son conscientes de que la inmigración es un lastre para la reelección de Biden. Por eso, el presidente ha decidido pasar a la ofensiva, como muestra su visita a Brownsville (Texas) del jueves. Con una gorra negra y sin corbata, se acercó con agentes de las patrullas fronterizas hasta la orilla del río Bravo, que sirve de frontera natural con México. Se reunió también con personal de aduanas, miembros de los servicios de asilo y acogida y jueces de migración.
A unos 500 kilómetros de distancia, Trump se asomó tras las alambradas a la orilla del mismo río en Eagle Pass, convertido en zona cero de la batalla política por el control de la inmigración entre la Administración federal y el gobernador de Texas, Greg Abbott, que acompañó al expresidente en su visita.
Los dos coincidieron en el diagnóstico. El sistema migratorio está roto y la situación es insostenible: “Es muy sencillo. Es hora de actuar. Hace mucho que es hora de actuar”, dijo Biden, que explicó brevemente el núcleo del problema. Los inmigrantes que cruzan ilegalmente reclaman asilo cuando son detenidos. “El proceso para lograr una decisión sobre una solicitud de asilo tarda entre cinco y siete años. Todos ustedes lo saben aquí, pero la gente del resto del país no lo entiende. Es demasiado tiempo”, dijo Biden. “Eso anima a más gente a venir al país”, añadió.
Los demócratas y los republicanos pactaron un proyecto de ley que dota de más medios a los servicios migratorios y que, según Biden, permitiría tramitar los casos en seis meses. Los inmigrantes están dispuestos a pagar miles de dólares a las mafias por cruzar al norte porque saben que llegar les garantiza una larga estancia. Si los casos se agilizan, “eso tendría un serio efecto disuasorio sobre los que vienen”, afirmó en el centro de mando de la Patrulla Fronteriza de Brownsville ante decenas de agentes. “Seis meses, siete años... dos cosas diferentes”, resaltó. “No van a pagar a los cárteles miles de dólares para hacer ese viaje sabiendo que se los devolverá rápidamente”.
La norma también daría al presidente autoridad de emergencia para cerrar temporalmente la frontera cuando el número de cruces supere ciertos umbrales y desborde la capacidad de los servicios migratorios. Sin embargo, cuando esa ley iba camino de ser aprobada, los republicanos se echaron atrás por las presiones de Trump. Eso permite a los demócratas argumentar que sus rivales no quieren una solución, sino un problema que los beneficie electoralmente. “Estaba a punto de ser aprobado. Entonces, descarriló por la política partidista”, se lamentaba Biden en Brownsville antes de apelar directamente a Trump.
“Tengo entendido que mi predecesor está hoy en Eagle Pass. Esto es lo que le diría al señor Trump: en lugar de jugar a la política con este asunto, en lugar de decir a los miembros del Congreso que bloqueen esta legislación, únase a mí, o yo me uniré a usted, para decir al Congreso que apruebe este proyecto de ley bipartidista de seguridad fronteriza. Podemos hacerlo juntos. Ustedes saben y yo sé que es el proyecto de ley de seguridad fronteriza más duro, eficiente y eficaz que este país haya visto jamás. Así que, en lugar de hacer política con este asunto, ¿por qué no nos unimos y lo hacemos?”, le dijo, apelando a una solución de compromiso y pactada. El presidente se está planteando aprobar directamente algunas de esas medidas mediante un decreto u orden ejecutiva.
El compromiso político y el respeto a las leyes no es la idea de Trump. Cuando el expresidente dijo hace unos meses que, en caso de ser reelegido, sería dictador por un día, la inmigración era uno de los objetivos: “Vamos a cerrar la frontera y vamos a perforar, perforar y perforar. Después de eso, no soy un dictador”. Y al igual que en la campaña de 2016 acusó a México de enviar “violadores” y “criminales”, esta vez, Trump, hijo, nieto y marido de inmigrantes, usa una retórica xenófoba con ecos del nazismo en la que dice que los inmigrantes están “envenenando la sangre del país”.
En Eagle Pass, el jueves, el expresidente usó el asesinato de Laken Riley, para decir que Biden “tiene [en sus manos] la sangre de innumerables víctimas inocentes”. “El monstruo acusado de la muerte es un inmigrante extranjero ilegal al que dejó entrar en nuestro país y liberó en nuestras comunidades el corrupto Joe Biden”, dijo.
Tras condenar el asesinato como un crimen atroz, Vanessa Cárdenas, directora ejecutiva de America’s Voice, una organización que apoya a los inmigrantes, señala por correo electrónico que “la forma en que Trump está utilizando este trágico suceso para obtener beneficios políticos es repugnante”. “Es racismo estratégico; una táctica trillada de un manual conocido con el único propósito de convertir esta tragedia en pasto para un objetivo político y la narrativa de que los migrantes y los solicitantes de asilo son amenazas peligrosas cuando los hechos demuestran lo contrario. Estudio tras estudio, los hechos son claros: los inmigrantes tienen tasas de criminalidad más bajas que el resto de la población”, añade.
El expresidente, sin embargo, está dispuesto a llevar al límite esa estrategia para su beneficio electoral: “Vienen de cárceles y vienen de prisiones y vienen de instituciones mentales y vienen de manicomios y son terroristas”, dijo en Eagle Pass. “Estados Unidos está siendo invadido por el crimen migrante de Biden. Es una nueva forma de violación viciosa a nuestro país”, continuó. Los que protagonizan la “invasión”, dijo, son “hombres en edad de luchar” que parecen “guerreros”. “Esto es como una guerra”, sentenció. Es, desde luego, una guerra política.
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