Trump desmantela una vigilia pacífica frente a la Casa Blanca tras 44 años de protesta continuada
El presidente de Estados Unidos ordenó que se desmontara la acampada, que ha sobrevivido a siete Administraciones, por motivos de “seguridad pública”


La vigilia de la Casa Blanca, ese mini campamento de protesta política levantado frente a cara norte la Casa Blanca que formaba parte de la vida de Washington y de los recuerdos que los turistas que vistan la capital se llevaban a sus casas, ha sobrevivido a siete presidentes, varias guerras, a la caída del Muro de Berlín y al 11-S, a las históricas nevadas de 1983 y 2003, al asalto al Capitolio y a los pegajosos veranos de la ciudad, pero no al comentario de un reportero Real America’s Voice, uno de esos medios surgidos en los últimos tiempos más a la derecha de Fox News. Este señaló a Donald Trump el pasado 5 de septiembre en uno de los frecuentes encuentros del presidente estadounidense con la prensa de la existencia de una “tienda de campaña azul” que es una “monstruosidad” frente a la residencia presidencial.
Trump tomó nota y ordenó que se desmantelara el campamento, que está considerado como la expresión de protesta política pacífica más longeva de la historia del país. Las operaciones de limpieza, que empezaron pocos días después, culminaron este jueves por la noche tras tres operaciones policiales.
La protesta empezó en 1981 como una forma de exigir el desarme nuclear y la paz en el mundo. La comenzó el 3 de junio de aquel año William Thomas, que se presentó frente a la Casa Blanca, cuyo inquilino era un novato Ronald Reagan, con un cartel que decía: “Se busca: sabiduría y honestidad”.
24 horas días, siete días a la semana
Para poder permanecer en la plaza Lafayette, sus organizadores debían turnarse 24 horas al día, siete días de la semana. El más veterano de ellos es un hombre de 63 años en silla de ruedas llamado Philipos Melaku-Bello, que forma desde hace décadas del paisaje de la Casa Blanca, y recibía el apoyo y las críticas, contestaba a las preguntas y se sometía a las burlas de los curiosos y turistas. Pasa unas 100 horas por semana en el lugar, todas las semanas.
Este viernes se presentó, como casi siempre desde 1981, en el lugar en el que antes estaba la tienda, y prometió que no dejaría de hacerlo. Estaba rodeado de algunos de los voluntarios, “unos 80″, calcula, que participan con él en la vigilia. Una de ellas, portaba una pancarta con el texto de la Primera Enmienda, que garantiza la libertad de expresión. “Ayer [por el jueves] casi no nos dio tiempo a recoger nuestras cosas. Tengo cinco bolsas llenas de carteles. Ahora que me han prohibido estar aquí fijo, puedo moverme por la ciudad: protestar ante el el Tribunal Supremo, el Departamento de Estado, el de Justicia, donde quiera, no saben lo que han hecho”, dijo a EL PAÍS.
Melaku-Bello también contó que tiene el respaldo del Sindicato Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU), y que piensa llevar la impugnación de la decisión de Trump “hasta el final”.
Los participantes en la vigilia que se encontraban el jueves frente a la Casa Blanca no fueron avisados de antemano. Los agentes del Servicio de Parques, agencia federal encargada de velar por esa plaza, les ordenaron que recogieran el campamento, que ya había sido parcialmente desmontado en dos visitas previas de las autoridades. Por toda explicación, recibieron una carta.
Esta, reproducida por el diario The Washington Post, dice que la vigilia se trata de una “manifestación no autorizada en curso en el Parque Lafayette”. El documento detalla los elementos que el Servicio de Parques considera que “incumplen” con las regulaciones, incluyendo la famosa lona azul que servía para que los protestantes se resguardaran y representaba, según las autoridades “un riesgo para la seguridad al obstruir la vista de un área de aproximadamente 1,2 metros de alto por 2,4 metros”. También consideran que “perjudicaba la estética del parque”.

La carta señala además que el espacio que ocupa la vigilia es mayor al que corresponde a la suma de sus manifestantes (según el Servicio de Parques, 0,9 metros cúbicos por persona).
Una portavoz de la Casa Blanca, Taylor Rogers, estableció como motivo del desmantelamiento el “compromiso con la seguridad pública de los residentes y turistas de Washington [de Trump], así como con el embellecimiento de la capital (..). Esta carpa representaba un peligro para quienes visitaban la Casa Blanca y sus alrededores”.
Trump ordenó en agosto el despliegue de la guardia nacional en Washington para hacer frente a una ola de crimen que las estadísticas desmienten. El presidente de Estados Unidos ya había enviado tropas a Los Ángeles para sofocar las protestas de quienes se oponían a las redadas contra inmigrantes. Tras Washington, le llegó esta semana el turno a San Luis (Misuri). Chicago tiene todas las papeletas para ser la siguiente.
En su primer mes, el despliegue ha tenido en Washington efectos en el turismo, que ha caído. Los restaurantes han visto además disminuir su número de reservas, según cálculos efectuados por la cadena CNN. Y el sistema judicial de la ciudad, ya de por sí saturado, está teniendo problemas para procesar la avalancha de nuevos casos, especialmente los de inmigrantes irregulares interceptados por las calles, en los colegios, iglesias o lugares de trabajo. Esas personas, que también formaban parte del paisaje de la ciudad, se han esfumado de las plazas, restantes o parques infantiles.
El desmantelamiento del campamento de la Casa Blanca se produce en una semana en la que Trump y sus aliados han redoblado los ataques a la libertad de expresión tras el asesinato del activista y líder MAGA juvenil Charlie Kirk. Concretamente, al día siguiente de que ABC suspendiera el programa del cómico Jimmy Kimmel tras las presiones del regulador federal de las comunicaciones, y de que Trump designara Antifa, una amorfa constelación de grupos de ideología antifascista, sin líderes ni estructura claras, como “organización terrorista”.
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