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Tras la tragedia del gran incendio de Hong Kong, la joven Haylee Chow lleva 32 horas sin saber nada de su madre

Familiares, vecinos y voluntarios se arremolinan frente al complejo residencial de 1.984 viviendas que ardió, dejando por ahora 83 fallecidos y 76 heridos

Incendio Hong Kong
Inma Bonet

El olor a humo impregna el aire a cientos de metros a la redonda. Las llamas asoman en los pisos más altos de un par de edificios. Frente a los bloques ennegrecidos de Wang Fuk Court, el complejo residencial de 1.984 viviendas repartidas en ocho torres de 31 plantas que el miércoles ardió en Hong Kong, vecinos, voluntarios y curiosos se congregan en torno a las cintas policiales. Observan el ir y venir de los equipos de emergencia, que más de 24 horas después del inicio del fuego siguen trabajando sin descanso para enfriar las estructuras y localizar a los desaparecidos.

El último balance publicado por el Departamento de Bomberos, en la medianoche del viernes (hora local, las 17.00 del jueves en España peninsular), asciende a 83 fallecidos, 76 heridos. Las autoridades también hablaban de unos 280 desaparecidos, aunque esa cifra no se ha actualizado desde la noche anterior. Es el incendio más mortífero en la antigua colonia británica y hoy territorio autónomo de China en casi 80 años.

Haylee Chow, de 19 años, estaba almorzando en la universidad cuando recibió la noticia de que un bloque de su urbanización estaba ardiendo. “Tomé inmediatamente un taxi y en 10 minutos estaba allí. El fuego era realmente aterrador”, relata a EL PAÍS desde el instituto Fung Leung Kit, vinculado a la Iglesia de Cristo en China, que está siendo utilizado como refugio temporal para los afectados por el incendio. De camino, Haylee contactó con su madre, que se encontraba en casa, donde viven con la abuela y una tía. “Solo escuchaba gritos y ruidos, creo que algo se estaba cayendo”, describe. Unos segundos después, la llamada se cortó. Han pasado 32 horas desde entonces, pero no ha vuelto a tener noticias de ella.

La magnitud de lo ocurrido se medía el jueves en los rostros de las personas que permanecen a la espera de información. En los de quienes aguardan con la mirada perdida, fijos en las fachadas calcinadas. En los de aquellos que se acercan una y otra vez a preguntar a los voluntarios y funcionarios si hay novedades. El ambiente es de agotamiento y calma tensa. Cientos de personas se arremolinan fuera del centro cívico Kwong Fuk, convertido en punto de ayuda. Grupos de voluntarios reparten botellas de agua, cajas con comida caliente, mantas, mascarillas y otros productos básicos a quienes siguen a la espera, con lo puesto.

Haylee supo por las noticias que su abuela, de 70 años, había sido evacuada. La reconoció en varias imágenes que ha publicado la prensa local, en la que se la ve en camilla, entrando a una ambulancia, y recibiendo oxígeno. Pero la adolescente aún no ha localizado en qué hospital está siendo tratada. “Por las fotos parece que no está herida. De hecho, en la etiqueta se indica que era una evacuada de prioridad 3, que no son los casos más graves”, comenta a este diario. “Creo que no la han registrado porque su documento de identidad lo tiene mi tía”, agrega. La cuarta inquilina de la vivienda también está a salvo: hacía la compra cuando comenzaron las llamas. “Estamos muy preocupadas, pero haber visto a mi abuela en la portada de los periódicos nos tranquiliza”, afirma Haylee conservando la compostura.

Wang Fuk Court, un complejo de viviendas subvencionadas del Gobierno y habitado desde 1983, se encontraba en obras desde enero de 2024. Las fachadas de sus ocho bloques estaban cubiertas por andamios de bambú y envueltas por mallas verdes, que han quedado reducidas a jirones tras el avance del fuego, que ha afectado gravemente a siete de los edificios. Ese montaje exterior, unido al uso de espuma de poliestireno (material altamente inflamable) en los trabajos de renovación, habría permitido que las llamas treparan a una velocidad inusual y se traspasaran de un inmueble a otro, según las primeras conclusiones de las autoridades.

Protesta por los materiales inflamables

“Mi padre y muchos vecinos se habían quejado de que esos materiales eran inflamables”, lamenta James W., de 38 años. “La malla verde ardió en cuestión de segundos”, asegura. James es hijo del hombre fotografiado en los primeros minutos del incendio mientras pedía auxilio, una instantánea que ha dado la vuelta al mundo y que se ha convertido en la imagen de la tragedia. Como otros testigos con los que ha podido hablar este periódico, James critica que no sonaron las alarmas antiincendios. Su madre continúa desaparecida, aunque los bomberos ya han rastreado la planta en la que la familia ha vivido desde hace más de 30 años: “Es un piso 16. Desde allí no podría haber saltado”.

El proyecto de renovación de la urbanización llevaba gestándose desde 2016, después de que las autoridades ordenaran una inspección del complejo debido a su antigüedad. Aunque los bloques arrastraban problemas estructurales y de fachada, parte de los 4.600 residentes del complejo consideró excesivo el plan de obras, valorado en 330 millones de dólares hongkoneses (unos 36,6 millones de euros). Estaba previsto que la reforma terminara a mediados del año que viene.

El Gobierno ha puesto en marcha varias investigaciones penales para esclarecer el origen del incendio y depurar responsabilidades. La policía ha arrestado a dos directivos y a un consultor de la empresa responsable, Prestige Construction Engineering, por presunta negligencia, al encontrar en los inmuebles materiales no autorizados. En paralelo, la Comisión Independiente contra la Corrupción está tratando de averiguar si se han producido prácticas irregulares o decisiones que contribuyeran a la propagación del fuego.

Wang Fuk Court se ubica en el distrito de Tai Po, de 327.000 habitantes y colindante con la parte continental de China. Es una de las zonas más tranquilas y verdes de los Nuevos Territorios, la vasta franja que ocupa la mayor parte de Hong Kong. Allí conviven familias de clase trabajadora que llevan décadas en las mismas viviendas públicas con matrimonios jóvenes que han encontrado alquileres algo más accesibles que en el centro de la ciudad. En los edificios se mezclan jubilados, empleados de oficinas que viajan cada día al distrito financiero y trabajadores inmigrantes (sobre todo filipinos e indonesios) que cuidan a ancianos o a los hijos de las familias locales. Es un barrio donde la vida es algo más pausada que al otro lado del puerto.

“Es una tragedia, el peor incendio que se recuerda”, afirma el señor Angus Chan, un excantante de ópera cantonesa, en las inmediaciones del complejo abrasado. Ha sido el incendio más mortífero al menos desde 1948, cuando 176 personas murieron en un almacén. Antes, en 1918, más de 600 ciudadanos fallecieron cuando ardió el hipódromo de Happy Valley. El último gran fuego que se recuerda en la región fue en 1996, cuando ardió el edificio Garley, con 39 víctimas mortales.

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Sobre la firma

Inma Bonet
Es la colaboradora de EL PAÍS en Asia desde 2021. Reside en China desde 2015, primero como estudiante de chino y de un máster en Relaciones Internacionales en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín (BFSU), y luego como periodista. Antes de unirse a este diario trabajó en televisión y radio.
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