Trump: “¡Amadme, mujeres de los suburbios!”
El presidente apela a los habitantes de Scranton, la ciudad donde nació su rival, para prometerles más empleo
Cientos de personas esperan junto a la pista del aeropuerto. Apiñadas, sin mantener la distancia de seguridad, muchos sin mascarillas. Se reza, se recita el juramento de lealtad, se escucha el himno, hablan los políticos locales... De pronto, aparece en el horizonte el Air Force One. La rutina se repite en esta frenética recta final de la campaña. Pero este lunes, víspera de las elecciones, en una de las seis paradas que conformaban el enloquecido itinerario de Donald Trump, el avión presidencial aterrizó en un símbolo.
Porque Scranton, en esta campaña, ha sido un símbolo. Para el demócrata Joe Biden es el sello de autenticidad de esa historia de hombre corriente que vende al electorado, ese “niño peleón de Scranton que desafió su suerte”, en las palabras que utilizó Barack Obama cuando lo presentó como su vicepresidente en 2008. “Scranton contra Park Avenue”, les gusta decir en su campaña, contraponiendo esta pequeña ciudad del noreste de Pensilvania, donde Biden nació, con la milla de oro de Manhattan que se asocia con la vida ostentosa del magnate inmobiliario que hoy se sienta en el Despacho Oval.
Para Trump, por su parte, este trozo de Pensilvania representa la receta de su fórmula política ganadora. Esa América trabajadora históricamente demócrata a la que el republicano dio la vuelta hace cuatro años. En esta parte del país, aquellos “hombres y mujeres olvidados” a los que el presidente atribuye su victoria contra pronóstico hace cuatro años tienen motivos para sentirse dejados atrás. “Las vidas deplorables importan”, rezaban el lunes algunas chapas en las solapas de los seguidores el presidente, en alusión al adjetivo que les dedicó la candidata Hillary Clinton hace cuatro años. La nobleza de los viejos edificios de Scranton recuerda un pasado industrial y minero vibrante, perdido en una transformación económica que dejó atrás a este valle del Lackawanna.
“Mañana [por este martes] vamos a ver de nuevo a la mayoría silenciosa”, opinaba Pam Gintoff, de 53 años, que ha venido a ver a Trump por primera vez. “Yo era demócrata hasta hace cuatro años, pero ya no es el partido de nuestros padres y nuestros abuelos. Todo el entusiasmo en Pensilvania está con Trump. Y Biden dio la espalda a Scranton. Solo vivió aquí hasta los ocho años. Y de eso hace 70”.
El candidato demócrata abandonó su ciudad, según el relato trumpista, igual que la clase política que Biden encarna dio la espalda a lo que Scranton representa. Una metáfora perfecta. El problema es que ahora los vecinos de Scranton también tienen motivos para sentirse abandonados por Trump. Hace cuatro años les prometió que devolvería los trabajos de las minas y las fábricas. Pero esos empleos han seguido cayendo. Los últimos sondeos ponen a Biden en cabeza en Pensilvania, con una ventaja media de seis puntos. Pero Trump acorta distancias y nadie parece dispuesto a dar la batalla por decidida.
“Hace cuatro años elegisteis echar al establishment político y colocar al frente a un outsider como yo, que quiso poner a América primero”, dijo Trump desde el atril en el aeropuerto de Scranton. “El año que viene será el mejor de la historia”, añadió, “salvo si viene alguien a cuadruplicar vuestros impuestos”.
Se vio a un Trump de buen humor, tocado con una de sus gorras rojas, animado por los vítores de la multitud. “¡Amadme, mujeres de los suburbios!”, llegó a decir, apelando a un colectivo que puede ser clave en las urnas. Y no desaprovechó la oportunidad para lanzar sospechas de fraude electoral, advirtiendo al gobernador demócrata del Estado de que habrá “miles de ojos vigilando” por si decide hacer trampas.
La estrategia de Trump en los últimos días de campaña entraña cierto peligro para el país. Consiste en maximizar la incertidumbre, agitando sospechas infundadas de fraude electoral, y minimizar la pandemia, que se ha llevado ya 231.000 vidas en Estados Unidos en siete meses. El domingo aseguró a los periodistas que llevará a la justicia el recuento en Pensilvania antes incluso de que concluya.
La convergencia en los últimos días de los dos candidatos en Pensilvania subraya la importancia que ambas campañas atribuyen al Estado y a sus 20 votos electorales. Los cinco mítines de Trump en Pensilvania en los tres últimos días dejan claro que su campaña ve el Estado como prioritario, y que no descartan en absoluto volver a dar la sorpresa aquí como hace cuatro años.
Creen que habrá una participación de sus bases mayor que la prevista. Confían en que cale en los trabajadores su mensaje de que Biden acabará con el fracking, algo que no se corresponde con la realidad.
“A nadie le importa que Biden sea de Scranton, la gente no vota por los orígenes de alguien, vota por sus valores”, opinaba Ron Stella, de 48 años, que había venido desde las afueras de Filadelfia. “Los demócratas no lo vieron venir hace cuatro años, y ahora el entusiasmo está otra vez con nosotros. Vamos a hacer a los progresistas llorar de nuevo”.
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